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Francia: Macron quiere reorganizar el culto musulmán para frenar el extremismo

La coexistencia pacífica entre la religión musulmana –el segundo credo más practicado en el país– y los valores de la República es un tema que obsesiona en Francia, sobre todo después de la ola de atentados yihadistas. Emmanuel Macron, muy sensible al problema, está resuelto a tomar decisiones de calado para garantizar que, en el futuro, el culto musulmán no suponga una amenaza ni socave la cohesión nacional ni la convivencia. Su ambicioso objetivo es sentar las bases para que se desarrolle un islam francés, tolerante, moderno y con especificidad propia.

No está previsto todavía un discurso o un acto en el que el presidente francés anuncie un proyecto legislativo y explique a fondo sus planes. Pero se sabe que el momento se acerca. Hay presión ambiental. La opinión pública bulle. Se publican sin cesar artículos, libros. Proliferan los debates. No será fácil para el Elíseo detallar una iniciativa que, por lo que se ha filtrado, debe abordar aspectos tan delicados como la representación de la comunidad musulmana, la elección de sus interlocutores con el Estado, las normas de su financiación –para evitar los a menudo nefastos patrocinadores foráneos– y la formación de los imanes, factor crucial de la nueva estrategia en el Hexágono.

A requerimiento de Le Journal , que en su última edición dedicó la portada y cinco páginas interiores al asunto, Macron confirmó, con cautela, que “trabajamos en la estructuración del islam de Francia y también en la ­manera de explicarlo, lo cual es ­extremadamente importante”. El presidente dijo que se está trabajando “avanzando paso a paso” y que está consultando a muchos expertos. Citó, entre ellos, al sociólogo Gilles Kepel, a institutos especializados, como el Montaigne, y a representantes de todas las religiones para que ofrezcan sus puntos de vista. Se sabe, por ejemplo, que en las altas esferas leen con atención el último libro de Hakim el Karoui, L’islam, une religion française. El Karoui trabajó en la banca Rothschild, como Macron, y asesora al presidente. El ensayista propone una “contrainsurgencia cultural” de los musulmanes integrados en Francia y la elección de un gran imán francés, a imagen y semejanza del gran rabino judío.

El jefe del Estado no se arriesgó a hablar de plazos para implementar el proyecto, aunque sí anticipó que quería “poner los mojones de toda la organización del islam en Francia en el primer semestre del 2018”. Macron se preguntó, retóricamente, si al final del camino habrá un nuevo concordato (como con la Iglesia católica). Sin especificar cuál será la opción final, el titular del Elíseo subrayó: “Mi objetivo es, en cualquier caso, reencontrar lo que es el corazón de la laicidad, la posibilidad de creer o de no creer, a fin de preservar la cohesión nacional y la posibilidad de tener conciencias libres”.

Macron se había expresado ya sobre la cuestión antes de ser presidente, en actos, conferencias y entrevistas. Hay un hilo conductor claro. Ya en octubre del 2016, en un encuentro en Montpellier, cuando había dejado de ser ministro y se lanzaba a la presidencia, Macron dijo que el problema de Francia no era cómo se redefinía la laicidad sino cómo se convivía con el islam. Se preguntó “si nuestra República es suficientemente fuerte, suficientemente adulta, suficientemente responsable, alimentada de historia, para decidir integrar plenamente el islam en Francia”.

Uno de los consejeros del presidente fue muy explícito ante Le Journal du Dimanche. Según él, se tiene el propósito de “reducir la influencia de los países árabes, que impide al islam francés entrar en la modernidad”.

La “estructuración” del islam francés está siendo evocada por Macron en sus visitas al extranjero, como en Túnez, o con sus interlocutores musulmanes, como su homólogo turco Recep Tayyip Erdogan. Para tener éxito, necesita que se entienda bien fuera, para que no se torpedee la reforma, que se le dé una oportunidad.

Uno de los protagonistas de la iniciativa es el ministro del Interior, Gérard Collomb, exalcalde de Lyon y abiertamente masón. A Collomb le corresponde reformar el Consejo Francés del Culto Musulmán (CFCM), un organismo que se creó bajo la presidencia de Nicolas Sarkozy, pero que no se ha consolidado y no ha tenido efectos prácticos demasiado positivos.

Jean-Pierre Chevènement, que también fue ministro del Interior y preside la Fundación para el Islam en Francia, planteó hace unos días, en una entrevista con Le Parisien, la creación de una universidad, financiada por el Estado, dedicada a la formación teológica de los imanes que actúen en Francia.

Con el trasfondo del debate nacional sobre el islam, existe también en Francia, paralelamente, mucha curiosidad sobre las creencias religiosas del propio Macron. Él reconoció una vez que creía “en una trascendencia”, pero no estaba seguro de creer en Dios. En un reciente número, el semanario L’Express puso en primera página este título: “Macron, Dios y la política”. La revista insistía en “el misterio de su fe”, aunque recordaba que en alguna ocasión ha hablado de la dimensión “mística” de la política. Su esposa, Brigitte, proviene de una familia mucho más conservadora y practicante. No pasó desapercibido, pues, que cuando se celebró la ceremonia de investidura, ella se dirigiera a los líderes religiosos presentes y les dijera: “Recen por mi marido, recen mucho”.

Un familiar del presidente que habló con Le Journal du Dimanche pero quiso permanecer en el anonimato calificó a Macron, con cierta sorna, como “un objeto espiritual no identificado”, aunque dijo estar convencido de que “el misticismo está en el corazón del macronismo”. Tal vez este talante personal le ayude a saber encontrar un encaje adecuado para el islam en Francia y a convencer a la comunidad musulmana de sus buenas intenciones.

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