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En la muerte de Christopher Hitchens: ¿dónde está su álter ego hispano?

«La decencia humana no deriva de la religión. La precede».

El periodista y escritor Christopher Hitchens murió ayer de neumonía en Houston a los 62 años. Luchaba desde junio del año pasado contra un cáncer de esófago. Con su fallecimiento, desaparece uno de los principales baluartes del llamado nuevo ateísmo. Polémico e influyente hasta el final, no hace falta estar de acuerdo en todo con él para lamentar su singularidad y que no haya nadie ni remotamente parecido en el mundo hispano. O, por lo menos, a mí no me viene a la mente. Y hablo del mundo hispano porque el autor de Dios no existe era un producto anglosajón: británico de nacimiento y educación, y estadounidense de adopción. La falta de un álter ego castellanohablante, de un defensor de la razón con un peso e influencia equiparables, me parece un síntoma más de la debilidad del movimiento racionalista hispano, que se suma a la ausencia de grandes científicos divulgadores -como Carl Sagan, Stephen Jay Gould y Richard Dawkins, por citar sólo a tres- y, en general, de grandes divulgadores del pensamiento crítico.

El fallecimiento de Hitchens me ha traído a la mente automáticamente a algunos grandes intelectuales españoles -científicos y no- que, a la hora de luchar contra la sinrazón, no se comprometen más allá de las buenas palabras y dejan que den la cara otros para mantenerse ellos en un cómodo segundo o tercer plano. Me ha traído a la mente la falta de personajes carismáticos como Hitchens y los tres antes citados en la arena pública. Cada uno en su estilo. Me ha traído a la mente la necesidad imperiosa, por ejemplo, de que algún intelectual con peso en los medios abandere en España la lucha por la separación, de una vez por todas, de Iglesia y Estado, y genere una corriente de opinión de tal magnitud que no pueda ser ignorada por la clase política.

Hitchens –indica Alberto Fernández Sierra en su magnífico obituario– era “un hombre con proverbial labia y un agudo sentido del humor. Un personaje versátil, ingenioso, malpensante, enemigo de la ambigüedad y lo políticamente correcto. Amigo de las causas minoritarias y los derechos humanos. Una persona que no se arrugaba ante nadie. Pero, sobre todo, un luchador incansable contra la violencia presente en todas las religiones”. ¿Conocen a alguien así en el mundo racionalista hispano? Yo no. Conozco, por ejemplo, a racionalistas vehementes que, a la vez, son asquerosamente políticamente correctos. Y conozco a otros que en los debates se inventan los datos cuando les conviene. También conozco, claro, a pensadores críticos que no entran en ninguna de esas dos categorías, pero carecen de carisma, y a otros que tienen carisma, pero se niegan a dar la cara. Por todo eso, envidio a los anglosajones por haber tenido a Hitchens, por contar con pensadores dispuestos a remover conciencias sin tapujos, ni buenrrollismos.

“Me gustan las sorpresas”

Nacido en Portsmouth (Reino Unido) en 1949, Christopher Hitchens era licenciado en Filosofía, Ciencias Políticas y Economía por la Universidad de Oxford. Estuvo en la izquierda radical durante los años 60, cuando fue varias veces arrestado y expulsado del Partido Liberal por su oposición a la guerra de Vietnam. Se mudó a Estados Unidos en 1981, escribió en The Nation y, con los años, abandonó la izquierda y pasó a considerarse independiente desde el punto de vista político. Cuando su amigo Salman Rushdie fue condenado a muerte por el ayatolá Jomeini tras la publicación de Los versos satánicos, fue crítico con los intelectuales que prefirieron no dar la cara en su defensa; abogó por la intervención en Bosnia durante la Guerra de los Balcanes;  apoyó el derrocamiento de Saddam Hussein; e hizo campaña por la reelección de George W. Bush en 2004.  Humanista y ateo, bebedor y fumador empedernido, no aguantaba a personajes como Michael Moore, Sarah Palin, el príncipe Carlos de Inglaterra, Teresa de Calcuta y el Gore Vidal que, tras el 11-S, adoptó las tesis conspiranoicas sobre la autoría de los ataques.

“Como la religión ha demostrado ser excepcionalmente delictiva en el único aspecto en el que podría considerarse que la autoridad ética y moral se pronuncia de forma absoluta y universal, creo que estamos autorizados a extraer al menos tres conclusiones provisionales. La primera es que la religión y las iglesias son un producto de la invención humana y que este hecho destacado resulta demasiado obvio para ignorarlo. El segundo es que la ética y la moral son independientes de la fe y que no se puede deducir de ella. El tercero es que, dado que la religión apela a una exoneración divina especial por sus prácticas y creencias, no sólo es amoral, sino inmoral”, escribió en Hitch-22,  sus memorias. Y murió, como vivió, defendiendo sus ideas hasta el final, aunque a muchos no les gustaran.

“Christopher Hitchens ha muerto. Te echaremos de menos, echaremos de menos tu voz, tu pluma y, sobre todo, tu mente, Christopher. El mundo es mejor gracias a ti”, escribía a las 6 horas de hoy Michael Shermer, director de la revista The Skeptic, en Twitter. Una hora después, otro de sus grandes amigos, Salman Rushdie decía en la misma red social: “Adiós, mi querido amigo. Una gran voz ha quedado en silencio. Un gran corazón se ha parado. Christopher Hitchens, 13 de abril de 1949 – 15 de diciembre de 2011″. Y, otra hora más tarde, le homenajeaba Richard Dawkins: “Christopher Hitchens, el mejor orador de nuestro tiempo, jinete compañero, luchador valiente contra todos los tiranos, incluido Dios”.

Su amigo Martin Amis considera, parafraseando a Nabokov, que Hitchens pensaba como un idiota, escribía como un autor distinguido y hablaba como un genio. “No habrá nunca nadie como Christopher. Un hombre de un intelecto feroz, tan vibrante sobre el papel como en la barra del bar. Los que le leían sentía que le conocían y los que le conocían eran espíritus profundamente afortunados”, ha dicho hoy Graydon carter, dircetor de Vanity Fair. “Christopher Hitchens fue un talentoso escritor y polemista, con un ingenio agudo y gran intelecto, que también era un tenaz campeón por el secularimos. Estamos profundamente entristecidos por su muerte”, ha declarado Ronald A. Lindsay, presidente y director ejecutivo del Center for Inquiry (CFI), de cuya revista, Free Inquiry, fue columnista durante años.

Cuando a Hitchens le preguntaron por Dios después de que le diagnosticaran cáncer, se reafirmó en su ateísmo: “No se ha presentado aún una prueba o un argumento que pueda cambiar mi forma de pensar. Pero me gustan las sorpresas”.

Yo me quedo con la corta cita que hoy recoge el CfI en su obituario: “La decencia humana no deriva de la religión. La precede”.

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