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Fugaz visita a una ciudad semidesierta

Quejas por el elevado coste de un viaje que no generó para Galicia el anunciado “retorno económico”. Los hosteleros se quejan de la escasa afluencia

El que ha hecho fotos no lo ha visto y el que lo ha visto no ha hecho fotos". El paso de Benedicto XVI ayer por las calles de Santiago de Compostela fue, sin lugar a dudas, fugaz. A pesar de que estaba previsto que el papamóvil en el que se desplazó el pontífice recorriese en media hora los escasos 11 kilómetros que separan el aeropuerto de Lavacolla del centro de la ciudad, católicos y curiosos que aguardaban horas apostados tras un férreo cordón policial vieron con decepción cómo el vehículo oficial del jerarca de la Iglesia realizaba el recorrido como una exhalación.

La plaza del Obradoiro, tras concluir la misa de ayer. EFEIba tan rápido que el pontífice ni siquiera tuvo ocasión de escuchar la composición Deus fratesque Gallaecia [Dios bendiga Galicia], compuesta para la ocasión y que debía interpretar en su honor -como en tiempos de Manuel Fraga- la Real Banda de Gaitas de la Diputación de Ourense.

Pecó también de optimista el Gobierno de la Xunta (PP), que había justificado el dispendio de tres millones de euros en el viaje papal -que apenas duró ocho horas- por el "retorno económico" que la visita supondría para Galicia. Había echado cuentas el Ejecutivo autonómico y calculó que 200.000 personas acudirían a Santiago de Compostela con la visita de Ratzinger como reclamo. Sin embargo, comercios y establecimientos hoteleros notaron más bien lo contrario, como indicaron a Público varios de estos profesionales. El aspecto desolador de las calles hizo que desde Radio Galega se emplazara a los compostelanos a "no asustarse por las medidas de seguridad" y acudir a recibir al Papa.

Radio Galega tuvo que animar a la gente a ir a recibir al Papa

Tampoco se llenaron los trenes -Renfe duplicó la oferta de plazas en todos los convoyes que circulan entre las ciudades gallegas-, ni se colapsó la ciudad, tomada desde hace varios días, eso sí, por los más de 6.000 agentes de Policía y Guardia Civil que velaron por la seguridad del pontífice, casi uno por cada asistente a la misa de ayer, donde por cierto sí se ocuparon las sillas instaladas al efecto. Mientras dueños de hoteles, restaurantes y tiendas de souvenirs se quejaban, los peregrinos, ajenos a todo, daban cuenta de los bocadillos traídos de casa en bolsas de plástico, pues el acceso con mochilas a la catedral estaba prohibido.

Unas horas antes, la capital gallega había amanecido engalanada con los colores amarillo y blanco del Vaticano en señal de bienvenida. No faltaron los globos de esos mismos colores, que soltaron los tres mil niños procedentes de los colegios católicos de Santiago. Los menores estuvieron toda la mañana entretenidos con atracciones hinchables a los pies de la estatua de casi tres metros del Papa que ha costado 98.000 euros sufragados mediante una cuestación popular.

Críticas al gasto

El dispendio no ha pasado inadvertido para el colectivo Galicia Laica. "Da igual que hayan venido 200.000 o 5.000 personas. Denunciamos el servilismo del Gobierno con la Iglesia católica, una organización homófoba y que permite la pederastia", criticaron fuentes de la entidad. A las puertas del casco histórico, mientras el avión de Ratzinger tomaba tierra en Galicia, un centenar de personas convocadas por Rede Feminista se quejaba del "dispendio de la visita papal" y reclamaba "libertad sexual y derecho al aborto".

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