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Habemus

Solo la ingenuidad inducida puede llevar a alguien a aceptar la renuncia de Ratzinger al papado como fruto del cansancio y de la edad.

Solo la ingenuidad inducida puede llevar a alguien a aceptar la renuncia de Ratzinger al papado como fruto del cansancio y de la edad. El Jubilado Súbito nos muestra que quedan muy pocos cargos en esta sociedad que, al aceptarlos, te imbuyan de responsabilidad y sentido de la justicia trascendiendo la ambición y la batalla para conseguirlos. Algunos dicen que solo el de Papa y el de miembro del Tribunal Supremo norteamericano. Sin llegar a ser tan escépticos ni tan crédulos, al forzar una votación inesperada para la sucesión, Benedicto XVI lo que ha obligado es a revisar las alcantarillas vaticanas con nuevas linternas. Del elegido dependerán las aspas del ventilador.

Nanni Moretti ya propuso en su última película, Habemus papam, la dificultad de combinar al hombre con el cargo. Decepcionó a quienes esperaban una sátira sardónica y feroz de la institución vaticana, pero quizá era más complicada su propuesta, a la fuerza menos entretenida, y no corren buenos tiempos para los pensamientos complejos. Antes con El caimán había dejado caer que la corrupción del berlusconismo podía ser un tumor más social que personalista. Y aún mucho antes, en Abril, orientó a los espectadores progresistas hacia el problema de la carencia de discurso, propuestas y política madura en los partidos de izquierda, cuando su personaje sanguíneo y logorreico le gritaba al líder D’Alema durante un debate televisado frente a Berlusconi: “¡Di algo de izquierdas, por favor, di algo con sentido cívico, cualquier cosa; reacciona!”.

En Roma, a mitad de camino entre el Trastevere y Testaccio, Moretti sostiene el cine Nuovo Sacher, como una parroquia de barrio para el cine invisible y expatriado, castigado por el circuito comercial tan vaticanizado, con Hollywood ejerciendo de Santa Sede. Sirve así al oficio que le concedió la voz pública. Además prolongó la estela de Woody Allen transportando a la vieja Europa un cine conjugado en primera persona del singular que nos sigue entregando películas tan estimulantes en el género como la reciente española Mapa. Pero a mitad de los 80 ya retrató el desencanto de un sacerdote cargado de buenas intenciones en una sociedad crispada y abrasiva, satisfecha y egoísta, que concluía con una frase premonitoria, que servía también de título: La misa ha terminado.

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