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Enfado vaticano

EL Vaticano ha llamado a consultas a su embajador en Irlanda, tras la durísima crítica que el primer ministro irlandés hizo la semana pasada al comportamiento de la jerarquía ante los abusos sexuales contra niños y niñas irlandeses en el sureño condado de Cork entre 1996 y 2009. La salida del nuncio del país es la crisis más grave en tiempos modernos entre el Estado irlandés y la Iglesia católica. La solemne descalificación de Enda Kenny se produjo en el Parlamento y fue su reacción ante el cuarto informe publicado en Irlanda sobre abusos físicos, psíquicos y sexuales de eclesiásticos sobre niños.

En los tres anteriores informes, uno de 2005 y dos de 2009, se dejaba en evidencia a los obispos locales, pero en esta ocasión se subraya la responsabilidad de Roma. Kenny no se anduvo por las ramas: destacó "las disfunciones, la desconexión, el elitismo y el narcisismo que dominaba la cultura del Vaticano; la violación y tortura de niños fue minimizada o gestionada de forma que se sostuviera la primacía de la institución, su poder, posición y reputación".

La diplomacia vaticana es de una sutileza infinita. Así que sorprende esta reacción. Una llamada a consultas de un embajador es un mecanismo diplomático que sirve para mostrar el rechazo por la actuación de otro Estado. Pero aquí los perjudicados son los irlandeses. Incluso por su propio Gobierno, responsable por haber protegido a la Iglesia y haberla exonerado de su responsabilidad civil ante las víctimas, a las que ha hecho frente el Estado en su mayor parte.

En 2002 me cogió durante una estancia en Irlanda el estreno de Las hermanas de la Magdalena. La película de Peter Mullan, ambientada en los años 60, basada en hechos reales, ganó el León de Oro en el Festival de Venecia. En los conventos de la Magdalena se recluía a muchachas para expiar los vergonzosos pecados que habían cometido. Pecados como haber tenido hijos sin estar casadas, haber sido violadas, o ser hermosas y por tanto propensas a caer en el pecado o a inducirlo en los hombres. Estas instituciones acogían a jóvenes enviadas por sus familias o los orfanatos. Allí quedaban encerradas, obligadas a trabajar en las lavanderías todos los días del año para expiar sus pecados, sin percibir retribución alguna. Pasaban hambre, se las sometía a castigos físicos, humillaciones, violencia física y moral. Miles de mujeres vivían y morían allí. No es una historia medieval: el último convento de la Magdalena cerró en 1996.

La Iglesia acusó de anticlerical a la película. Los rostros de los espectadores que la vieron conmigo no decían lo mismo. Más que anticlerical, fue una protesta contra el integrismo y la hipocresía que esconde a las personas que incomodan a la moral bienpensante. Tampoco es anticlerical Enda Kenny por poner las cosas en su sitio. En vez de enfadarse, el Vaticano debería tomar buena nota.

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