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Frappuccino entre mártires. Parroquias mexicanas abren cafeterías para conseguir fondos

El guía de la catedral de Cuernavaca dice que “las monjitas” se apostaban en la puerta con sus cestos vendiendo galletas de nuez y vainilla y empanadas rellenas de piña y rompope. Con ese dinero financiaban la construcción de una modesta capilla en el convento hasta que, como los mercaderes en el evangelio, fueron expulsadas del templo. “Nos echaron de buenas a primeras”, lamenta Dora Elia Ramírez, la madre superiora.

El vicario de la catedral de la principal ciudad de Morelos prohibió hace unos meses la venta ambulante en el recinto porque colisionaba con los intereses del nuevo negocio que acaba de abrir: una cafetería donde se venden galletas y todo tipo de cafés e infusiones. Desde capuccino hasta té helado. La parroquia que alberga unos magníficos frescos del martirio de San Felipe de Jesús y los cadáveres de dos monjas momificados hace dos siglos ahora también cuenta con el atractivo de fungir como un Starbucks con un trasfondo más religioso que capitalista.

La idea de negocio se ha extendido a otras basílicas. Desde la Conferencia del Episcopado Mexicano comentan que en varias iglesias de la Ciudad de México, como la Esperanza de María, en Tlalpan, o la Santo Tomás Moro, en la colonia Florida, han emprendido el mismo camino. “Es una cuestión de hacer comunidad, de tener un lugar de encuentro para los feligreses, más que por un asunto monetario”, comenta una portavoz.

La decisión de abrir cafeterías en las catedrales ha sido especialmente dramática para las monjas de la Inmaculada Concepción, de Cuernavaca. En el monasterio solo hay 10 religiosas y una acaba de fallecer hace unos semanas a los 75 años. Cada vez son menos debido a una crisis de vocación de las nuevas generaciones y sus fuentes de financiación cada vez son más escasas. Las religiosas sobrevivían como podían vendiendo en la puerta de la catedral. “Ahora ya ni eso”, explica la hermana Ramírez, “nos quedamos en una situación muy precaria”.

La otra cara de la moneda es la del vicario de la catedral, Luis Millán. Los problemas de financiación y la necesidad de crear un lugar de esparcimiento fue lo que le llevó a abrir ese negocio que ha acabado sacando del juego a las monjas. “No genera grandes ingresos pero nos ayuda al mantenimiento”, dice Millán.

El párroco dice no haber escuchado las críticas de las religiosas y asegura que “algunas” de ellas pueden vender “de forma moderada”. Y es precisamente esto lo que le ha llevado a enfrentarse al resto de vendedores ambulantes, a los que sí se les impide el acceso.

“¿Cómo justifico que ellas puedan vender y el resto no? Era incómodo y estresante para los feligreses y turistas. Sobre todo en la entrada donde se acumulaban muchos de ellos”, defiende. Es por ello que decidió abrir el establecimiento para permitir que quien acuda a la catedral tenga un lugar donde “sentarse, descansar y disfrutar del templo”.

Quien también se ha servido del recurso de instalar una cafetería es el párroco de la Iglesia Santo Tomás Moro, Luis Alejandro Monrroy. Asegura que este espacio, junto a la librería con la que cuenta la parroquia, ha atraído a nuevos feligreses. Sus misas cuentan ahora con un mayor número de asistentes, aunque no tanto como le gustaría. Esta Iglesia que ofrece misas en español y alemán para la comunidad germana, tuvo que buscar nuevos feligreses ante el descenso del número de fieles de esta nacionalidad.

“La cafetería ayuda al encuentro entre feligreses de una manera natural”, asegura. Un espacio en el que se realizan presentaciones de libros, se fomenta la cultura católica y le permite al párroco charlar tranquilamente con quienes asisten al templo. En él se escucha música católica y si la televisión está prendida es la vida de los santos la que acapara la atención de estos fieles, hechos consumidores.

Exterior de la cafetería de la Iglesia Santo Tomás Moro en México DF
Exterior de la cafetería de la Iglesia Santo Tomás Moro en México DF
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