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En nombre de Dios: el factor religioso detrás del golpe de Estado en Bolivia

El gobierno ilegítimo se apoya en parte de la Iglesia y a la vez seduce a los evangelistas. Pero hay sectores eclesiásticos en alerta por la influencia creciente del radicalismo religioso.

Luego de autoproclamarse presidenta de Bolivia en un Parlamento sin quórum, Jeanine Añez entró al Palacio Quemado y levantó con sus dos manos un ejemplar enorme de la Biblia, en cuya tapa podía leerse visiblemente: “Los cuatro evangelios”. Lo que Añez exhibía sonriente era el Nuevo Testamento: la parte de la Biblia sobre la que católicos y evangelistas no tienen discrepancias.

Un par de días después, un periodista de la BBC le preguntó por qué había hecho eso si Bolivia es un estado laico, según estableció la Constitución de 2009. Otra vez, la presidenta ilegítima se cuidó de que su mensaje abrazara a las dos vertientes del cristianismo. Dijo que Evo Morales es un ateo que no quería saber nada con “las iglesias”, en plural; y agregó que “(el laicismo) fue una impostura del Movimiento al Socialismo (MAS), pero el 80% de los bolivianos somos… eh… personas de fe”.

El fanatismo religioso distingue a buena parte de la coalición golpista boliviana. Antes que Añez, Luis Fernando Camacho, empresario santacruceño devenido referente de las protestas contra Morales, había ingresado a la casa de gobierno con una Biblia en la mano, el mismo día de la renuncia del ex presidente. Camacho actúa como un cruzado de Dios −o al menos eso expresa. Todo su discurso verbal y gestual está impregnado de alusiones al cristianismo.

Y el de Añez también, incluso en una versión más radical. Es una enemiga declarada de las costumbres espirituales de los pueblos indígenas. “Sueño con un país libre de ritos satánicos indígenas”, escribía hace unos años en sus redes sociales. Hermana del pastor evangelista Juan Carlos Añez, también es una militante ferviente del movimiento contra el aborto legal.

Una parte de la Iglesia Católica boliviana está alineada con la coalición golpista. Primero la Conferencia Episcopal Boliviana (CEB) respaldó el informe de la Organización de Estados Americanos (OEA) que denunció irregularidades en las últimas elecciones. Luego de la renuncia de Morales, la CEB firmó una declaración que afirmaba que “lo que sucede en Bolivia no es un golpe de Estado”. Los otros firmantes eran “comités cívicos” de distintas regiones del país que cumplieron un papel clave en las movilizaciones contra el gobierno del MAS (Camacho preside el comité santacruceño). Finalmente, la CEB mandó representantes a la proclamación de Añez.

La arquidiócesis de Santa Cruz de la Sierra, bastión histórico de la oposición a Morales, fue especialmente activa en las protestas contra el ex gobierno. El escenario preferido de Camacho para sus discursos y arengas ha sido la escultura del Cristo Redentor de la ciudad de Santa Cruz, ubicada frente al “altar papal” que se construyó para la visita del Papa en 2015. “Hoy es la resurrección de la nueva Bolivia”, celebró desde ese mismo escenario el obispo auxiliar santacruceño, Estanislao Dowlaszewicz, el día en que Añez se autoproclamó presidenta en La Paz.

Sin embargo, no toda la jerarquía eclesiástica boliviana está con el golpe. El cardenal quechua Toribio Porco Tirona, ungido en ese puesto el año pasado por Francisco, primer representante indígena y obrero en el Vaticano, es un hombre cercano a Morales, quien suele llamarlo “hermano cardenal”. Unos días antes del golpe, Porco Tirona se reunió con Morales y responsabilizó por la violencia desatada en el país al ex candidato presidencial opositor Carlos Mesa. Después de sus declaraciones, algunos diputados opositores llegaron a pedir “que el cardenal se vaya con Evo”.

Desde el exilio, Morales pide que Jorge Bergoglio intervenga personalmente para ayudar a salir de la crisis. Desde la renuncia del ex presidente boliviano, el Papa ha guardado silencio. Aunque, de hecho, la Iglesia juega un papel importante como facilitadora de los contactos entre el MAS y sus detractores, que se iniciaron el mismo día que renunció Morales.

Así como existen jerarcas eclesiásticos radicalizados contra el MAS, en el seno de la Iglesia boliviana también hay sectores más precavidos que ven con preocupación el avance de una nueva casta política que, en tono mesiánico, disputa y hace su propio uso del “mensaje de Dios”.

“Como Iglesia Católica y como arzobispo, yo condeno que se manipule la fe en estos momentos”, se quejó el arzobispo de Sucre, Jesús Juárez, luego de la irrupción de Camacho en el Palacio Quemado con una Biblia en la mano. Y nadie podría acusar de masista a Juárez, quien hace pocos meses había cuestionado la legalidad de la reelección de Morales.

Es que la Iglesia Católica como institución tiene un buen motivo para inquietarse: el creciente despliegue político de las iglesias evangelistas en América Latina (y también en los Estados Unidos, donde lograron vincularse estrechamente con el gobierno de Donald Trump). A los obispos bolivianos les basta con mirar hacia Brasil, donde Jair Bolsonaro tiene a la Iglesia Universal del Reino de Dios como su principal aliada más allá de las Fuerzas Armadas, para hacerse algunas preguntas alarmantes sobre su propio país, donde un pastor presbiteriano sin experiencia electoral previa, el surcoreano nacionalizado Chi Hyun Chung, acaba de salir tercero en las urnas con el 9% de los votos.

A esos sectores religiosos con capacidad de movilización apunta Añez cuando muestra los cuatro evangelios. Es que, como subrayó esta semana el teólogo y filósofo Enrique Du-ssel, “el golpismo ya no viene de la mano de un catolicismo de derecha conservador, como en la época de Pinochet, sino de un evangelismo radicalizado”.

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