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Golpes de Estado tolerables y progresistas de salón

Debe haber categorías en esto de que el ejército vuelva las armas contra su propio pueblo, y yo no me he enterado. Alguna conferencia internacional que he me perdido, en la que se determinaron las causas que justificaban que los militares sacasen los tanques a la calle asesinando a aquellos que les confiaron su propia seguridad. Sí, digamos que una especie de bula castrense para poder derrocar presidentes y gobiernos democráticamente elegidos siempre que se den una serie de circunstancias, por supuesto poco objetivas. Y todo ello bendecido por las autoridades religiosas. Me suena de algo.

Lo ocurrido en Egipto es tan vergonzoso que solo la irrealidad de ver demócratas consagrados de nuestro país apoyando el golpe, o mirando para otro lado, mitiga el sonrojo. ¿Y si después de este proceso se convocan elecciones y vuelven a ganar los Hermanos Musulmanes? ¿Saldrán los militares a poner orden? ¿Cómo pueden ser asesinados más de cincuenta simpatizantes de esa organización a manos del ejército y la comunidad internacional permanecer silente, a la espera de no se sabe qué farsa constituyente tutelada por los fusiles? ¿Y la izquierda española, qué opina de todo esto? ¿El hecho de que no nos guste la acción de gobierno de los Hermanos Musulmanes – a mí el primero – legítima la asonada? Preguntas que se van acumulando en la mochila de este viaje a los infiernos que nos lleva tolerar golpes de Estado sin ruborizarnos.

Dentro de unos meses, llegará Barack Obama y su séquito de cortesanos europeos para convencer a muchos países de que la democracia es el único camino. Y mucho progresista de salón, con el papel de fumar siempre a mano para cogérsela, que reivindicará los derechos occidentales y la transición española en todas las naciones del mundo. Luego les pondremos como ejemplo Egipto, para que vean cómo, si los resultados que arrojan las urnas no son de nuestro gusto, dejaremos caer presidentes y democracias sin despeinarnos, para probar suerte otra vez. Y así, trataremos de convencer a los que prefieren atarse un cinturón de explosivos al pecho y reventar contra un autobús de inocentes, de que tiene en su mano un voto que puede cambiar las cosas sin necesidad de violencia. Eso sí, siempre que vote lo que a las santísimas democracias occidentales les convenga. Si no es lo que hay, volverán los oscuros pájaros artillados a sobrevolar las plazas llenas de ciudadanos libres, y otro presidente legítimo será sitiado y desaparecido. Todo por la revolución. Para lo que ha quedado la Revolución, che…

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