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Fundamentalismo religioso 2.0. La nueva hoguera de la “nueva” inquisición

El año 2015, la mandataria de ese entonces, Michelle Bachelet, durante su segundo gobierno envió al congreso un proyecto de ley para despenalizar el aborto en tres causales. Violación, inviabilidad del feto y peligro de vida de la madre, cuya penalización se legalizó en 1989 durante la dictadura de Pinochet. El proyecto se convirtió en ley el año 2017 a mediados de marzo con una votación en la cámara baja favorable por 70 votos a favor y 45 en contra, tras el paso por el senado con 22 votaciones a favor y 13 en contra. El apabullante apoyo en la sociedad que despertó el proyecto se vio reflejado en varias encuestas, como CEP, Radio Cooperativa, Imaginación, U. Central, UDP, Adimark, INJUV y muchas otras, donde los resultados son categóricos (todos sobre el 60% y algunos muy por sobre ello) en favor a que se legisle por la despenalización de la interrupción del embarazo y el respeto al derecho de una mujer a decidir, aunque se a en estas tres causales, a las que ninguna de ellas hubiera optado de manera voluntaria. La ley fue un avance, no mayor quizá, pero un avance al fin y al cabo, que liberó a Chile de la compañía de países como El Salvador, Malta, República Dominicana, Nicaragua y El Vaticano (cuyo único hospital no tiene maternidad ni se producen nacimientos, por tanto, no debería contar) respecto del atraso legal en que nos encontrábamos como país.

Sin embargo, la reacción de algunos parlamentarios y de algunas iglesias, en particular la católica, ante la posibilidad real de la promulgación y su aceptación de parte de la sociedad chilena, fue definitivamente espeluznante. Por una parte, el mandamás de la Iglesia Católica en ese entonces, el hoy renunciado cardenal Ezzati debido a situaciones de encubrimiento de abusos sexuales en su organización, señaló, previo a la votación en el poder legislativo, en entrevista a un diario local que “quienes se definen cristianos deberían ser coherentes con su fe” y, en amenazante tono, efectuó una reprimenda a los parlamentarios: “los laicos católicos están llamados a no sucumbir ante la tentación de divorciar el compromiso político de la fe que profesan”, tratando de ejercer coerción sobre el actuar de los legisladores, quienes justamente deben dejar de lado sus creencias personales y trabajar pensando solo en el bien de un país y en el respeto a todas las creencias y no creencias, pues no votan respecto a una fe, sino a las leyes que constituyen una nación y la totalidad de sus habitantes. Eso nos lleva, como analogía, a la siguiente interrogante: el día que existan parlamentarios que profesen la religión del islam ¿votarán o crearán leyes que obliguen a mujeres a cubrir sus cabezas? O si los hubiese en la religión judía ¿todo un país debe seguir el estilo de vida dictado en el Tanaj o el Talmud? Me auto respondo con un no rotundo, en virtud del estado laico que Chile dice ser.

Si bien el desesperado grito del cardenal no sorprendió del todo, se sumó a él el llamado, casi a la insurrección que realizó semanas después, el rector de la Universidad Católica de Chile, quien instó en varios medios de prensa a quienes quisieran poner en práctica la potencial ley, a realizarlo fuera de las instalaciones que dependen de esta Casa de Estudios, violando no sólo la libertad profesional de un trabajador de la salud sino que, bajo una implícita amenaza a la pérdida de la fuente laboral, pretendió violar el sentido del deber e imponer el “ideario” católico a todo aquel que trabaja y estudia en sus instituciones. ¡Qué lejos se encontraban esas frases de lo que implica una universidad!, de lo que implica la búsqueda de la madre nutricia por parte de los alumnos y potenciales alumnos quienes, dicho sea de paso, también levantaron su voz indicando que no todo el estudiantado piensa de la misma manera y pidieron ser respetados. A través de su rector, entonces, la universidad mencionada de alguna manera intentó obligar a los estudiantes y postulantes a pagar el costo de dejar de lado las creencias personales con tal de recibir un bien mayor, como es la educación, considerando que dicha casa de estudios es una de las mejores evaluadas dentro del paupérrimo rendimiento de los planteles superiores de Chile respecto al mundo, ya que tiene la más alta posición (170°) dentro del ranking mundial, seguida de la Universidad de Chile (209°), la USACH (451°) y la U. de Concepción y nuevamente una universidad con ideario religioso, como la U. Católica de Valparaíso, ambas dentro de los 601- 650º puestos [Quacquarelli Symonds, 2015].

