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España: La iglesia en la mira

La iglesia católica está luchando para no perder aún más terreno en España. Y, no hay duda, actualmente está a la defensiva. A pesar de que la mayoría de los españoles se identifican en las encuestas como católicos, la realidad es que su comportamiento responde cada vez menos a los estrictos preceptos del catolicismo.
 

Sí, una buena parte de los españoles son bautizados y creen firmemente en Dios, pero en el fondo muchos de ellos actúan como si fueran católicos no católicos.
   Empecemos por el tema de los condones. Hace unos días un portavoz de la conferencia de obispos católicos de España tuvo la brillante y brava idea de decir en público que los preservativos sí podían utilizarse como una forma de combatir el sida. De pronto, por 24 horas, hubo aplausos de los sectores más liberales y se jugó con la posibilidad de que los sacerdotes españoles retaran la retrógrada postura del vaticano en contra del uso de condones. Pero la valiente declaración original del portavoz fue descalificada poco después como una “opinión personal”, la conferencia de obispos españoles reafirmó rápidamente su apoyo a las políticas del Vaticano y, al hacerlo, contribuirá a que aumente el número de infectados de sida en España.
   Con o sin el apoyo de la Iglesia Católica, millones de españoles utilizan condones —que se venden por igual en farmacias y en bares— y muchas de sus mujeres toman pastillas anticonceptivas. Ambas prácticas van en contra de la doctrina católica. Y para muestra basta decir que España —al igual que Italia— tiene uno de los índices de natalidad más bajos del mundo. En esas casas, el Papa no manda.
   La baja asistencia a misa y la dificultad para convencer a los jóvenes españoles a que entren al seminario habla del océano que crece entre la Religión Católica y el laicismo que prevalece en España. Tanto es así que el propio Juan Pablo II brincó y criticó hace poco al gobierno del presidente José Luis Rodríguez Zapatero por difundir “una ideología que lleva gradualmente a la restricción de la libertad religiosa”. No es común, valga la aclaración, que el Papa se queje directamente de “los poderes públicos” de un país específico. Ese tipo de críticas habían sido dirigidas en el pasado a los antiguos regímenes comunistas o a dictaduras, pero nunca al gobierno de un país democrático como España. ¿Por qué lo hizo?
   Lo que pasa es que el nuevo gobierno socialista —cuyo objetivo es cumplir sus promesas de campaña y no el difundir ciertos valores religiosos— ha tomado tres medidas que parecen golpear en la médula al
catolicismo. Primero, ha aprobado un anteproyecto de ley que permitiría el matrimonio entre homosexuales. Segundo, no va a autorizar que las clases de religión que se imparten en las escuelas públicas tengan el mismo peso académico que las de matemáticas o literatura en la evaluación final de los estudiantes. Y tercero, pretende quitar algunas de las condiciones que, hasta hoy, han limitado la práctica del aborto en España.
   El Vaticano, lo entiendo, se siente bajo ataque. Por eso la reprimenda papal. Lo que el gobierno español considera como una defensa del estado laico, la iglesia lo interpreta como anticlericalismo. La Iglesia Católica en España está asediada, aunque trate de ocultarlo en sus declaraciones a la prensa el presidente de la conferencia episcopal, el cardenal Antonio María Rouco Varela. Pero la culpa no recae en el gobierno español sino en la inflexibilidad y lentitud de la iglesia para ajustarse o cambiar respecto a temas que la han rebasado por completo.
   Aquí hay varios ejemplos: ¿Cómo explicarle a una joven española que puede aspirar a ser la presidenta del gobierno o a dirigir una empresa multinacional pero que su iglesia no le permite ser sacerdote y oficiar
misa? ¿Cómo se puede justificar la prohibición católica al uso de condones para prevenir el sida cuando casi todas las campañas médicas a nivel mundial lo incluyen como uno de los métodos de prevención más efectivos? ¿Cómo convencerse de que la Iglesia Católica lucha contra la discriminación cuando cierra sus puertas a los homosexuales? ¿Qué mujer está dispuesta en estos días a renunciar a los preservativos y traer el mundo a “todos los hijos que Dios quiera?”.
   Juan Pablo II, todo parece indicar, no será quien dé las respuestas a estas preguntas. Eso recaerá en otros que vendrán detrás de él. Mientras tanto, aquí en España, la Iglesia Católica está dejando de ser un punto de referencia y lucha para no caer en la irrelevancia social. Y esto ya no es cuestión de rezos.

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