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Francia reabre el debate sobre el uso del hiyab y la defensa del laicismo

¿Es una expresión de la libertad religiosa o un arma para el proselitismo? Hace ya 30 años que Francia discute sobre si el velo islámico puede coexistir con el laicismo, un principio fundamental de la República. El debate ha vuelto a reabrirse con virulencia en los últimos días y ha alcanzado a Emmanuel Macron, árbitro reticente en un contencioso envenenado.

La polémica en torno al hiyab, que se arrastra desde 1989 –cuando el director de una escuela en Creil, localidad al norte de París, vetó la entrada a tres alumnas con velo– pone en evidencia las dificultades del modelo francés de integración. No se ha encontrado todavía la fórmula –¿o tal vez no existe?– para encajar, en una sociedad europea del siglo XXI, a una comunidad musulmana en la que una parte ha optado por una interpretación integrista de su religión. El permanente estado de alerta antiterrorista incrementa los recelos mutuos y enturbia la convivencia.

El último capítulo de la controversia comenzó a raíz de un episodio vivido el pasado 11 de octubre en la Asamblea Regional de Borgoña-Franco Condado. El diputado Julien Odoul, del Reagrupamiento Nacional (RN, ultraderecha), se quejó de que, en la tribuna del público, se sentara una mujer con velo negro que acompañaba a los niños de una escuela que visitaban el hemiciclo. El vídeo del incidente circuló por las redes sociales. Hubo escándalo y el momento emotivo de la mujer abrazando a su hijo, lloroso por la situación.

Las reacciones políticas a la actitud de Odoul no tardaron en llegar. Hubo ásperas críticas por la vertiente humana de la historia, por quienes tuvieron la sensación de que la mujer se sintió humillada y que este tipo de recriminaciones no hacen sino exacerbar los ánimos. Otros se mostraron de acuerdo con las razones de fondo de Odoul, sobre la necesidad de proteger el laicismo. Antes del incidente, Los Republicanos (LR, derecha) habían presentado ya en el Parlamento una proposición de ley para prohibir los signos externos religiosos a quienes acompañen a los niños en excursiones escolares.

El ministro de Educación, Jean-Michel Blanquer –uno de los miembros del Gobierno más activos y mejor valorados en las encuestas– recordó que la ley actual, del 2004, no prohíbe el velo a las acompañantes en salidas escolares, aunque añadió a su reflexión una coletilla que no gustó a muchos. “El velo en sí mismo no es deseable en nuestra sociedad”, sostuvo Blanquer.

El uso del hiyab divide a La República en Marcha (LREM), el movimiento creado por Emmanuel Macron. Las sensibilidades diversas en esta cuestión muestran la frágil amalgama del artefacto político que aupó al Elíseo a su actual inquilino. Al propio presidente se le reprochó que permaneciera callado demasiados días ante la última polémica. Finalmente habló, el pasado jueves, durante una entrevista mientras visitaba la isla de Reunión, departamento francés de ultramar en el Índico, a más de 8.000 kilómetros de París.

Macron insistió en que no ve problema en la exhibición del velo en el espacio público, pero sí cuando el hiyab influye en la educación de los niños. El presidente recordó que no es bueno “estigmatizar” a los musulmanes por la cuestión del velo, pero también reconoció que “hoy, en algunos barrios, en determinadas circunstancias, algunos, que no son mayoritarios, lo utilizan como un elemento de reivindicación, como uno de sus instrumentos o de señales de una forma de separatismo dentro de la República, de lo que llamamoscomunitarismo (repliegue en sí mismas de comunidades étnico-religiosas)”.

El jefe de Estado deploró situaciones en las que los padres, si son musulmanes integristas, se niegan a llevar a sus hijas al colegio, a que asistan a clases de natación o a que aprendan música, porque consideran que se les enseña un modelo de conducta equivocado, contrario al sistema político-social que propugna el islam purista.

El equilibrio que intenta Macron al abordar la cuestión del velo choca con una actitud mucho más dura y expeditiva de la extrema derecha y de la derecha. La líder de RN, Marine Le Pen, propone prohibir por completo el velo en el espacio público. Los Republicanos no están muy lejos de Le Pen. Según su líder en el Senado, Bruno Retailleau, “hace falta abrir los ojos: el islam político utiliza cada vez más el velo como marcador comunitarista , político y también sexista, para afirmar una sumisión de la mujer con relación al hombre”.

Desde la ola de atentados que arrancó en enero del 2015 –con el ataque a la sede de la revista satírica Charlie Hebdo –, el clima se ha enrarecido de modo considerable. Cualquier atributo externo de seguimiento integrista del islam genera prevenciones, cuando no miedos. La mayoría de las veces se trata de temores infundados, pues muchas de las mujeres que llevan velo lo hacen por tradición o, en el caso de las más jóvenes, por la confusión de identidades que padecen. Se sienten un poco perdidas entre la identidad francesa con que han crecido en la escuela y en la calle, y la identidad musulmana que han asimilado en sus hogares.

El potencial que tiene el velo islámico para enconar posiciones en la sociedad francesa se puso de manifiesto, en febrero pasado, con un modelo de hiyab que iba a ser comercializado por la multinacional de artículos deportivos Decathlon. La cadena tuvo que abandonar su plan de vender un pañuelo diseñado para que las mujeres musulmanas pudieran hacer deporte y, a la vez, seguir portando la prenda impuesta por su credo. La controversia alcanzó tal nivel que Decathlon optó por renunciar al artículo.

El laicismo, consagrado en Francia por una ley de 1905, es visto como una característica irrenunciable de la República. En su editorial de portada, el pasado día 16, Le Figaro advertía que “es urgente comprender que el uso del velo, la abaya (bata) y el burkini (traje de baño islámico) que se propaga en Francia no es, en efecto, un estilo de vestimenta ni un signo de respeto a una tradición, sino un acto militante, político, destinado a poner en cuestión nuestro modo de vida, nuestras leyes, nuestra sociedad”.

El reciente ataque en la prefectura de policía de París, donde un empleado informático mató a puñaladas a cuatro compañeros agentes, ha desatado otra vez las alarmas sobre el encaje del islam en Francia. Durante la ceremonia fúnebre por los cuatro asesinados, Macron propuso una “sociedad de vigilancia” y llamó a denunciar actitudes sospechosas de integrismo islámico con potencial violento. Fue un planteamiento arriesgado, pues la frontera entre la vigilancia y la delación es tenue. El pasado miércoles, Libération –portavoz del pensamiento de izquierdas –se hacía eco de este dilema de seguridad. “¿Todos vigilantes, todos vigilados?”, se preguntó el diario en un gran titular de portada, recordando el peligro de erosionar las libertades y de crear un sistema “de sospecha permanente”.

El semanario Marianne , que era de izquierdas pero ha virado su línea, dedicó su penúltimo número a la penetración de los islámicos integristas, en primer lugar los Hermanos Musulmanes, ante la inoperancia del Estado francés. “Los miembros de la cofradía avanzan sus peones en nuestro país –escribió la revista–. Su objetivo: reislamizar a la población árabo-musulmana y hacer que el islam que ellos preconizan gobierne todos los aspectos de su vida cotidiana”.

En este contexto, Macron tiene todavía pendiente un gran discurso estratégico sobre el futuro del islam en Francia. Varias veces se ha anunciado y otras tantas se ha postergado. Nunca parece el momento idóneo. No es sencillo para el presidente formular una propuesta que respete la pulsión laicista republicana y abra una vía realista y consensuada para que una mayoría de musulmanes sienta que es posible compaginar dos lealtades, a Francia y al islam.

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