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‘Escépticos’: mi rodaje del episodio piloto

Entré con miedo el miércoles pasado por la mañana en el laboratorio de geología de la Universidad del País Vasco (UPV) donde iba a hablar con estudiantes sobre si llegamos o no a la Luna para el episodio piloto de Escépticos. Temía que los futuros científicos tuvieran vergüenza de decir ante las cámaras que los alunizajes eran un montaje, si es que alguno pensaba eso. ¡Qué confundido estaba! Minutos antes había recorrido los pasillos de la Facultad de Ciencias de Leioa preguntando a los jóvenes que andaban por allí: la mayoría abrazaba la teoría de la conspiración. Dentro del aula, pasó lo mismo y tuve que hacer esfuerzos para que algún geólogo en ciernes reconociera que creía que el hombre había pisado la Luna en julio de 1969.

Ésa fue la primera sorpresa durante el rodaje del episodio de Escépticos dedicado a la conspiración lunar, que ya está en postproducción y se emitirá en ETB 2 dentro de unos días. Todavía no he asimilado lo que escuche en la UPV y seguramente oiría en cualquier otra universidad española. Un estudiante presentó como argumento de peso Estados Unidos siempre miente y otro defendió que las piedras lunares habían sido sintetizadas en la Tierra, por citar sólo dos ejemplos. Que universitarios digan que creen que los alunizajes fueron un montaje y lo hagan ante unas cámaras de televisión a cara descubierta resulta descorazonador: significa que están convencidos de estar en lo cierto. Es algo sobre lo que creo que deberían reflexionar los responsables políticos y académicos: después de varios lustros sumergidos en el sistema educativo, nuestros jóvenes no saben pensar críticamente, están indefensos ante cualquiera que quiera aprovecharse de ellos. Así se lo comenté esa misma mañana, antes de una rueda de prensa, a Begoña Ochoa, directora de Politíca Científica del Gobierno vasco. Creo que todos en el equipo de Escépticos salimos de ese laboratorio -y de la universidad, en general- sorprendidos. Y no para bien.

A primera hora de la tarde, tocó hacer lo mismo con escolares de 15 años. Y también hubo sorpresas, aunque para mí no tanto. En los últimos años, he hablado muchas veces con adolescentes sobre lo paranormal y las conspiraciones, y en todos los grupos me he encontrado con individuos extraordinariamente racionales para su edad y un sistema educativo que prima la memoria sobre el razonamiento. En el colegio El Regato, en Barakaldo, una vez vencida la timidez inicial, los chicos se entraron al trapo. Había un cuarteto manifiestamente negacionista, dos o tres defensores de la realidad de los alunizajes y una mayoría indecisa. A los negacionistas les valía como prueba una cosa y su contraria. Así, uno de ellos consideraba que las fotos de los astronautas en la Luna son demasiados buenas como para haber sido hechas con una cámara colgada del pecho y, cuando le explique que hay muchas más imágenes descartadas por mal encuadre y que pueden verse en la web de la NASA, replicó que esas fotos malas se habían hecho mal a propósito para hacernos creer que todas habían sido tomadas en la Luna porque, si sólo existieran imágenes perfectas, nadie se lo creería. Cara, gano yo; cruz, pierdes tú. Una chica me dijo, tal como recuerda Jose A. Pérez, el director, en su diario del rodaje -mucho más divertido que cualquier cosa que yo pueda escribir-, que generalmente se cree todo lo que lee en Internet. La esperanza la pusieron dos o tres escolares que sacaron a la luz explicaciones racionales a la ausencia de estrellas y dieron con la prueba definitiva de la autenticidad de los alunizajes ellos solitos, sin que yo les guiara ni nada por el estilo.

Científicos y experimentos

Al día siguiente, y todavía perplejo por los resultados de mi visita a la UPV, todo fue mucho más previsible, que no menos interesante. Tuve el placer de mantener tres entrevistas personales con viejos conocidos como Pedro Miguel Etxenike, físico y premio Príncipe de Asturias Investigación Científica y Técnica; el astronauta Pedro Duque; y el astrofísico Agustín Sánchez Lavega, único científico español con tres portadas de la revista Nature. A ellos tres y a la historiadora Maria Jesús Cava, el geólogo José Ignacio Gil Ibarguchi y el periodista José María Romera, quiero agradecer aquí su apoyo al proyecto de Escépticos, llevado al extremo de robar tiempo de otras ocupaciones para hablar de los alunizajes y de qué puede significar que gran parte de nuestros conciudadanos piensen que éstos no sucedieron en realidad. Hay más científicos y pensadores de primera línea que se han comprometido ya a que, si Escépticos sale adelante, participarán en la serie y nos asesorarán; pero cada cosa, a su tiempo.