Por otra parte, aunque de la misma manera, uno de los partidos políticos más ligados a la institución religiosa católica, con mayoría de ellos perteneciendo también a una de las facciones actuales más extrema de esa religión, el Opus Dei, dejó de manifiesto que, si llegasen a salir derrotados durante el proceso legislativo, concurrirían al Tribunal Constitucional con tal de anular su promulgación, lo cual finalmente hicieron, aunque sin resultado positivo. Más tarde se legalizarían reglamentos que incluyeron las objeciones de conciencia y algunas consideraciones. Ninguno de los tres mencionados reconocieron que para todos y cada uno de ellos lo único esencial fue imponer sus dogma s y posiciones respecto a la maternidad de la mujer a como dé lugar y avasallando con todo y con todos a su paso.

Algunos personajes históricos ya conocieron, siglos atrás, el rigor de lo que significa enfrentar una posición contraria a la de la Iglesia Católica, la cual es aún mayoritaria en esta parte del orbe, aunque en declive sostenido, y pagaron con sus vidas incineradas en la hoguera su oposición a las creencias contemporáneas de su existencia. Así, vimos arder a Giordano Bruno por tan sólo exponer su entonces incomprendida visión cosmológica, aunque correcta, pero demasiado quizá para los intereses de la época, pues su discurso fue visto como contradictorio con la vigente ley divina y los postulados que mantuvo a la clase clerical en los altos sitiales de poder hasta el medioevo y un par de siglos más. Del mismo modo, sucumbió ante el claustro eterno Galileo Galilei por la idiotez de exponer al mundo su apoyo a Copérnico y la teoría heliocéntrica. Paradójicamente, Francisco de la Cruz, por su pertenencia a un grupo religioso denominado los “alumbrados”, corrió la misma suerte que Bruno, al señalar que “…Cristo está más perfectamente presente en el alma de los justos que en el Santísimo Sacramento del altar” y por difundir un método particular de hacer oración que consistía en “impedir que los sentidos se vertieran al exterior y así lograr un estado de quietud en que el alma sin pensar ni en Dios ni ella”, y así hubieron muchos otros más que de la historia de la Inquisición fueron víctimas, tan solo por enfrentar la posición dominante de una institución religiosa. En un plano menor, también sucumbieron a la censura libros de Darwin, Boccaccio y obras como Las Mil y Una Noches, La Odisea y muchas más de todo el espectro literario, desde novelas y obras de ficción hasta tratados de cosmología o estudios filosóficos. Y no sólo en tiempos remotos. Cabe destacar el público acto de censura que realizó el año 2005 el entonces cardenal Tarciso Bertone al libro de ficción de Dan Brown El Código Da Vinci. El mismo cardenal que salió nuevamente a la luz de la opinión pública por la malversación de fondos destinados a niños del hospital del Vaticano para la mantención de su departamento de lujo de 600 mt², digno de su voto de pobreza, aunque ese tema es harina de otro costal.

Puse los ejemplos anteriores porque son muy bien conocidos localmente y ponen de manifiesto la política del terror aplicada por instituciones religiosas, como lo que se vio tras el triunfo legislativo de una ley que busca sacar de la ilegalidad el derecho de una mujer a la elección de la maternidad en casos realmente extremos e inhumanos, no es nueva ni será esta la última vez que la veamos en práctica y es aquí donde justamente recae la analogía del título que hoy nos convoca. Las razones de los fundamentalistas religiosos actuales, son las mismas que las de hace 500, 600 o 1000 años atrás. La imposición a través del canal de turno del poder reinante de sus dogmas, prácticas y doctrinas. Esta era de repúblicas y democracias tiene en el poder legislativo una de sus más importantes fuentes y es precisamente en dicho estamento estatal donde han puesto el blanco para sus dardos desde hace un tiempo.

Las iglesias en general y a nivel mundial van en constante declive en cuanto a personas que asisten a sus templos y si bien ello es empíricamente comprobable dando una vuelta por los 10 templos más cercanos a la redonda en el horario de su ritual, lo indican así hace bastante tiempo los estudios al respecto. En EE.UU. la NAMB (por sus siglas en inglés para Agencia Misionera Bautista de Norteamérica) hizo un compendio que demostraba la baja en la asistencia a las iglesias en dicho país. Y si en la década del 40 la asistencia era de más del 50%, en el 2000 se midió en un 19%, 18% el 2004 y 16% el 2010%, proyectando un 4% en 20 a 30 años [El pulso de una nación: suena la alarma, Jerry Williamson]. En otra encuesta aún más reciente, la misma Gallup Poll preguntó qué tan importante es la religión en sus vidas y del 61% del año 2008, bajó a un 50% el 2018 en un lapso de 20 años y con baja sostenida en cada medición bianual y de entre las preferencias religiosas, los que marcaron ninguna subieron de un 12% a un 20% en alza también en cada medición. En México, uno de los países con más apego a la religión en Latinoamérica, también los estudios demuestran lo mismo y entre los análisis que realizaron, sindicaron a la mayor escolaridad la baja en la asistencia y pertenencia a las iglesias, católicas en este caso mayoritariamente y protestantes en el primer caso. “Los niveles educativos también desempeñan un papel en la intensidad religiosa…a medida que aumenta el nivel educativo, la asistencia a la iglesia disminuye. Por ejemplo, entre los mexicanos más intensamente religiosos (los que asisten a la iglesia más de una vez por semana), un tercio sólo tiene educación primaria y una quinta parte carece de educación formal” [Cruce de espadas: política y religión en México, Roderic Camp]. En Chile, la situación no es muy distinta e incluso, ante la reciente visita de la máxima autoridad de la religión católica, aún mayoritaria entre las otras locales, la asistencia a sus actividades fue un fracaso, en cuanto términos de asistencia real versus expectativas [http://www2.latercera.com/notici a/visita-p ap al-menos-asistencia-la-esperada/].

