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Feliz Solsticio de Invierno

El origen primigenio de lo que llamamos Navidad o Nativitatis cristiana se remonta al principio de los tiempos. Prácticamente todos los pueblos y culturas de la antigüedad celebraban, aunque con ritos diferentes, lo mismo: el Solsticio de invierno; es decir, festejaban y solemnizaban el día más corto del año, que suele coincidir con los días 20 o 21 de diciembre, la creciente presencia del Sol, que a partir de ese momento empieza a alargar paulatinamente la luz del día y acorta la oscuridad de la noche.

En realidad, la actual navidad sólo empezó a celebrarse a partir de bien entrada la Edad Media , y fueron los jerarcas cristianos de la época los que fijaron la fecha del 25 de diciembre para que la celebración del supuesto nacimiento del dios cristiano sustituyera a las fiestas del Solsticio, escondiera su significado natural de homenaje al cambio de ciclo de la natura, y anulara el simbolismo espiritual, intrínseco a esa fiesta, del triunfo implacable del sol sobre la oscuridad, del conocimiento sobre la ignorancia, de la fertilidad sobre la aridez, de la alegría sobre la tristeza, de la luz sobre las tinieblas.

El sol, desde el 21 de diciembre, comienza su escalada y su creciente presencia en la vida del Hemisferio Norte del planeta. Su calor supondrá una próxima renovación de la vida, y hará posible en pocos meses una nueva eclosión de la natura en primavera con sus consiguientes regalos de frutos, cosechas, lluvias y todo un inmenso manto de hierba fresca, simientes nuevas, flores, belleza y color (donde no hayan asfaltado los de la burbuja inmobiliaria del PP, por supuesto).

Ese era y es, en esencia, el sentido primigenio de unas fiestas que tanto griegos, como mesopotámicos, como romanos, bretones y celtas celebraban en consonancia con los ciclos de la natura. El cristianismo, repito, simplemente hizo suyas unas fiestas que no lo eran, y acordaron, como motivo de celebración que suplantara el original, el nacimiento de un niño en condiciones de pobreza y escasez.

Respeto absolutamente el motivo de celebración cristiana de la navidad; se da por supuesto, y más en un país de larga, intensa y profusa hegemonía de la confesión católica. Sin embargo, también considero dignos del mismo respeto a todos aquellos que, conscientes del origen real de esta celebración, deciden celebrarlo de otro modo, a través de los ritos de otra confesión, o a través de ningún rito, adhiriéndose, simplemente, al significado esencial y natural del inicio de un nuevo ciclo de la naturaleza, que es, finalmente, para cada uno de nosotros, el nacimiento de otro nuevo ciclo en nuestras vidas.

Y, sea como fuere, cada día somos más las personas que rechazamos la orgía consumista navideña, la hermandad prefabricada, el amor familiar que a veces es tan falso como lo son muchos mensajes comerciales que multiplican su beneficio sobre ventas;  la impuesta, que no electa, algaraba social que incita a ablandar los corazones en sólo unos días al año, a consumir indiscriminadamente, a ignorar el sufrimiento humano que nos rodea, a pesar de que nos llegan mensajes superfluos de falso amor y falsa fraternidad.

No hace falta mucho esfuerzo para reconocer a muchos niños que también nacen, no hace dos mil años, sino en el mundo actual, en la más absoluta de las miserias. Millones de niños siguen muriendo de escasez y de pobreza en el mundo del siglo XXI, y miles de niños españoles están sufriendo las lacras económicas, sociales y personales del abuso y la indecencia de algunos sectores del poder. Y, puestos a celebrar, podríamos llegar a festejar el final de la miseria extrema en el planeta si de verdad hubiera un mínimo de bondad, de respeto al prójimo y de amor a la humanidad, eso que debería ser lo que de verdad nos uniera en estas fiestas.

Por ello, desde el mayor de mis respetos a todos y cada uno de los modos, ideologías, creencias, tradiciones y maneras de celebrar el final del año y el renacimiento, una vez más, de otra etapa de vida, que nos viene a recordar que toda cambia, aunque, en esencia, también todo queda, felicito a mis seres amados y queridos, a mis amigos, a mis cómplices de camino y a todas las personas de buena voluntad;  deseándoles lo mejor, y anhelando que sea posible que, entre todos, lleguemos a ser capaces algún día, como la madre natura, de renovarnos y de asumir que es de todos la tarea de crear, tanto en nuestro ámbito personal como en el político y social, un mundo más verdad, más solidario, más justo, más hermoso y más humano.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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