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¿Es distinto obligar a las mujeres a ponerse un velo que a quitárselo?

Una tienda de ropa femenina exhibe burkinis en Le Bourget, París. PHILIPPE WOJAZER REUTERS


He sido varias veces testigo en distintas playas de situaciones como esta: Una pareja musulmana. Él lleva un cómodo pantalón corto mientras que a ella le toca esconderse bajo un aparatoso burkini. Se trata de un ejemplo que evidencia con claridad la injusticia de la que escribo hoy: ¿Por qué las mujeres han de cubrirse y los hombres no? Al margen de toda connotación religiosa, pienso que esa práctica refleja una inaceptable sumisión por parte de las mujeres a los hombres: O nos cubrimos los hombres y las mujeres o no se cubre nadie.

A la vez estoy en contra de prohibir el uso de cualquier tipo de velo: ¿Qué diferencia hay entre obligar a las mujeres a ponerse un velo y obligar a las mujeres a quitarse un velo? En el fondo, quizás sea lo mismo: Privar a las mujeres de su libertad.

Pienso que determinadas prohibiciones en derechos humanos equivalen al populismo en la política: Soluciones sencillas a problemas complicados que, en el largo plazo, lejos de solucionarlo, amplían el problema.

¿Qué sucedería si una mujer es obligada por la autoridad a cambiar su forma de vestir abruptamente? Es probable que dicha mujer se sienta víctima de un abuso de poder. Eso, a su vez, podría desembocar en acciones violentas posteriores por parte de esas mujeres en contra de los (que ellas consideran) opresores. Una serie de agresiones podría entonces desencadenarse.

En este contexto, no creo en obligaciones ni en prohibiciones. Quisiera ver que las mujeres musulmanas se quitan el velo, ellas mismas y por propia iniciativa. Es decir, creo que el abandono de los velos por parte de las mujeres debe ser un logro y no una imposición. La historia de la humanidad está plagada de ejemplos en los que buenas iniciativas fracasan por haber sido impuestas de forma artificial.

¿Cómo alcanzar estos logros? Javier Solana, antiguo Secretario General de la OTAN y Alto representante del Consejo para la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, firma conjuntamente con Strobe Talbott (exsubsecretario de Estado de Estados Unidos) un artículo publicado en el New York Times titulado La decadencia de Occidente, y cómo detenerla. En él, ellos proponen un ejemplo: “(…) en lugar de segregar a los migrantes y solicitantes de asilo en enclaves como los de interior de la ciudad de Bruselas, o entre los suburbios de París, varios municipios europeos están explorando formas de acelerar el proceso de asimilación, proporcionando vivienda barata, educación y capacitación laboral”.

Como complemento a las medidas propuestas en el párrafo anterior, se podría poner en marcha una campaña de concienciación. Esta campaña tendría como objetivo demostrar lo injusto que es el machismo y, más concretamente, lo injusto del tema del velo. La campaña iría dirigida al conjunto de la población europea y, de forma particular, a los hombres (ellos desempeñan un papel importante en esta coyuntura) y a las mujeres musulmanas partidarios del uso del velo.

El problema es que la educación, la capacitación y las campañas de concienciación son caras. Con relación a lo costoso de estas medidas es preciso tener en cuenta lo siguiente: A lo largo del siglo XX los diferentes países europeos hicieron venir a su territorio multitud de migrantes. Primero, para cubrir el agujero en su población consecuente de la enorme reducción de sus tasas de natalidad. Segundo para desempeñar los trabajos que los autóctonos ya no querían desempeñar. Hubiera sido ingenuo creer la integración de esta población no iba a verse enfrentada a ciertas dificultades.

Países como Francia cuentan hoy con una población musulmana de más de cinco millones de habitantes. Los musulmanes representan casi el 8% de la población francesa. En muchos casos se trata, además, de ciudadanos nacidos en Francia como sus padres y (frecuentemente) como sus abuelos: Son ciudadanos tan europeos como cualquier otro.

El gasto en educación y concienciación debe ser entendido como la dificultad lógica derivada de nuestra necesidad de acoger inmigrantes. Es, en definitiva, un gasto necesario que debemos financiar y en el que tenemos que incurrir.

Que las mujeres se cubran y los hombres no es injusto y por tanto hay que acabar con ello. Pero sin prohibiciones: ¿Cómo entonces? Con educación y concienciación.

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