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¿Hacia una «confesionalidad progresiva»?

Nada nuevo bajo el sol. Nada extraño. Nada que contradiga el histórico temor reverencial del Partido Socialista hacia la Iglesia católica. Nada que objetar, por otra parte, cuando se nos acostumbra a interpretaciones del laicismo y de las libertades falseadas, mutiladas o forzadas hasta el extremo. Nada que deba sorprender, si recordamos las simplezas interesadas del empresario Vázquez o las beaterías mojigatas del beato Bono o del beato Ibarra. O los latinajos agustinianos de la Vicepresidenta Fernández, en su romano encuentro con la cúpula vaticana. O el caldito solidario del “compañero” Presidente con el nuncio papal.

 La votación del PSOE en contra de una ley que obligue a retirar los símbolos religiosos en las ceremonias constitucionales responde a una estrategia conocida: propaganda pseudolaicista a grandes voces, y consolidación programada de los privilegios eclesiásticos y de la financiación multiconfesional. Pánico a la pérdida de un dudoso porcentaje electoral. Socialismo de confesionario. Laicismo de opereta.

 Habló Ramón Jáuregui de “prácticas aconfesionales progresivas”, como intentando colocar a la ciudadanía unos anteojos de oferta, en seráfico ejemplo de manipulación lingüística. El experimento laicista del Gobierno ha muerto antes de iniciarse, porque eliminar una Biblia y un crucifijo no era más que un avance simbólico hacia la restauración de una normalidad democrática que se rompió en el 39, hacia la derogación del Concordato franquista y hacia el pluralismo como herramienta de disuasión frente al avance fundamentalista. No han dado este tímido paso, lo que implica que no darán ninguno más, o que seguirán la estela de un juego político encaminado a engañar a los imbéciles y a tranquilizar a los devotos de la romanidad católica. Un juego con el que quiere demostrar, el PSOE, su independencia frente a la izquierda social, recurriendo a la prudencia jesuítica que les caracteriza.

 Seguirá la religión institucionalizada, las llamadas a misa en los aeropuertos, el catecismo en la escuela, la financiación pública del anacronismo, los curas en los hospitales y en el ejército, la recaudación confesional por los impuestos, los alcaldes que reciben reliquias alborozados, los presidentes que exaltan llorosos a la Virgen, la censura ideológica sobre el arte, la Constitución arrodillada ante la cruz, los obispos terroristas y las mafias subvencionadas. Todo un modelo de Estado socialista, plural y democrático.

 Un buen motivo para movilizarse. Una buena excusa para revisar nuestro compromiso con las libertades públicas. El PSOE, esta tarde, se ha hundido en la pura gloria. Cayó, finalmente, del caballo mucho antes de llegar a Damasco. Extra ecclesiam nula salus

 ¿Y ahora, qué?

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