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Ella es el pecado

El gran problema de la mujer es la misoginia del catolicismo que se enseña a millones de escolares con dinero público

No es una anécdota, por extravagante que parezca, la trifulca que se está produciendo entre varios obispos, unos ‘comprendiendo’ la huelga feminista, otros, los más, execrándola con severidad extrema. Uso el verbo execrar como se debe: quienes con autoridad religiosa o en nombre de cosas sagradas condenan y maldicen a alguien o algo. Al margen de la posición del cardenal de Madrid, Carlos Osoro, un prelado de vocación tardía que antes de ordenarse estudió una carrera civil y tuvo novia, y de algunas declaraciones del papa Francisco pareciendo asumir que la mujer debe tener un papel igualitario entre las jerarquías del cristianismo romano, la doctrina sigue inamovible. Así se lo han recordado estos días a Osoro y al portavoz de Conferencia Episcopal, José María Gil Tamayo, con dudosa educación, desde incontables medios de comunicación católicos.

De ser así, o sea, que la doctrina no se mueve, este es el gran problema al que se enfrentan las mujeres. Si la religión más influyente del mundo, que se proclama como un referente moral obligado, denigra con saña a las mujeres por boca de sus mejores pensadores (san Agustín, santo Tomás de Aquino y tantos otros en la estela de Aristóteles, el primero en despreciarla), ¿qué esperar?

“De los innumerables pecados cometidos a lo largo de su historia, de ningún otro deberían de arrepentirse tanto las Iglesias como del pecado cometido contra la mujer”, ha escrito la teóloga Uta Ranke-Heinemann, compañera del papa Ratzinger en la Universidad de Múnich. Se oyen voces creyendo que un paso importante sería la admisión de la mujer a los ministerios ordenados (sacerdocio, episcopado, cardenalato, increíble sería el papado…). Es un camino cerrado a cal y canto, la última vez en julio de 2010, cuando Benedicto XVI endureció sus códigos. Lo hizo en la carta apostólica Normae de gravioribus delictis (Normas sobre los delitos más graves), donde junto a la pederastia figuraba (figura) la ordenación sacerdotal de mujeres.

Cada religión tiene derecho a imponer a sus fieles lo que guste. Quien no esté de acuerdo, puede marcharse, y, antes, no entrar. Hacen mal las feministas escandalizándose porque los obispos execren del divorcio o del aborto. Lo que sí se puede (y se debe) protestar es cuando la Iglesia católica enseña sus doctrinas antifeministas en las escuelas ¡con dinero público!

El problema principal no es la brecha salarial (claro está, insoportable, pero remediable), sino el papel de sumisión que predica la religión predominante en España, sin ningún recato. Todo empieza en los libros que decenas de miles de profesores de catolicismo enseñan en las escuelas, pagados por el Estado (unos 700 millones por curso), pero seleccionados por los obispos, que los pueden despedir sin miramiento. La Comunidad de Madrid acaba de indemnizar con 90.000 euros a un profesor despedido por el Arzobispado por el ‘delito laboral’ de haber perdido la fe.

La mujer como pecado. Para gran parte de la jerarquía católica, la mujer es un diablo. La tentación. La culpable de que el hombre haya sido expulsado del Paraíso. Revisen cualquier libro de texto de religión y moral católica. “Dios hizo al hombre y le llamó Adán. Después plantó un jardín lleno de árboles. También hizo aves y animales. Pero el hombre estaba triste porque vivía solo” (Página 20 del libro de la editorial Edelvives para primero de Primaria).

Lo que vino después fue Eva, la mujer, un complemento, a partir de una costilla de Adán, figúrense. Entonces (Génesis 2:16) Dios dio al hombre este mandato: “Puedes comer de todos los árboles del jardín, pero de árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás”. Eva quiso saber ¿La ciencia? Curiosa mujer, y valiente. Pero Culpable. Génesis 3:13: “El Señor Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y la mujer respondió: La serpiente me engañó y comí”. Los cristianos lo llaman Dios, los judíos Yahvé en la Biblia hebrea, en el islamismo es Alá.

