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Emilio Lledó: “La educación debe ser pública y laica”

El filósofo hace una crítica a la Universidad. Asegura que el principal fallo es «la falta de libertad» de los alumnos

Emilio Lledó (Sevilla, España, 1927) es -y puede decirse sin temor a equivocación- la voz con mayor autoridad para criticar el sistema educativo español. Por supuesto, lo hace desde el profundo aprecio que siente, sobre todo, por sus alumnos.

Lledó, que ha sido profesor de las universidades de Heidelberg, La Laguna, Barcelona y la UNED, es un convencido de que enseñar es una profesión que se debe desarrollar desde «la madurez y el amor». El amor entendido no sólo como el compromiso con la Academia sino con el ejercicio de solidaridad que implica desear que otra persona aprenda sobre la vida del maestro y con el maestro.

Immanuel Kant escribió en Sobre pedagogía: «El hombre sólo puede ser hombre por la educación. No es nada más que lo que la educación hace de él». Lledó se basa en esta frase para desarrollar el argumento de su libro Sobre la educación (Taurus) ya que coincide con la visión kantiana de la formación como un proceso que se da a lo largo de la vida y que consiste en formar seres humanos más que trabajadores.

La educación, para Lledó, es la base que tiene el ser humano para entenderse libre, solidario y empático. Por esto, el actual modelo educativo español es un eje de preocupación y reflexión para los académicos que, como Lledó, han trabajado en éste.

“Educar es crear libertad, dar posibilidades, hacer pensar”, afirma Lledó. Y, como tal, debe comenzar en la infancia, ya que es en los primeros años cuando la mente empieza a descubrir el mundo y a desarrollar un deseo, que Lledó, identifica como natural o innato en el hombre: la libertad.

Pero Lledó advierte: «Hay, sin embargo, instituciones que parecen haber nacido para combatir tal libertad y tal pensamiento, al levantar en la mente infantil un mundo de fantasmagorías que coagulan el atontamiento, el fanatismo y la violencia».

Lo que expone en el libro es un testimonio de unas preocupaciones por un hoy, entendido ese hoy, como un tiempo que está condicionado por dos palabras insistentes: globalización y digitalización, a las que Lledó cambia por: «globalismo» y «digitalismo», ya que, según él, son fruto de intereses económicos que, desde las ideologías que los alumbraron, promocionan una sociedad de consumidores «entontecidos».

Educación: pública y laica

El principal reto de la educación, según Lledó, es que se niegue a estar en manos de grupos ideológicos y religiosos que deforman la libertad de los alumnos creando una serie de códigos de los que no se podrán desprender en el futuro. Este sistema de educación ideológica vende planes de estudio que responden a la formación científico-técnica que, según Lledó, no es más que un eufemismo para establecer el egoísmo social, el elitismo.

Lo primero que debe cumplir la educación es su concepción de pública y, como tal, debe responder a un estamento laico: “El Estado que pretenda ser un Estado democrático, tiene que ser un Estado laico, en el sentido más amplio de esta palabra, un Estado que no permita las múltiples formas de manipulación, de corrupción intelectual, la más despiadada, por cierto, de las corrupciones”, asegura Lledó.

Permitir que el poder económico pueda determinar la calidad de la enseñanza o, lo que es más sarcástico, que el Estado subvencione con dinero público ciertos intereses ideológicos de una buena parte de colegios más o menos elitistas es «no sólo una aberración pedagógica sino una clamorosa injusticia», constata Lledó.

Porque no, no somos iguales. No es lo mismo el niño que ha nacido pobre que rico, como tampoco son iguales dos niños que han nacido pobres. Uno de éstos puede tener un hogar en el que le apoyen en sus estudios, pese a su pobreza; el otro puede que se encuentre en un hogar donde le refuercen la idea de que trabaje en cuanto cumpla la mayoría de edad, es decir, que corte con su educación porque hay que ganar dinero. Por eso, la educación pública es el sustento de una sociedad que busca la justicia porque por pública entendemos gratuita y de calidad.

Reforzar las desigualdades otorgándole una mejor educación, a través de subvenciones públicas, a entidades concertadas y, más aún, empezar a reconocer en la educación privada, como el caso de las escuelas de negocios privadas, que sólo puede pagar una mínima porción de la población, como entidades educativas de prestigio son, para Lledó, el peor de los males para la educación española. «Los pueblos marcados por grandes diferencias entre sus clases sociales son los más amenazados por la destrucción y la aniquilación, los más vencidos», sentencia el filósofo.

La resistencia a ver a España vencida

Lledó escribe Sobre la educación con el fin de ofrecer reflexiones que ayuden a mejorar el sistema educativo y, aunque el tono sea crítico, es la voz de llamado de alerta el que predomina.

El peligro del que quiere alertar Lledó se materializa en dos puntos en los que la educación española se ha basado: la asignatura y el examen.

