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¿Hay cosas más importantes?

A veces, al debatir sobre algún tema polémico, nuestro interlocutor nos da la razón, compartiendo los argumentos y la esencia de nuestras reivindicaciones. La conversación transcurre de esta manera fluida y complaciente hasta que una última frase, lapidaria y cortante, nos devuelve a la realidad incuestionable de la indiferencia de la persona que tenemos enfrente, respecto a asunto que nos ocupa: “Bueno, pero hay cosas más importantes, como por ejemplo…”

 Entonces, una especie de zozobra anímica, a medio camino entre la rabia y la frustración, nos desborda. Pero, y este “pero” es temeroso y educado, no nos atrevemos a contestar. ¡Cómo vamos a hacerlo, si aparentemente nos apoya en todo lo dicho hasta ahora! Y nos vamos alejando con la impresión agridulce de no saber exactamente si contamos con él para luchar por lo que, en principio, ambos considerábamos justo. Casi hubiéramos preferido tener delante a un verdadero enemigo dialéctico, alguien con las ideas contrarias, pero meridianas, que dialogue con franqueza, es decir, sin dobleces de última hora.

Algo de esto está sucediendo en la mal llamada “guerra de los crucifijos”, iniciada en un colegio de Baeza; reverdecida en Córdoba, con la aprobación de la resolución de la Junta de Personal Docente sobre eliminación de símbolos religiosos de los centros escolares públicos y coronada, mediáticamente, con la solicitud de retirada de la Pilarica de las dependencias del cuartel de Almodóvar, efectuada por dos guardias civiles, basándose en la aconfesionalidad del Estado.

Sin entrar de lleno en el fondo del asunto, en el que mi postura es de respaldo absoluto, tanto a los representantes sindicales, como a los dos miembros de la benemérita; mi colaboración con este diario discurre por otra arista de la polémica: la existencia de personas y colectivos que utilizan el “pero hay cosas más importantes” como bandera ideológica y arma de destrucción falaz de argumentos, intentando acaparar el protagonismo de la defensa de esos otros objetivos más importantes, en este caso, relativos al mundo de la educación, y, lo que es más grave, intentando desprestigiar o restar credibilidad a los que perseguimos unas instituciones al margen de las creencias y sentimientos religiosos, aunque éstos sean mayoritarios.

De la misma manera que un médico no le dice a un paciente de cáncer testicular, que hay cánceres más agresivos y prioritarios, dentro de una hipotética lista de tumoraciones colectivas a erradicar por el SAS; no hay “escuela laica” versus “ratios elevadas” o “retirada de símbolos” versus “mejoras en los centros”. No son objetivos excluyentes. La búsqueda de los primeros no impide alcanzar los segundos. Ni abandonarlos a su suerte.

En la filosofía del “pero hay cosas más importantes” beben muchas organizaciones. Por ejemplo, la FAPA Ágora, de Córdoba, virtual defensora de la Escuela Pública e integradora, que hoy parece, en la práctica, desmarcada de estos fines. En unas recientes declaraciones en el diario ABC sobre la retirada de símbolos religiosos, su presidente minimizaba el debate como si todo fuese una cortina de humo para tapar otros aspectos de la Ley de Educación Andaluza y de la LOE “más importantes”. O el sindicato CSIF, que se abstuvo en la votación de la resolución sindical, considerando que estas reivindicaciones “tienen poca relevancia, calientan el ánimo del profesorado” y pueden dar la impresión de que el esfuerzo sindical no se dedica a cuestiones “que afectan directamente al reconocimiento de la labor docente o a la mejora de su práctica educativa y de la calidad de la enseñanza pública".

Pero también comulga con esta idea una institución de gran calado, como la del Defensor del Pueblo Andaluz, que ha instado a la Consejería de Educación, según la Agencia Europa Press, a dedicarse antes a las “graves carencias” que tiene la Educación andaluza y a dejar de implicarla en la retirada de crucifijos y otros símbolos religiosos.

Visto el panorama y, a pesar de todo, hay que darle las gracias a los obispos por manifestar, en la prensa, una postura tan franca (en sentido literal y figurado, da igual): “La retirada de símbolos es un atropello a la sensibilidad religiosa”.

Yo llegaría más lejos, con la misma rotundidad: Su presencia es un atentado contra la libertad de conciencia.

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