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¿Existió Jesús?

Espero que nadie se moleste si he elegido un día como hoy para hablar de la historicidad de Jesús. Lo siento, pero no se me ocurre fecha mejor. No voy a hablar de Jesucristo (Jesús tras la resurrección), que corresponde a la teología, sino sobre si hace unos 2.000 años vivió un hombre, del que casi no sabemos nada, pero que inspiró la religión más importante de la Historia.

Vaya por delante que escritores tan poco sospechosos de simpatía por la Iglesia Católica como Gonzalo Puente Ojea (Elogio del ateísmo, El mito del alma o La religión ¡vaya timo!) o Pepe Rodríguez (que acaba de reeditar Mentiras fundamentales de la Iglesia Católica) creen que sí existió. Yo no, y la mía es una posición minoritaria. Quizás ahora está un poco más extendida gracias al documental El dios que no estuvo ahí (el que Peter Joseph pirateó sin miramientos en Zeigeist), pero tampoco mucho.

Lo siento, pero para defender que Jesús está basado en un personaje real hay que hacer un verdadero esfuerzo de credulidad. Si fue un mortal el que inspiró el mito, hay que asumir que no pudo hacer ninguno de los prodigios que se le atribuyen (sanar enfermos, multiplicar alimentos, andar sobre las aguas…). Y si no los hizo, ¿cómo pudo inspirar el mito? ¿Qué hizo que le llevase a destacar entre sus coetáneos si hasta falló al anunciar la inminente llegada del Reino de Dios?

Para salvar este obstáculo hay quien dice que pudo existir un profeta, entre los muchos que había en esa época y lugar, que sobresalió entre los demás, y en él se basó el cristianismo. No hay pruebas que apoyen esta tesis y sí muchos motivos para dudar. En todo caso, el mito se pudo inspirar en la figura de los profetas en general, pero en ninguno en particular. Eso explicaría por qué ni siquiera los evangelistas se ponen de acuerdo sobre cuestiones tan básicas como la fecha y el lugar de nacimiento de Jesús.

Cabe recordar que Pablo en ninguna de sus cartas alude al Jesús-hombre, y eso que sus textos son los más antiguos del Nuevo Testamento. Tan poca importancia le dio al Jesús ‘real’ que ni siquiera se molestó en visitar Palestina o intentó contactar con aquellos que pudieran haberle conocido. No hay motivo para sorprenderse. Hasta fecha tan tardía como principios del siglo IV no hay constancia de que nadie creyera que existieran lo que hoy llamamos ‘lugares santos’ (los escenarios de la vida de Jesús).

La verdad, la única que hay, es que prácticamente ningún historiador de la época cita a Jesús. Ni siquiera Plutarco (46-120 d.C.), cuando ya circulaban textos escritos sobre el mesías, le dedicó una línea: nunca oyó hablar de él. De hecho, los pocos textos en los que se menciona a Jesús o Jesucristo son falsificaciones, manipulaciones o alusiones ambiguas, como las que se atribuyen a Flavio Josefo, Plinio el Joven, Tácito o Suetonio. Lo siento, pero si hubo un Jesús histórico tuvo que dejar mucho más rastro.

Los relatos de los evangelistas canónicos, tan distintos entre sí, tampoco sirven. No dudo de su valor doctrinal pero ya es hora de asumir que su valor histórico es bien escaso. No sabemos ni quién los escribió ni dónde lo hicieron, sólo que de cada uno de los cuatro textos hay múltiples versiones con grandes diferencias entre sí (por ejemplo, el hecho de la mujer adúltera no aparece en las primeras redacciones de San Juan, ni la resurrección en las primeras de San Marcos, el más antiguo). A los interesados en esta cuestión, los remito a Jesús no dijo eso (Bart D. Ehrman. Ed. Crítica).

De hecho, cuando los evangelios fueron escritos, ni siquiera se atribuían a un autor concreto. La autoría se añadió luego, con la pretensión de hacerlos pasar por testimonios directos de la vida de Jesús. Desde el punto de vista de la investigación histórica, sólo hay una forma de referirse a los evangelios (canónicos o no): falsificaciones en las que cada autor arrimaba el ascua doctrinal a su sardina y quitaba o ponía lo que le venía en gana en función de intereses políticos y religiosos concretos. Nada nuevo bajo el sol: la práctica de falsificar textos históricos y atribuirlos a grandes personalidades (desde Hipócrates a Platón, pasando por Aristóteles o Cicerón) era moneda común en el mundo clásico.

Más cosas. El mensaje de Jesús, por ejemplo. ¿Cómo pudo ser tan confuso? En los primeros tiempos del cristianismo había corrientes tan distintas como los ebionitas (cristianos judíos) o los marcionistas (antijudíos) enfrentados entre sí por ver quiénes eran los verdaderos cristianos. Lo mismo podríamos decir de los gnósticos (que no creían en un Jesús humano) y los literalistas. Es decir, cuanto más nos remontamos en el tiempo y más nos acercamos a la época en que vivió Jesús, más diferencias doctrinales hay sobre quién fue y qué dijo. Sospechosísimo.

Sinceramente, no creo que hubiera un Jesús histórico. Y el principal problema es el movimiento gnóstico. Ellos no concebían un Jesús de carne y hueso, y la salvación sólo era posible mediante el conocimiento. Hasta ahora se nos ha querido convencer de que el gnosticismo fue una herejía del ‘verdadero’ cristianismo, pero todo apunta a que convivieron durante siglos.

No hubo ningún hombre al que se le añadió el mito; había un mito al que se le añadió un hombre. Y ese hombre se configuró con elementos ya conocidos en otras culturas, desde un nacimiento virginal, la trinidad, la resurrección o la misma comunión (que se conocía mucho antes de que se celebrara la última cena). Aquí, menos Zeigeist y más Los misterios de Jesús (Timothy Freke y Peter Gandy. Ed. Grijalbo)

Pero ¿es posible que millones de personas crean en algo que nunca ocurrió? Sí, sí, sí y cien veces sí. El ejemplo más próximo es El libro del mormón, una fantasía que lleva como subtítulo ‘Otro testamento de Jesucristo’. El libro se lo inventó en 1830 John Smith (dice que se lo entregó un ángel) y hoy cerca de 12 millones de personas del planeta creen a pies juntillas que Jesús, tras la resurrección, se fue a EEUU, la Tierra prometida, a predicar. Es sólo un ejemplo de cómo se construye una ‘Verdad’.

Pero que nadie se asuste ni se me querelle por genocidio. Lo único que importa son las cualidades y la validez del critianismo como creencia o 'filosofía´. Mitificar es la base de la cohesión social. La historia de Jesús (histórico o no) no está más mitificada que la Revolución Francesa, la emancipación de los esclavos en EEUU o la Copa del Rey. Podría haber hablado de estos temas, pero la fecha no acompaña.

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