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Fetichismo de Estado

El ser humano ha construido su cultura entorno al símbolo, desde la primitiva iconografía religiosa, los escudos nobiliarios, los símbolos patrios, los distintivos de los clubes deportivos,  hasta los logotipos de las marcas de las industrias contemporáneas. Incluso desde lo individual nos identifica una huella digital o una firma, es decir, que un signo es quien certifica nuestra identidad.

El símbolo es una construcción humana, usada como herramienta de comunicación de forma gráfica, que permite exteriorizar cualidades, creencias, conceptos, valores, emociones, metas o historia. En el caso de una creencia sobrenatural el símbolo se vuelve un fetiche mágico, es decir, que se lo considera un receptáculo de poder para conceder deseos o proteger al portador  o sitio que lo aloja.

Los que se sienten dueños de algo le ponen su marca, esta práctica existe desde la antigüedad, por ejemplo con el ganado. Incluso el ser humano ha llegado a marcar a otro semejante a fuego, para dejar claro que lo sometía y ejercía un poder sobre éste. Ser el propietario de un símbolo religioso o una marca registrada reconocida, otorga una posición de privilegio.

En la formación de cada Estado, en cada revolución social, política o cultural el símbolo sirvió para guiar a las masas, porque genera sentido de pertenencia, marca territorio y da testimonio de poder.

El símbolo es capaz de influir en la conducta de las personas, puede llegar a manipular por convencimiento o intimidación. Por eso existe una veda en los momentos cercanos al sufragio y no se permite explicitar simbología partidaria.

Cuando una organización quiere lograr popularidad e influir en las personas para convencerlas de algo utiliza el patrocinio, que consiste en ubicar el símbolo que la caracteriza en una persona o lugar importante a cambio de algún valor, así por transitividad obtiene legitimidad y prestigio. Con las vírgenes y crucifijos sucede al revés, los ubican en espacios estatales y el Estado aporta dinero a los propietarios de la marca religiosa.

El símbolo nunca es inocuo ni inocente, especialmente cuando esta ubicado en un lugar de poder; adoctrina.

Hagamos el ejercicio mental de reemplazar las vírgenes y crucifijos que están en los espacios públicos por: otros símbolos religiosos, o por logotipos de marcas de gaseosas, de ropa deportiva, de clubes deportivos, de comida rápida, o la bandera de otro país. ¿Qué sensación nos produce? Seguramente nos resulta incómodo, esto es así porque se invade lo público, lo que nos pertenece en alguna medida.

El espacio público es de uso colectivo y en él se realizan las más diversas actividades, es función del Estado regular su utilización para el beneficio de toda la sociedad, y evitar que un sector se lo apropie permanentemente. En lo tangible comprende las vías de circulación abiertas: las calles, las plazas, las carreteras, los parques, los edificios públicos, las estaciones de los medios de transporte público, las bibliotecas, las escuelas, las universidades y los hospitales. Son lugares de expresión, de pertenencia, de intercambio, en donde la libertad y la igualdad deben primar.

La entronización permanente de símbolos de carácter privado en el espacio público es sin duda un acto de autoritarismo.

Actualmente podemos ver íconos de la Iglesia Católica Apostólica Romana invadiendo lo que a todos nos pertenece. Cruces y vírgenes en Juzgados ostentando poder, en escuelas adoctrinando niños, en estaciones de transporte público y rutas acosándonos en nuestro tránsito cotidiano, en las plazas interrumpiendo nuestro esparcimiento, en comisarías y presidios recordándonos el sufrimiento y la tortura, en centros de salud estatales imponiendo su doctrina moral.

Transformar el espacio público en una gigantesca sala de exhibición del politeísmo católico apelando a su participación positiva en la construcción de la Nación, carece de rigor histórico. Nuestro país en sus comienzos transitó el camino de emancipación de dos yugos, el del absolutismo real español y el del Vaticano. El Vaticano entre 1810 y 1860 no reconocía a los gobiernos americanos, a los que tildaba de  facciosos y heréticos, halagando al Rey de España y procurando inclinar en favor de éste a sus fieles. Pío VII y León XII condenan por medio de dos bulas a la Revolución Americana. León XII comparaba a los héroes de la Revolución con "langostas devastadoras de un tenebroso pozo", y se expedía en este agresivo lenguaje respecto a los gobiernos revolucionarios: …"esas Juntas que se forman en la lobreguez de las tinieblas, de las cuales no dudamos en afirmar con San León Papa, que se concretan en ellas, como en una inmunda sentina, cuanto hay y ha habido de más sacrílego y blasfemo en todas las sectas heréticas".

La tradición no es excusa para entronizar imágenes de deidades, si ese fuera un argumento válido los pueblos aborígenes tendrían más derecho. Las costumbres de los pueblos cambian, si nos guiáramos sólo por lo tradicional viviríamos en una monarquía,  la mujer no podría votar, seguiríamos teniendo esclavos y la homosexualidad sería una enfermedad.

La construcción del Estado laico es un trabajo que han venido realizado, desde los principios de nuestra historia, los ciudadanos comprometidos con los valores republicanos. Tempranamente se eliminó de la Constitución Nacional la religión de Estado, dejando solamente un sostenimiento económico, luego se comprendió que el Estado debía garantizar un tratamiento laico a los eventos fundamentales de la vida de las personas, y se secularizó lo relacionado con el nacimiento, la educación, la salud, el matrimonio, el divorcio y la muerte. En cada golpe de Estado la Iglesia Católica Apostólica Romana intentó imponer el mito de la “Nación Católica” y establecer su pensamiento único, dejando como testimonio su simbología en todos los sectores públicos.

Intentar lograr la igualdad colocando en el espacio público todos los símbolos religiosos es un error. En primer lugar porque existen 3500 cultos registrados y muchos más que no lo están, necesitaríamos un espacio gigantesco para ubicarlos a todos. En segundo lugar tendríamos que permitir que todas las organizaciones de la sociedad civil puedan colocar sus símbolos, sino estaríamos discriminando. Finalmente, en tercer lugar la iconografía de una religión muchas veces ofende a otra

Los fetiches como política de Estado son absolutamente inútiles. Si queremos sanar necesitamos mejor salud pública, si queremos estar protegidos mejores fuerzas de seguridad estatales, si queremos solución a nuestros problemas individuales y sociales necesitamos la mejor educación pública e investigación.

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