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Entre la igualdad y el velo

Ojalá que la corriente inmigratoria siria se haga más fuerte. Porque nos dará la oportunidad de mirarnos en nuestro espejo identitario y apreciar nuestros mejores valores colectivos.

Desde al menos 1963 que nuestro saldo migratorio intercensal es negativo. Así como miles de inmigrantes latinoamericanos han venido en estos años, precisamos de otras sangres nuevas y diversas que lleguen para enriquecer nuestra identidad plural. Miles de sirios entre nosotros nos ayudarán a despertarnos de nuestra aletargada siesta provinciana autorreferencial. Pero sobre todo, nos ayudarán a reconocernos en nuestra vieja tradición kantiana y liberal de ser refugio para la hospitalidad universal.

Tendremos que dominar el reflejo paternalista estatal, para que ella no se convierta en fácil clientelismo pro- gobierno. Y tendremos también que fijarnos en qué grandes legados queremos transmitir a estos nuevos habitantes que terminarán siendo tan uruguayos como todos nosotros. Hay dos muy importantes.

El primero, muy nuestro, es el asunto de la igualdad. Entre nosotros, hombres y mujeres tienen los mismos derechos. Los individuos, todos, han de distinguirse por sus talentos y sus virtudes. No cabe aceptar entonces una especificidad cultural, religiosa o social que pueda poner en tela de juicio, en particular, esta igualdad de género. Ella debe seguir afirmándose, en concreto, y hay todavía mucho por hacer, por ejemplo, en el mundo laboral. Pero que la tarea sea ardua no quiere decir que haya que aceptar retrocesos por causa de seudo -tradiciones culturales. Es más, en realidad no parece difícil lograr que el valor de la igualdad se extienda sin inconvenientes, sobre todo entre las nuevas generaciones de inmigrantes.

El segundo, también muy nuestro, es el asunto de la laicidad. Es un tema que ya se ha debatido con pasión en distintos países de Occidente que, antes que nosotros, han recibido grandes corrientes migratorias desde el mundo islámico. Francia, por ejemplo, prohibe el uso del velo para las niñas y jóvenes mujeres en las escuelas públicas. Y está muy bien que así sea.

Seguramente esta relación entre la laicidad y el velo islámico no contará con unanimidades. La vieja lógica de la laicidad abstencionista, que abre toda la libertad posible a las religiones en el ámbito privado de los templos pero que impide contundentemente a los cultos religiosos ganar protagonismo en los lugares públicos, se ha resquebrajado fieramente.

Muchos creen que es lo más natural del mundo que las mujeres musulmanas anden con sus velos, y lo atribuyen a prácticas culturales que deben ser respetadas incluso en el ámbito de la enseñanza pública.Me temo que serán muy pocos, hoy, los que crean entre nosotros que haya que dar una batalla furibunda por este asunto de la prohibición de los velos en las escuelas, similar a la que hace más de un siglo se dio, por ejemplo, para quitar los crucifijos de los hospitales. Sin embargo, la bienvenida llegada de centenares o miles de inmigrantes sirios debiera de recordarnos que el éxito de nuestro modelo democrático, que perduró hasta el golpe de Estado de 1973, se fundó en esta concepción radical de la laicidad.

En nuestras escuelas no deberá haber ningún atuendo religioso, y menos aún si sugiere un sometimiento social de la mujer. Todo el mundo de moña azul y túnica blanca, nada más y nada menos. Republicanamente iguales y laicos.

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