Asóciate
Participa

¿Quieres participar?

Estas son algunas maneras para colaborar con el movimiento laicista:

  1. Difundiendo nuestras campañas.
  2. Asociándote a Europa Laica.
  3. Compartiendo contenido relevante.
  4. Formando parte de la red de observadores.
  5. Colaborando económicamente.

Eugenio y la última batalla de los paganos de Roma

El cine de Hollywood ambientado en la Antigua Roma nos ha ido inculcando a lo largo de los años como los cristianos fueron brutalmente perseguidos por los crueles emperadores paganos del Imperio. El Nerón enloquecido, los gladiadores sedientos de sangre o los fieros leones devorando cristianos nos han hecho creer que aquellos primeros seguidores de Jesús eran pacifistas que sufrieron el martirio únicamente por profesar su fe. Sin embargo, la realidad histórica como siempre termina siendo bien distinta.

Las hordas paleocristianas, presas del fanatismo de la nueva religión monoteísta que obligaba a someterse a un único dios todopoderoso, se lanzaron a la destrucción de los templos paganos y a la persecución de los practicantes de dichas religiones politeístas, al tiempo que incendiaban bibliotecas y clausuraban teatros y festividades populares como los Juegos Olímpicos, ya que el conocimiento científico, la reflexión filosófica y el entretenimiento deportivo o cultural eran vistos por los cristianos como comportamientos idólatras, heréticos y demoniacos.

De hecho, su llegada al poder no se debe al heroico martirio que nos muestran dichas películas, sino a dos factores esencialmente maquiavélicos. En primer lugar, a una magistral campaña de propaganda por los confines del Imperio con un mensaje de salvación muy simplificado que podía ser asumido por cualquier persona iletrada, y en segundo lugar, a una infiltración en las esferas de poder que terminaron provocando que hubiese emperadores cristianos. De hecho, el primero de ellos, Constantino, impuso la nueva fe mediante las armas en la Batalla del Puente Milvio en el año 312, y tan solo unos meses más tarde, promulgaba el “Edicto de Milán”, el cual otorgaba vía libre a los cristianos para la imposición de la fe monoteísta. Paralelamente, Constantino concedió a los obispos enormes privilegios y los situó en puestos clave del gobierno.

Durante las siguientes décadas, una sucesión de emperadores cristianos fue otorgando cada vez mayor hegemonía a la nueva fe monoteísta, mientras las legiones romanas dejaban vía libre a las hordas cristianas para hostigar a los practicantes del resto de religiones, incluyendo a los filósofos y pensadores, que eran acusados de infieles. De esta manera, se iniciaba la destrucción de todo el caudal de conocimiento que tanto griegos como romanos habían legado a la humanidad desde el siglo de Pericles. La deriva fundamentalista alcanzó su cénit en el año 380, cuando el “Edicto de Tesalónica” promulgado por el nuevo emperador Teodosio proclamaba al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano, condenando a la desaparición y a la persecución a todas las demás. Dicha política destructiva se consumó en el Imperio Romano de Oriente, con capital en Constantinopla. donde el cristianismo era mayoritario y los reductos de paganismo podían ser destruidos más fácilmente (recuerdo al lector que por aquel entonces el Imperio se encontraba ya de facto dividido en dos zonas).

Sin embargo, en Occidente la represión cristiana se encontró con la resistencia del Senado y de las clases ilustradas. Al ser Roma su capital, la ciudad eterna que concentraba todo el legado intelectual, cultural y artístico de la milenaria civilización, imponer una fe bárbara y extranjera como la cristiana era más complicado, ya que los ciudadanos romanos no estaban dispuestos a ver arrasados sus templos, festividades y costumbres así como así. El aumento del fanatismo cristiano durante el mandato de Teodosio no hizo sino empeorar las cosas, ya que Valentiniano (el Emperador en Occidente) actuaba como un títere de Teodosio ejecutando sus políticas persecutorias sin tener en cuenta la realidad romana. Por ello, los senadores paganos liderados por el erudito Nicómaco Flaviano, así como el ejército comandado por el “magister militum” Flavio Arbogastes, también pagano, estaban cada vez más recelosos de Teodosio y Valentiniano, y cuando murió este último en el año 392, se negaron a aceptar que Teodosio desde Constantinopla nombrase a un nuevo emperador cristiano para Roma. Entonces, elevaron a la púrpura (al trono imperial) a Flavio Eugenio, un reputado profesor de gramática que era partidario de las tesis paganas.

