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Fiestas populares, caimanes y misas

El colectivo de Córdoba Laica manifiesta su apoyo a los argumentos apuntados por la Concejala del Ayuntamiento de nuestra capital, Alba Doblas, para no asistir a un acto religioso como representante municipal.

Y no podemos dejar de asombrarnos del “asombro” y la “indignación” que el simple cumplimiento con las obligaciones constitucionales y el respeto hacia las creencias, reales o folklóricas de la gente, provoca en una parte de la sociedad cordobesa en pleno s.XXI. Cuando estas reacciones o incluso la más tajante denuncia de toda la ciudadanía deberían producirse justamente por lo contrario, por la asistencia continuada de representantes institucionales, desde el Jefe del Estado a cualquier concejal de pueblo, a los innumerables actos religiosos, hasta ahora de la Iglesia Católica, mancillando impunemente la constitución y la libertad de conciencia de toda la ciudadanía, creyentes o no. Porque no se trata de que la señora concejala en cuestión asista o no en función de que comparta unas determinadas creencias, sino que en ningún caso puede participar en ningún acto religioso como representante institucional, por muy creyente que sea.

Algo que tienen claro desde hace siglos en todos los países europeos y la mayor parte del mundo. Menos en esos países que llamamos “fundamentalistas”, donde los “talibanes” imponen una religión que ostenta el poder y gobierna a toda la población. Claro que siempre que nos referimos a esos casos, pensamos exclusivamente en países islámicos, cuyo fanatismo religioso, aparte de atávico y contrario a los derechos humanos, nos parece “peligrosísimo” y poco menos que sinónimo de terrorismo. Nada que ver con un país democrático, libre y moderno como “el nuestro”, y una ciudad de progreso, tolerante y cultural como “la nuestra”.

Claro que nada esto estaría pasando si los políticos que nos representan, y un sinfín de autoridades ciudadanas de todo tipo, no nos tuvieran acostumbrados a este reiterado incumplimiento constitucional en aras de tal o cual tradición o la populista rentabilidad electoral. Si los verdaderos creyentes no permitieran a su Iglesia la intolerancia y la intromisión en las conciencias de los demás. Y si la ciudadanía correspondiente ejerciera como tal, al margen de  participar o no en las tradiciones y creencias que cada uno quiera, exigiéndoles a las autoridades y a la Iglesia el respeto   que todos nos merecemos.

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