La asignatura, para Lledó, ha convertido a la Universidad en un conglomerado de conocimientos «estancos e inútiles». La educación está plagada de una serie de profesores «asignaturescos», esto es sin pasión por la educación, que se ciñen a repetir temarios en los que no están implicados y quienes están guiados por libros de texto que tratan de agotar en el año lectivo porque, como sabemos todos los que hemos sido alumnos, no importa tanto el fondo de cada tema tratado, lo importante es que el tema se vea en clase. Y para colmo, dice Lledó, a la impartición de esas «vulgaridades anquilosadas» se exige el chantaje ritual del examen.

Una de las mayores torpezas ha sido entender a la Universidad como una sucesión de cursos marcados por asignaturas que cualquiera con un mínimo de memoria podría superar en el examen a través del repaso «de esa colección de estupideces que se fabrican, se negocian, se venden y que suelen llamarse apuntes», como define Lledó.

Siguiendo a Kant, Lledó asegura: «Ésta es la causa por la que, frecuentemente, se tropieza uno con estudiosos (más bien estudiados) que muestran muy poco entendimiento, en una palabra: no se debe enseñar pensamiento, sino enseñar a pensar».

La necesidad de la Literatura como formadora de espíritus críticos

Lledó asegura que es importante que haya una revolución del lenguaje cuya pretensión sea identificar las frases hechas con las que «se nos vende el -supuesto- conocimiento».

La idea es que si nos acostumbramos a ser inconformistas con las palabras, acabaremos siendo inconformistas con los hechos. Ambas actitudes son formas de libertad porque «la libertad no admite conformismo alguno».

“La lectura de los libros son el más asombroso principio de libertad y fraternidad. Frente al espacio de lo ya sabido, como las noticias ya sabidas, repetidas y vulgarizadas en imágenes, los libros nos dan más y nos dan otra cosa”, dice Lledó. La posibilidad de leer y, con esto, vivir otros mundos, sentir otros sentimientos, es el eje formador de ciudadanos que desarrollan la empatía y, así, la justicia.

La utilidad de la Filosofía

Ante una sociedad tecnológica, la función de la Filosofía no la ven clara quienes abogan por la formación de trabajadores y no de ciudadanos. Pero la defensa que hace Lledó sobre la necesidad del pensamiento filosófico en la formación universitaria es irrefutable: “El carácter no concluso del discurso filosófico que parece construir una de las posibles objeciones a su utilidad es, por otra parte, una prueba irrefutable de su perennidad y, en consecuencia, de su continuada modernidad”.

Lledó se basa en el manifiesto de Bertrand Russell: “La Filosofía debe ser estudiada, no por las respuestas concretas a los problemas que plantee, puesto que, por lo general, ninguna respuesta precisa puede ser conocida como verdadera sino, más bien, por el valor de los problemas mismos; porque estos problemas amplían nuestra concepción de lo posible, enriquecen nuestra imaginación intelectual y disminuyen nuestra seguridad dogmática”.

El problema de la Universidad pública

Resulta interesante que Emilio Lledó no identifica como fuente del problema de la Universidad española al retraso económico sino al «desolador abandono de la educación». El problema es, entonces, general, porque aún cuando algunas familias se permitan el lujo de pagar instituciones privadas, la educación, en el fondo, será tan ineficaz como en el último de los institutos estatales. ¿Por qué? Porque la educación en España se ha malentendido como el afán de aprobar asignaturas. Una idea distinta es la que domina en los países europeos donde los alumnos utilizan el texto únicamente como consulta, como instrumento de trabajo, no como fichero, menos como guía.

En este punto Lledó se pregunta: ¿Es posible una educación a distancia? Es un problema central de la pedagogía del presente del que él ofrece algunos esbozos. Las nuevas tecnologías han irrumpido en la educación y son la base de la formación a distancia. Dado que Lledó defiende que la educación no puede basarse en la asignatura como simple sucesión de temarios ni como repetición de conceptos en un examen, pareciera que la idea de la educación a distancia fuera gratificante.

Es en este tipo de educación en la que Lledó manifiesta un aspecto positivo de las nuevas tecnologías: «(…) de la misma manera que hoy vemos el desarrollo de hechos distantes y oímos voces que no vemos, cabría aprovechar esta ampliación del territorio de nuestra conciencia para un proceso educativo más extenso que el que se da en el espacio limitado del aula», pero advierte que la forma de suplir el maestro tiene que ser diferente en Matemáticas, en Física, en Derecho, en Filología, etcétera.

“La enseñanza a distancia puede convertir en presencia, según los medios técnicos de que disponga. El tejido social, hasta hace poco desarticulado en pequeñas manchas de información, puede, a través de este medio (la tecnología) cuyo espacio no acaba, hacer durar también el tiempo y permanecer la educación”, asegura Lledó.

Y es que la distancia no es un obstáculo para la educación porque, gracias a las nuevas tecnologías, se puede despertar la curiosidad de los alumnos, además, siguiendo como ejemplo el caso de la Universidad alemana en la que Lledó ha trabajado, los alumnos tienen la libertad de descubrir las asignaturas que les llama la atención, de elegir a su profesor, de hacer un camino hacia un conocimiento sobre la vida; ya vendrá la vida profesional, como sugiere Lledó, para poner en marcha lo aprendido en términos técnicos, pero el fin de la Universidad no es educar sólo para ganarse un salario porque en eso se está perdiendo la vida.

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