Una vez en el poder, Eugenio nombró a Flaviano como prefecto imperial, y asimismo consolidó a Arbogastes como magister militum. Desde las instituciones romanas occidentales, este triunvirato pagano paralizó inmediatamente las persecuciones religiosas, limitó el poder de los cristianos e inició una política destinada a recuperar el esplendor de la cultura politeista romana. Durante los dos años siguientes fueron restaurados el Altar de la Victoria dedicado a los dioses romanos en el Senado, así como el Templo de Venus de la ciudad. Igualmente, volvieron a celebrarse los espectáculos de entretenimiento como el teatro y el circo, al tiempo que la llama sagrada custodiada por las sacerdotisas vestales era prendida de nuevo. Del mismo modo, al limitar el poder de la jerarquía eclesiástica, muchos manuscritos fueron salvados de la quema, y la filosofía y la ciencia pudieron volver a desarrollarse en el Imperio occidental al amparo de esta nueva política pagana de Eugenio. Sin embargo, la alegría no les duró mucho. El poderoso obispo de Milán, Ambrosio, lanzó fuertes acusaciones contra el gobierno de Eugenio acusándole de llevar a cabo una política herética, y sus palabras llegaron a la corte de Constantinopla en Oriente.

Teodosio, que había perdido el control de Occidente tras la entronización de Eugenio, no había dejado de conspirar desde entonces para acabar con dicha resurrección del paganismo, y utilizó las acusaciones del obispo Ambrosio como excusa para declarar la guerra al gobierno pagano de Eugenio, Flaviano y Arbogastes. Así, en el año 394, tan solo dos años después de la restauración del paganismo en Roma, Teodosio lanzó a sus tropas a la conquista de Occidente para imponer de nuevo la hegemonía cristiana. Eugenio envío sus legiones para defender Roma, y el choque decisivo tuvo lugar en la batalla del Río Frígido, en la actual frontera entre Italia y Eslovenia. El combate fue igualado, ya que Arbogastes había logrado tejer una red de alianzas con las tribus francas y lombardas, por lo que momentáneamente las legiones paganas de Occidente lograron contener a las poderosas tropas cristianas de Oriente. Sin embargo, las condiciones climatológicas inclinaron la balanza a favor de Teodosio, y el ejército de Eugenio fue finalmente derrotado, siendo el propio emperador capturado y ejecutado por orden de Teodosio. Arbogastes, acorralado, no tuvo otra opción que suicidarse, mientras que Flaviano, también acabó con su vida al darse cuenta de que era el final de la Roma clásica.

Así, tras la batalla del Frígido, Teodosio puso fin al resurgimiento pagano en Roma, y antes de morir nombró a su hijo Honorio como Emperador en Occidente. Muertos Eugenio, Arbogastes y Flaviano, no quedó nadie que pudiese volver a articular una contraofensiva pagana, y en las décadas siguientes, el fanatismo cristiano terminó de destruir los últimos reductos que aún quedaban de la cultura politeista. En menos de un siglo, el Imperio romano occidental culminó su proceso de cristianización, barbarización y desintegración, y en el año 476, el último emperador fue depuesto por los hérulos, iniciándose la oscura época medieval hegemonizada por la Iglesia y que terminó sepultando y condenando al olvido durante más de mil años toda aquella refinada civilización grecorromana que, posteriormente, descubriríamos que nos había legado nada menos que la filosofía, la ciencia y la democracia, pero que sin embargo, fue destruida bajo el fuego de la barbarie cristiana. En resumen: la implantación del cristianismo no fue pacífica ni armoniosa, se hizo con el hierro de las espadas y a costa de la destrucción de una avanzada civilización que luchó por su supervivencia hasta el final. Pero como la historia la escribieron los vencedores, en la escuela estudiamos a Teodosio en lugar de a Eugenio, y a San Agustín en vez de a Hypatia.

Total
0
Shares
Artículos relacionados
Total
0
Share