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¿Es hora de otra iglesia?

Cuando el epicentro se desplaza  desde las sociedades satisfechas y conquistadoras hacia las tierras conquistadas, y se busca al obispo de Roma en el último rincón del mundo”, algo importante está sucediendo.

Parece comenzar, al menos en las formas, un nuevo período en la vida de la Iglesia. Pero, ¿responderá eficazmente a los desafíos que hoy tiene planteados la iglesia?

Con estas cuestiones de fondo, aparece el número 118 de la revista Éxodo. Señalo algunos de los autores que nos acompañan en esta reflexión: Nicolás Castellanos, Pedro Miguel Lamet, Leonardo Boff, José María Castillo, Joaquín García Roca, Benjamín Forcano y Evaristo Villar.

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¿Qué es lo que está pasando en esta institución milenaria para que tengamos que hacernos hoy esta pregunta?  En las siguientes páginas de Éxodo podrás ir encontrando algunas respuestas a este interrogante.

Es inimaginable la renuncia de un papa  y a todo el mundo ha sorprendido la llegada a Roma de alguien que viene “desde el fin del mundo”. Como al paso de una intensa borrasca invernal,  comienzan a borrarse los anacrónicos perfiles de un paradigma papal, monárquico y absolutista, a la vez que tímidamente parecen emerger otros nuevos, más acordes con la sensibilidad de nuestro tiempo.

La  monarquía papal no es un dato originario que pertenezca a la esencialidad de la tradición de la iglesia. Se ha venido construyendo en la historia desde el siglo XI con el  “dictatus Papae” de Gregorio VII, la teocracia de la bula Unam Sanctam de Bonifacio VIII (s. XIV) y el dogma de la  infalibilidad del  Vaticano I (s. XIX). Se trata de una figura, con rasgos  faraónicos que rayan en   la idolatría, y que  recoge sin pudor el Código de Derecho Canónico, promulgado por Juan Pablo II en 1983.  En este código de leyes, actualmente vigente, se llega  afirmar  que el papa y solo él tiene potestad suprema y plena, inmediata y universal, que no puede ser juzgado por nadie y que puede juzgar y condenar, sin apelación,  incluso a los jefes de Estado del  mundo entero… ¡Y esta figura se ha mantenido intocable hasta la reciente renuncia  de Benedicto XVI!

Aun sin datos suficientes para conformarlo, en los gestos y palabras del papa Francisco parece apuntar  otro paradigma. El mismo nombre que se ha dado es suficientemente expresivo.  ¿Pretende enlazar el papa Francisco con esa tradición  empeñada en la renovación de la Iglesia desde la pobreza? En el cauce de esta tradición secular cobran mayor interés algunas de sus primera palabras: “quisiera una Iglesia pobre y de los pobres”. Pudieran ser estas  el eco de aquellas que, según San Buenaventura, dirigió Jesús el santo de Asís: “Francisco, ve y restaura mi casa, mira que está en ruinas”

No es necesario acudir a las escandalosas revelaciones del vatileaks,  donde  el abuso de poder, la pompa y el dinero entre las más altas jerarquías  y la  pederastia afectando a un elevado número del clero,  para caer en la cuenta de las actuales ruinas de la Iglesia. Estas consecuencias, miradas objetivamente, están apuntando a algo más profundo, a la imagen misma de una institución milenaria que hoy, como nunca, está siendo fuertemente cuestionada. Basta echar una mirada a  los datos que nos ofrecen los frecuentes sondeos  para percatarnos del clamor casi universal por un cambio de paradigma. Según José Juan Toharia (Metroscopia, abril 2013) nueve de cada diez españoles, creyentes o no, quieren ver a la Iglesia del lado de los pobres y excluidos y no de los ricos y poderosos; la quieren más austera tanto en ropajes como en ritos litúrgicos; sin privilegios y al ritmo de los tiempos que estamos viviendo. Curiosamente los zapatos remendados del papa  se convierten en un  símbolo bien expresivo.

A la vista de todo esto cobra sentido la pregunta que nos hacemos en Éxodo ¿Ha llegado la hora de otra iglesia? A nuestro juicio sí, y somos conscientes de que, de no aprovechar este momento, la actual ruina seguirá  imparable.

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