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Geroa Bai y el angelico de Aralar

Si el Parlamento navarro es una institución del aparato del Estado, eso significa que, también, goza del carácter de no confesionalidad que establece la Constitución. Al parecer, Geroa Bai, ignorando esa identidad institucional, decidió este año apoyar, junto con UPN y PP, la intromisión de una representación religiosa católica en una institución pública y aconfesional.

Ya sabemos que la Iglesia ante «la beligerancia anticristiana» (sic) encontrada en el resto de los parlamentarios (Podemos, PSN, IE y Bildu), decidió a última hora desistir de dicha visita. La Iglesia siempre tan comprensiva. Al hecho de defender un principio regulativo de la Constitución lo denomina «beligerancia anticristiana». ¡Qué sensibilidad semántica la suya!

En cuanto a las declaraciones del portavoz de Geroa Bai, justificando la entrada en el Legislativo navarro de la imagen del Ángel de Aralar, fueron inapropiadas y nada ajustadas con quienes enarbolan cierto ramalazo izquierdista en algunas cuestiones sociales. Luego, sostendría la mayor, es decir, que «el Parlamento representa a todos los navarros». Dando por verdadera la falacia de esta representación, preguntaría sin ánimo de incordiar: Y ¿cómo se representa a aquellos navarros que creen en la no confesionalidad de las instituciones públicas, y consideran que la entrada de una efigie religiosa en un Parlamento vulnera un principio del Estado, marcado por la Constitución?

La respuesta es tan fácil como, probablemente, traumática para quienes siguen pensando que la religión católica debe seguir teniendo la consideración de religión del Estado. Pero, en esta materia, aunque duela hay que decirlo: la única manera que tiene el Parlamento navarro de representar a todos los navarros es no representando a nadie en materia confesional.

¿Por qué? No solo porque así lo establece la constitución, sino, sobre todo, porque en lo que a las creencias personales e íntimas se refiere, como son las religiosas, nadie hace dejación de ellas para ponerlas en manos de nadie, y, para colmo, en manos de políticos. La historia reciente de Navarra es una muestra más de cómo la religión ha sido manipulada con fines ajenos a las relaciones que alguien entabla con su Dios. El fascismo de la fe, representando por el nacionalcatolicismo, fue ejemplar explotando el chute de la religión, que terminaría justificando crímenes y una guerra civil convertida en santa. No parece que hayamos escarmentado. Pensamos que ahora es distinto. Pero…

Desde el punto estrictamente político, hay que estar muy obcecado para considerarse representante absoluto de una comunidad en lo que respecta a algo que cada persona resuelve en su interior.

Los políticos que han decidido la entrada de Miguel de Aralar en el Parlamento, ¿creen acaso que los católicos navarros están de acuerdo con esa visita? ¿Todos los navarros? Si por todos los navarros se entiende la sociedad navarra y si por esta un conjunto plural y diverso en materia confesional, se comprenderá que flaco favor hacen a aquellos que no comulgan con tal doctrinario católico, ni con ninguno.

Cuando los políticos deciden acoger al llamado arcángel san Miguel en el Parlamento, lo que hacen es voluntaria dejación de representar a todos los navarros. Lo que hacen es representar únicamente a los que piensan en católico, y de estos, no a todos. Porque entre estos, también, existen personas que consideran que el carácter no confesional debe ser carácter respetado por las instituciones públicas. Entre ellos, lo piensan muchos votantes de Geroa Bai aunque no, probablemente, los militantes del PNV.

Dice Koldo Martínez que Navarra es mayoritariamente católica. Y que él se debe a la mayoría, soslayando, aunque no lo pretenda, a la minoría que no es católica; incluso, a la que es, pero nada inclinada a estas performances confesionales. Estamos ante un peligroso planteamiento político. Porque, consecuente con este principio mayoritario, Geroa Bai debería renunciar al gobierno y dejarlo en manos de UPN, pues esta es la opción política que obtuvo mayoría en las elecciones y representaría mejor en la Cámara el sentimiento político navarro.

El portavoz de Geroa Bai aseguraba, también, que no entendía por qué hay que negar dicha entrada a ese sentimiento católico en el Parlamento. Veamos algunos motivos razonables.

Primero, porque lo que entra en el Parlamento no es ningún sentimiento católico. Caso de que así fuera, entraría solo un determinado sentimiento católico. Pero ni así. Porque lo que de verdad entra es una imagen religiosa que, sin duda pertenece al ámbito católico, pero que tampoco lo representa de modo absoluto. Pues dicha imagen tampoco despierta el mismo sentimiento católico en los creyentes de esta secta.

Segundo, porque el Parlamento no es ningún lugar para hacer manifestaciones religiosas. No es una parroquia, ni una basílica, donde se va a rezar, a recitar salmos, quemar incienso o implorar el perdón divino, besar reliquias incorruptas o pedir su influencia para que baje el paro o aumente la inteligencia y honradez de los políticos

Tercero, porque el Legislativo es espacio público donde se hacen las leyes de un país que sirven, deben servir, para el buen ordenamiento político, social y económico de una sociedad plural y diversa.

Cuarto, porque el Legislativo es una institución civil, aconfesional que no organiza ni tiene por qué respetar ni representar sentimientos religiosos de nadie, ni, tampoco, humillarlos, ningunearlos o silenciarlos.

Ahora bien, si lo que se pretende es regodearse contemplando la imagen de los políticos de UPN y PP cantando «Mikel, Mikel, Mikel gurea, zaindu, zaindu Euskal Herria», resultaría hasta comprensible, pero tampoco. Hay mejores chistes.

Si sirve de referente histórico-religioso, recordaré que el capitán san Miguel de Aralar (sic) fue la imagen favorita de carlistas y de falangistas matones. Es la imagen por excelencia del terror representada por el fascista Stolz en la cúpula de los Caídos.

Poco importará saber a qué imagen retrospectiva de san Miguel de Aralar besarían los políticos de Geroa Bai. Si algo hace bien la Iglesia, es reciclar y acomodar su imaginería santa por muy trasnochada que sea a las condiciones políticas actuales. Seguro que san Miguel es, ahora, el gran protector de la democracia, foral y española, y, cómo no, máximo representante de la modernidad católica, símbolo de la tolerancia, del ecumenismo y de la concordia mundial.

Daría lo mismo. El asunto de fondo es que contemplaríamos una vez más la actitud genuflexa del poder civil ante el poder religioso, representado por un símbolo supersticioso de la fe católica. Nada más.

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