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Estado laico, incertidumbres científicas y aborto

Quienes defienden la penalización del aborto en toda circunstancia parten de tres supuestos, que asumen como incontrovertibles: i) que todo óvulo fecundado es ya una persona; ii) que por eso, ninguna interrupción voluntaria del embarazo es justificable, pues destruye a un ser humano y equivale a un homicidio; y iii) que por ello el aborto debe estar penalizado en todos los casos, con el fin de proteger la vida humana.

Pero esos tres supuestos no son obvios. En esta columna me centraré en la discusión del primero y abordaré ulteriormente el examen de los otros dos.

Contrariamente a lo afirmado por algunos analistas o políticos, no es cierto que la ciencia haya dicho que desde la concepción ya hay una persona. Lo que la ciencia puede decir es que desde ese momento hay un material genético irrepetible y una vida humana en formación. Pero asumir que por ello ese cigoto es ya una persona es un asunto controvertido, pues obviamente ni el cigoto ni el embrión ni el feto en sus primeras fases de desarrollo tiene todos los atributos propios de una persona.

Por ejemplo, la capacidad de sentir es razonablemente un atributo esencial de la persona. Ahora bien, la ciencia tiene claro que un feto de varias semanas no experimenta ningún dolor. Así, el año pasado, el “Colegio Real de Obstetras y Ginecólogos” del Reino Unido presentó un informe sobre “conciencia fetal” (fetal awareness), en donde revisó todos los estudios científicos disponibles en esta materia. El informe, de fácil acceso en la web, concluye que un feto no puede experimentar dolor antes de las 24 semanas de gestación, pues antes de ese momento no existen conexiones suficientes entre el córtex cerebral y los nervios periféricos, y sin esas conexiones es imposible experimentar dolor.

Muchos pueden considerar entonces que por esa razón un feto de menos de 24 semanas no es aún una persona humana, pues no se debe confundir, en las palabras de Aristóteles o Santo Tomás, el acto con la potencia. Esto es, que el cigoto o el feto es una persona sólo “en potencia”, ya que tiene toda la posibilidad de llegar a convertirse en un ser humano, pero no es aún una persona “en acto”, pues aún no ha realizado todos los atributos del ser humano.

Por el contrario, otros podrán opinar que, aunque no tenga ya todos los atributos de una persona, el cigoto o el embrión ya es una persona, por cuanto es un material genético singular, que daría lugar, si el embarazo no es interrumpido, a un ser humano irrepetible.

Ambas convicciones filosóficas o religiosas son obviamente respetables. Pero son sólo eso: convicciones filosóficas o religiosas controversiales y en ningún caso tesis científicas. Tanto es así, que la propia religión católica ha modificado su visión del tema. Santo Tomás pensaba que el embrión, antes de los 40 días de gestación, no era persona, pues sólo en ese momento recibía el alma racional. Y esa fue la doctrina oficial de esa iglesia durante siglos. Ahora su visión es muy distinta.

La vida humana en formación derivada de la fecundación amerita una protección jurídica. Pero, dadas esas controversias filosóficas, un Estado laico y democrático, que protege la diversidad filosófica y religiosa, no puede basar esa protección en la sacralización de la fe de una de las visiones en conflicto, según la cual el óvulo fecundado es ya una persona. Sobre todo si el Estado, a partir de esa creencia, respetable pero religiosa y metafísica, pretende imponerle a la mujer que no comparte esas convicciones la carga inexigible de continuar un embarazo, que ella quiere interrumpir, en los tres casos señalados por la Corte Constitucional: riesgo a la vida o salud física o psíquica de la mujer gestante, feto inviable o embarazo producto de una violación.

* Director del Centro de Estudios “DeJuSticia” (www.dejusticia.org) y profesor de la Universidad Nacional.

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