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Entre la protección y la discriminación religiosa

Las comunidades cristianas en Oriente Medio

Cuando se habla de la situación de los cristianos de Oriente Medio suele caerse en una generalización excesiva que encubre diferencias importantes según los países. En el Líbano los cristianos son el grupo dominante. En Siria gozan de cierta protección por parte de un régimen teóricamente laico, y esta era también la situación en Irak hasta la caída del dictador Sadam Huseín. En Israel, cientos de miles de cristianos fueron expulsados a partir de 1948, mientras que en Palestina, cristianos y musulmanes árabes padecen igualmente la ocupación militar, con roces ocasionales entre ellos. En el resto de los países de la zona, su número es muy pequeño.

El caso de Egipto es muy particular. Los coptos son una parte considerable de la población, muchos más que ese imaginario 10% que difunde el Gobierno egipcio (la cifra correcta sería posiblemente el doble). Aunque ostentan un cierto poder económico, en su práctica religiosa están claramente discriminados, sobre todo en su derecho a erigir templos.

Esto fue lo que desató los disturbios del pasado noviembre en El Cairo, en el que una multitud de coptos se enfrentó con la policía cuando se les impidió convertir un centro cultural en iglesia.

Violencia recíproca

A diferencia de lo que sucede en Irak, donde lo que hay es un terrorismo islamista del que los cristianos son las víctimas, en Egipto la violencia intercomunitaria es recíproca. Los atentados, como el ametrallamiento en el que perdieron la vida seis cristianos hace algo menos de un año, son más bien raros, y la policía responde siempre deteniendo exactamente al mismo número de coptos y musulmanes. No suele haber condenas, y no solo debido a la proverbial torpeza de la policía egipcia. La línea oficial es fingir que el problema no existe.

Por eso las autoridades se apresuraban ayer a identificar al autor de la matanza de Alejandría como un terrorista suicida y extranjero. De lo primero había algún indicio, pero lo segundo es sobre todo la expresión de un deseo.

La paradoja es que si Al Qaida reivindica el atentado el Gobierno de El Cairo respirará aliviado. La alternativa, un salto cualitativo en la violencia religiosa, sería todavía peor.

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