De hecho, con motivo justamente de esa visita papal, Latinobarómetro presentó un Informe sobre el catolicismo y las otras religiones, donde Chile mostró una secularización acelerada alcanzando a Uruguay, en su condición de país menos religioso de la región. De hecho, América Latina pasó de tener cuatro países donde no domina el catolicismo en 2013 a tener siete países en esa condición en 2017. La misma encuesta reveló además un declive exponencial en la confianza de las personas con la institución dirigida por el visitante, donde obtuvo un 36% entre los que dijeron tener algo de confianza o mucha confianza. Los católicos abarcaron un 45% de adhesión en la encuesta, versus un 74% en 1995 en la primera medición realizada por la misma casa de encuestas, con declive bajo, pero sostenido en cada medición y nuevamente, con la pendiente de la curva diametralmente opuesta, los sin religión llegaron al 38%. [El papa Francisco y la religión en Chile y América Latina, Latinobarómetro 2018]. De seguro análisis como estos, con los mismos resultados y tendencias, existen para cada uno de los países de la zona americana, sin embargo, los debates que se han dado en la arena política, terreno exclusivo de las leyes de una nación, han estado marcados por la intrusión de las cúpulas eclesiásticas, no sólo en el debate, el cual está abierto para todos, sino a través de coerción a parlamentarios, bajo distintas modalidades y formas.

Las grandes leyes de los países actualmente giran en torno a las libertades, derechos de la mujer y la inclusión de minorías, y en todas ellas el lobby o el intento de “dirección del voto” para los legisladores ha sido no sólo ostensible, sino grotesca. Han sufrido esto las leyes de aborto, divorcio, anticoncepción preventiva y reactiva, matrimonio igualitario, identitario de género, entre muchas otras. El concepto de estado laico es antiguo y en Chile se consolidó ya el 1925, aunque con un retroceso grave en tiempos no democráticos, donde se alteró la educación y se legislaron penalizaciones que antes no existían, relacionadas con las premisas de grupos religiosos. Tras la vuelta a la democracia, aún existen políticos e incluso partidos que intentan continuar con la imposición de principios religiosos, que pertenecen sólo a un porcentaje de la población, a través de las leyes de los países. Anecdóticamente, una ex candidata presidencial en su campaña indicó que, si era electa, “no se apartaría un ápice de lo que dice la Biblia”. No resultó electa, pero me quedaron dudas sobre el alcance de ese comentario. Hoy, en Chile, se tiene incluso una bancada religiosa, la llamada “bancada evangélica” que dice relación con la religión que profesan y, según ellos, intentarán imponer también dichos principios en sus respectivas cámaras, violando nuevamente el sentido de un estado laico. En el íntimo cerco que rodea la persona y la individualidad, se puede profesar la creencia que más se acerque a los valores, ideas, actitudes y vida misma de cada uno, sin embargo, en su concepto más elevado, un Estado Laico separa ambas líneas, pues al gobernar, se hace para el total de los habitantes de una nación, incluso los que están de paso, y ellas no deben hacer distinción de algo tan profundamente personal e inviolable, como es la espiritualidad.

El temor a la poca efectividad que tiene el discurso religioso incluso entre sus propios adherentes voluntarios obliga a las cúpulas eclesiásticas y sus guiñoles a buscar, dentro de la legislación de una nación que debiese respetar el laicismo, los pilares que soportan la débil estructura de un discurso que se aleja de las realidades contemporáneas de cada país y sus prácticas.

Si nuestra candidez e inocencia nos hacía creer que las imposiciones de ideologías y creencias eran parte del pasado, hoy la realidad nos sacude y nos abofetea, mostrándonos el nuevo fuego de la ¿nueva? Inquisición.

Eduardo Quiroz Salinas

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