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Entre la razón y a fe

La razón se sitúa en el entendimiento y la gestión de las cosas ordinarias de la vida y deja a las creencias religiosas en otro lugar, el privado.

Se trata de la libertad de expresión y también se trata del respeto hacia los símbolos de los creyentes de cualquier religión. De lo que no se trata es, precisamente, de permitirse el lujo de decir cualquier cosa sobre cualquier tema sin tener en cuenta las consecuencias que ello pueda tener en determinadas circunstancias mundiales. En otras palabras, si a un dibujante un día se le tuercen los cables del entendimiento y se permite una falta de respeto, en forma de viñetas humorísticas, hacia las creencias de su vecino, podría parecer una ofensa, pero si además echa leña al fuego del ya candente problema del islamismo radical, resulta de ello no ya una ofensa, que también, sino una falta de responsabilidad civil para con el mundo entero.
En el caso del dibujo de unas caricaturas de Mahoma, parece que se ha tratado tan sólo de un alto grado de irresponsabilidad por parte de un dibujante danés que se ha intentado justificar en nombre de la libertad de expresión.
La libertad de expresión es uno de los grandes logros de la cultura occidental; la cuestión es que si a algún irresponsable se le ocurre añadir leña al fuego en los conflictos mundiales y hacer así la hoguera mayor, no se le puedan pedir cuentas por los daños causados. No todo se justifica bajo el paraguas de la libertad de expresión. No se trata de una vía libre para que cualquiera pueda poner patas arriba en un momento todo un edificio construido a duras penas con el trabajo de mucha gente. La libertad de expresión es muy importante, pero el uso de la razón también lo es y en momentos tan delicados como los que se están viviendo en la escena mundial no se pueden dar argumentos para los que buscan su restricción.
El mundo de las creencias va por un lado, las gentes creen lo que quieren creer porque ello da más sentido a sus vidas. Otra cosa es que en momentos de tensión entre países, con guerras abiertas sin saber cuándo terminarán, con injusticias constantes contra las poblaciones civiles, algunos dirigentes religiosos se aprovechen de ello, convirtiéndose en líderes en el campo de las creencias, es decir, utilizando las creencias para influir entre la población porque de otro modo, civilmente, no lo lograrían. Ello va ocurriendo un poco en todas partes, porque cuando se radicaliza un polo, se radicaliza su contrario. Los discursos de George W. Bush, que utiliza a Dios cada dos por tres, como si estuviera de su bando, tienen su contrapartida en los de los imanes radicales, que también dan por sentado que Dios está con ellos.
La razón tiene otro discurso, la razón busca puntos de encuentro y no enfatiza las diferencias, la razón tiene que ver con la prudencia y la templanza, ambas virtudes aristotélicas que buscan el término medio entre las sensaciones primarias y la negación de ellas. La razón es la expresión de la inteligencia e intenta siempre el encuentro de las partes razonables de cada posición, por antagónica que sea. Vivir en paz, por ejemplo, es siempre superior a cualquier credo de cualquier parte del mundo. En los textos sagrados de casi todas las culturas están reflejados todos los temores y esperanzas humanos, y es por eso por lo que se pueden hacer muchas lecturas distintas de ellos. Los que buscan palabras para la paz las encontrarán, y los que buscan palabras para la guerra, también, todo depende de quién y cómo los lea.
Y por todo ello la razón se sitúa en el entendimiento y la gestión de las cosas ordinarias de la vida y deja a las creencias religiosas en otro lugar, el privado. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la sociedad civil, es la Carta de Derechos Humanos de la ONU la que se ha convertido en el punto de referencia para todos los habitantes del planeta. En eso sí que todos estamos de acuerdo.

Remei. Margarit, psicóloga y escritora

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