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En nombre de Cristo

No, no pasó tanto tiempo. Esas épocas, no muy lejanas, donde el crucifijo estaba presente en todos los organismos públicos, ayuntamientos, delegaciones del gobierno, diputaciones provinciales, ministerios, sin olvidarnos de los juzgados, centros escolares, comisarías de policía, cuarteles de la Guardia Civil, centros penitenciarios.

Actualmente, como cristiano, y mirando al pasado más reciente me siento avergonzado e indignado. ¿Cuántos abusos e injusticias se cometieron al amparo de la Cruz y de Jesucristo? Muchas veces, con el beneplácito de los mandarines de la propia Iglesia. Se olvidaban que Jesucristo, como personaje histórico, transmitía los valores del arrepentimiento, del amor al prójimo, de la misericordia y el perdón. La solidaridad, la igualdad y la dignidad humana.

Por ello y para evitar esos atropellos, cada vez somos más los que creemos y mantenemos nuestra confianza en las sociedades laicas. Ser laico no es sinónimo de ser antirreligioso y mucho menos de ser anticristianismo. Se puede vivir en una sociedad laica, como en España, y al mismo tiempo ser creyente. Con respeto al uso de símbolos religiosos, como la cruz, en un estado social y democrático de derecho, donde se garantiza la libertad ideológica y religiosa, el Estado ha de ser neutral, adaptándose a la nueva realidad social y entender que estos símbolos religiosos han de ser de carácter personal, como expresión del propio individuo, pero sin proponer la obligación de su uso en los centros y organismos públicos.

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