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Escuela laica

Por suerte, en el año 85, cuando yo ingresé en el Colegio Público Sierra Nevada, existía la ética como alternativa a las clases de religión. Nunca me sentí excluida por no creer en su Dios. Nunca estuve sola. No éramos, evidentemente, una mayoría, pero sí los suficientes como para ocupar un aula y saber que nuestra opción no era un estigma, sino sólo eso: una opción. Dos años antes, en el Colegio Caja de Ahorros, mi hermano tuvo que abandonar cada semana el aula en la que sus compañeros impartían religión para vagar solo por el patio de la escuela. Era la represalia que la directora del centro tomó cuando mi madre le advirtió que no quería una educación religiosa para mi hermano: señalar al hereje, apartarlo del resto, aislarlo, dejarle claro que su opción le hacía diferente y que su diferencia era una aberración.

Durante décadas, el debate sobre laicismo y escuela se redujo al hecho de contemplar una alternativa a la educación religiosa que no consistiera en amontonar a los alumnos proscritos en una sala de estudio y obligarles a matar el tiempo en silencio. Hoy, movimientos asociativos como ‘Granada Laica’ intentan dar un paso más. No se trata, como demagógicamente pretenden los escandalizados colectivos cristianos, de estigmatizar a los alumnos que profesen una fe, sea cual sea; no, eso ya lo hicieron ellos durante décadas con los agnósticos y es indeseable.

Se trata, por el contrario, de defender, desde una clara separación entre Iglesia y Estado, la libertad de conciencia, de convertir la profesión de una fe o la ausencia de ella en una cuestión individual y no en una imposición social. Para ello, resulta indispensable que la escuela, en tanto institución pública, se desnude de cualquier símbolo religioso. Esto incluye las cruces que presiden las aulas de los colegios. Nada tiene que ver con la persecución y prohibición del velo de las niñas musulmanas o la cruz al cuello de los niños católicos.

La libertad de conciencia pasa por defender el uso personal y libre de cualquier símbolo ideológico, cultural o religioso, por no favorecer ninguna confesión en detrimento de las demás y garantizar una escuela laica, llevando la enseñanza religiosa, sea del credo que sea, al ámbito privado y a los lugares expresamente concebidos para ello. No se trata de perseguir y acosar a los creyentes: eso ya lo hicieron ellos durante siglos, quemándonos en hogueras o mandándonos al patio de nuestras escuelas en horas de clase. Se trata de que la Iglesia deje, de una vez por todas, de ser una presencia impuesta en la vida de quienes no la sentimos como propia; de poseer, al fin, la custodia absoluta de nuestra conciencia.

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