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Europa: de laicos y laicistas

El presidente Zapatero ha dicho recientemente que Europa «es la cuna» de una visión laica de la sociedad. Estoy de acuerdo con él, siempre que no entienda por laico lo contrario de católico, cosa de la que no estoy seguro del todo, pues intuyo que usa deliberadamente –más de una vez– esta burda contraposición para azuzar a su electorado potencial con el estímulo siempre picante de la confrontación religiosa.
La laicidad no constituye un sistema de ideas y creencias contrapuesto al catolicismo o a cualquier otra confesión religiosa, sino que es una actitud vital o pauta de comportamiento que impone una rigurosa separación del ámbito de la fe del ámbito de la ciencia, de la esfera de la Iglesia de la esfera del Estado. A Dios lo que es de Dios y al césar lo que es del césar. Consecuentemente, la laicidad no constituye un repertorio de dogmas y principios, ni una ideología, ni una concepción filosófica. La laicidad exige, por el contrario, espíritu relativizador respecto de las creencias propias, tolerancia para con las ajenas, así como una punta de soterrada y distanciada ironía para todas, lo que impide tanto la exaltación fanática como la visceralidad agresiva.
De lo que se desprende que hay que distinguir al laico del laicista, «término este último –escribe Claudio Magris— usado para designar una arrogancia agresiva e intolerante, opuesta y especular a la del clericalismo», ya que «no solo el clericalismo injerente e intolerante es lo contrario de esa laicidad, sino también la cultura o seudocultura radicaloide y secularizada dominante, [cuya] pomposidad es bastante poco laica, al igual que la beatería».
Es bueno –más que bueno: exigible– que todos los políticos sean verdaderamente laicos, para que ninguno de ellos se proponga –como tantas veces en el pasado– el objetivo de cambiar la mentalidad de la gente. Lo mismo da, a estos efectos, que sean de derechas o de izquierdas, porque el mal no radica en el contenido del respectivo dogma, sino en lo que significa el intento de imposición: la negación de la libertad personal. Porque, allegados, todos los clericalismos son iguales.

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