Metáforas, claro. Explique en una clase de Primaria, a niños de seis años, que lo oído en boca del profesor (o en las catequesis) son metáforas. Los padres no son Neruda. Otro libro de texto narra la vida de Adán y Eva fuera del jardín del Edén. Tuvieron hijos (Caín, Abel y Set), y “Adán murió a la edad de 930 años”. El Corán, en la aleya 14 de la Sura 29, lo dice con sutileza: “Adán vivió mil años menos cincuenta”. A ver cómo lo explica un abuelo.

Aunque resulte increíble, la Iglesia católica concibió estos relatos del Génesis al pie de la letra. ¿Por qué el diablo no se dirigió a Adán, sino a Eva?, se pregunta san Agustín. Interpeló primero a “la parte inferior de la primera pareja humana” porque creyó que “el varón no sería tan crédulo”. También escribió que “el marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque es mujer”; o que “nada hay tan poderoso para envilecer el espíritu de un hombre como las caricias de una mujer”. Se puede leer en La ciudad de Dios, por lo demás un libro estupendo. O este texto de san Juan Damasceno: “La mujer es una burra tozuda, un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno”. O lo que afirma nada menos que san Alberto Magno: “La mujer tiene la naturaleza incorrecta y defectuosa”.

La inferioridad de la mujer (femina, en latín) se construye ya en los idiomas antíguos. Femina proviene de fides (fe) y minus (menos), la que tiene menos fe. Para los primeros sabios cristianos, Aristóteles fue un pensador de cabecera. Fue quien primero enumeró los motivos de la inferioridad de la mujer. Ésta debe su existencia a un descarrilamiento en su proceso de formación; es “un varón fallido”. San Agustín reforzó ese desprecio, y santo Tomás lo hizo teología. Según el axioma de que “todo principio activo produce algo semejante a él”, siempre deberían nacer varones. A veces nacen mujeres, que son varones fallidos. Aristóteles los llama arren peperomenon (“varón mutilado”), y el de Aquino traduce al latín como mas occasionatus (varón fallido).

Sobre este apartheid antropológico se ha construido la marginación, el desprecio e, incluso (o sobre todo), la violencia contra las mujeres. ¿Qué habría dicho Jesús? ¿Qué habría hecho la Virgen, como se ha preguntado el cardenal Osoro? El teólogo Karl Rahner, el gran pensador del Concilio Vaticano II, ha contestado: “Jesús no habría entendido ni una palabra”. Como escribió Bertrand Russell, “el mundo que conocemos parece que fue hecho por el demonio en un momento en que Dios no estaba mirando”.

Pese a todo, en las religiones abrahámicas abundan mujeres importantes: Sara, la mujer de Abraham; la generosa María la de Magdala junto a Jesús; la rica y madura Jadiya junto a Mahoma. La literatura antigua no es injusta con la mujer. ¿Cuándo se torció todo? No es disparatado suponer que fueron los apóstoles Pedro y Pablo quienes pusieron la primera piedra de la maledicencia. María Magdalena, que solo desde el año pasado tiene un día para celebrarla como santa, por decisión del papa Francisco, financió y sostuvo, junto a otras muchas mujeres, los tres años de campaña por Palestina del fundador cristiano.

“Ayudó con sus bienes al Maestro”, escribe el evangelista Lucas, Cuando fueron creciendo como secta judía, antes de hacer la romería (a Roma), para hacerse grandes hasta sustituir al Imperio romano, es probable que la temperamental mujer de Magdala quiso imponer su autoridad como compañera predilecta de Jesús y amiga de la madre, María. Pedro ya había expresado su enojo por cómo era tratada, con qué cariño y deferencia. Para acabar con su prestigio, pronto se empezó a decir que había sido prostituta, o que estuvo poseída por el demonio, o que no tenía la fuerza necesaria para mandar… Muchas mujeres importantes sufren aún este tipo de difamaciones, para apartarlas del lugar social, profesional o académico que se han ganado a pulso.

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