Duque, Etxenike y Sánchez Lavega estuvieron espléndidos en sus intervenciones. Fueron claros y directos, y se sorprendieron cuando les comenté los resultados de nuestra aventura universitaria del día anterior. A los dos últimos, profesores e la UPV, les animé a preguntar a sus alumnos, en cuanto tengan oportunidad, si creen que el hombre llegó a la Luna. Y a Duque le recordé su escepticismo respecto al avance de las ideas conspiranoicas cuando le comenté el asunto en la Ciudad de las Estrellas, cerca de Moscú, junto a una reproducción a tamaño real de varios módulos de la Estación Espacial Internacional (ISS) en septiembre de 2003. En aquel entonces, el astronauta español se mostró incrédulo respecto a que las cosas fueran como yo contaba; tiempo después, durante un viaje a Bilbao, me dijo que había podido comprobar que lo que yo le había dicho en Rusia era cierto y se mostró preocupado por ello. Jose A. Pérez y Aitor Gutiérrez, el director y el realizador de Escépticos, respectivamente, están ahora mismo viendo esas entrevistas y otras, y reduciéndolas al mínimo esencial de cara al montaje del episodio piloto. No les envidio la tarea porque van a tener que dejar fuera declaraciones interesantes; pero así es el periodismo.

Y, al tercer día, sábado, Marta Fernández y yo nos estrenamos oficialmente -habíamos ensayado ya una semana antes- como pareja televisiva con unos experimentos para desmontar un par de falsas ideas sobre lo que sucedió en la Luna. No les voy a dar detalles sobre lo que hicimos en los platos de K2000, porque, si no, para qué van a ver el programa. Les adelanto, eso sí, que nos divertimos de lo lindo, nos tiramos cosas, bailamos, montamos una simulación del alunizaje y, sobre todo, nos reímos. Y eso que yo tenía un catarro de aúpa, como decimos en Bilbao, cuyas consecuencias eran una voz medio cascada, una nariz goteante y un dolor de cabeza sordo. Dos días antes, durante la entrevista nocturna a Sánchez Lavega en el observatorio astronómico más grande de Euskadi, había pasado un muchísimo frío, como todo el equipo, con el agravante de que yo me había tenido que cambiar de ropa en una gélida caseta. Mi jornada sabatina concluyó conduciendo mi viejo Ford Fiesta de 1989 -sí, lleva camino de convertirse en un clásico, como el coche de Colombo- con Jon D. Domínguez, director de fotografía, a mi lado con la cámara; Aitor Gutiérrez, detrás de mí dando instrucciones; y el jefe de sonido Jokin Ramos, a su lado, con los micrófonos. Luego, todos nos fuimos a comer con la esperanza de que haya Escépticos para rato.

La hora de la verdad

Durante la comida del sábado, no tenía que mirar a ninguna cámara, llevaba puesta mi ropa y no la de mi yo televisivo, no iba maquillado, no tenía que recordar ninguna frase y podía mirar a la cara a todos mis compañeros, algo que había hecho muy poco en los días anteriores porque, cuando paseaba por la universidad o hablaba con los escolares, debía actuar como si no hubiera cámaras ni micrófonos a mi alrededor y, para eso, decidí ignorar a todo el equipo. Viajábamos juntos en la furgoneta y comíamos juntos a toda prisa; pero, cuando Pérez decía "¡Acción!", él y mis compañeros dejaban de existir hasta el final de la toma. Daba igual que uno estuviera a mis pies con un micro, otro enfrente con una cámara y otro detrás con otra, yo los ignoraba. O, por lo menos, lo intentaba. Por eso, cuando nos sentamos a comer el sábado en Galdakao disfruté como no lo había hecho hasta ese momento de la compañía de un equipo de gente magnífica a la que le gusta lo que hace y que se nota que disfruta con ello. Ahora en lo único que pienso es en la nota que dará el director a mi trabajo cuando él y el realizador acaben el montaje: no sentía tanta incertidumbre desde los últimos exámenes que hice en la universidad, hace ya demasiado tiempo.

Tengo ganas de poner la voz en off al episodio, de echar una ojeada a las fotos que Laura Esteban hizo el sábado, de que ustedes vean el producto final y, sobre todo, de que la gente de la calle se asome a Escépticos. Ésta última será la verdadera prueba de fuego. Si la superamos, tendré que seguir aprendiendo. Por de pronto, tengo que dar las gracias a Pérez, a K2000 y a ETB 2 por haberme ofrecido esta magnífica oportunidad.

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