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El velo de ¿Isis?

Hace ya más de ocho años escribía en el periódico gallego de mayor difusión sobre este tema preocupante y recurrente del avance del fanatismo islamista a rebufo de un falso laicismo o cuando menos de las libertades cívicas en los países occidentales. Probablemente, aunque no lo parezca a primera vista, uno de los más graves para el futuro de una Europa en libertad.

Y aunque muchas veces los textos periodísticos resultan flor de un día, debo decir que podría volver a suscribirlos hoy mismo.

Pero en todo este tiempo han ocurrido muchas cosas en España. Y aunque buena parte de la sociedad española aún se resiste a las imposiciones, lamentablemente parece cada vez más desnortada y confusa ante el bombardeo cotidiano de lo progre y lo políticamente correcto.

El P. Gabilondo, ministro de Su Majestad para cosa esa de la Educación, tan lejano en el tiempo, pero también en el conocimiento y en la moral de los Giner de los Ríos, Sanz del Río o Besteiro, anuncia una Ley de Libertad religiosa que vistos sus autores debiera reforzar el temor y zozobra sobre el futuro que nos espera. Porque dentro de la impostura e hipocresía generalizada que caracteriza al presente gobierno es de temer que lo de la supuesta libertad religiosa más que en protección de derechos civiles, fomento de un sano, pacífico y tolerante laicismo devenga por el contrario en un ataque al Cristianismo que es una de las históricas bestias negras del socialismo, y al que ha sustituido o pretende sustituir del todo en su singular alianza con el Trono.

Y con ello no haría sino volver a equivocarse. “Quién no confunde se confunde” decía Unamuno y nuestros ministros se quiebran de sutileza en confusión y desvarío demagógico.

La primera confusión quizás sea sobre el sentido del verdadero laicismo que basa el comportamiento moral público en la ética, es decir, en aquello que es común para todos los hombres: en la naturaleza humana y no en creencias basadas en la fe o no demostrables. Son corolarios: la igualdad ante la ley, la libertad de cátedra, conciencia e imprenta y la libertad de cultos pero fuera de los centros escolares o públicos.

Otra sobre los límites del laicismo. El laicismo surge históricamente para defender a la gente del fanatismo religioso, de las guerras y persecuciones provocadas por la religión. Para que no haya más noches de san Bartolomé o socarramientos de herejes como festejo público presidido por piadosos reyes en palcos engalanados.

El laicismo verdadero, una de cuyas primeras formulaciones se encuentra ya en Pitágoras, no pretende perseguir a las religiones sino reservar el fenómeno religioso al ámbito de lo privado y en singular de la conciencia.

Tampoco se puede confundir como hacen miembros y miembras del gobierno zapateríl, el multiculturalismo excluyente con el pluralismo tolerante.

La tolerancia es una virtud del fuerte que se deriva de la comprensión de que ningún método de conocimiento es tan perfecto como para que se pueda acceder a la verdad absoluta. Consciente de esas dificultades epistemológicas se pueden comprender o tolerar diferentes concepciones como propias de la imperfección humana. Pero no a los que desde su propia finitud intentan imponer coactivamente su concepción a los demás.

En la tradición egipcia y luego helénica, está dificultad para conocer lo numinoso se solía representar simbólicamente como el velo de Isis. Sólo desvelada por la muerte o por la falsa muerte provocada durante los antiguos Misterios.

La tolerancia establece unos límites que sobrepasados deben suponer el rechazo. Porque más allá de esos límites que pueden ser absolutos – Ley moral- o relativos, de acuerdo a las contingencias históricas, se producirían graves lesiones de los valores de orden superior que es preciso proteger: Libertad, Justicia, Bien, Belleza, Paz, 

Si una cosa laudable es tolerar otra muy distinta es el consentir como hacen el débil o el hipócrita. Defecto o vicio zapateril en el que el que predomina el cálculo, el disimulo, la cobardía o la duplicidad.  Esto explica que se consientan las fechorías del Islam, de los nacionalistas periféricos o de dictadores tercermundistas, mientras se exacerban más allá de lo razonable las críticas a otras instituciones políticas o religiosas.

El observador barrunta que detrás de ciertas propuestas de la Feliz gobernación zapateril se encuentra la ocurrencia de que la mejor manera para debilitar a su enemigo, la religión cristiana y la Iglesia católica en particular, sea importar otra religión y enfrentarlas. Pasen y vean: la lucha entre el Papa y el ayatolá. Entre párrocos e imanes.

Si ya no es posible recrear una anacrónica y sincrética Alejandría entre los bárbaros, subvencionemos que los bárbaros tomen Alejandría y terminen quemando la Biblioteca y la tolerancia que representaba. Un planteamiento devastador, cainita y suicida como propio de ZP, convertido en nuevo traidor conde don Julián.

A todo esto dirá el paciente lector que ha llegado hasta aquí. Pero bueno, menos rollo y al grano, ¿velo sí, o velo no?

Es sabido que en España lo del velo no es cosa sólo del Islam: hasta hace muy pocos años especialmente en áreas rurales era muy común, y en algunos lugares, obligado, el que las mujeres llevaran velo para salir a la calle o para actividades religiosas cristianas.  Incluso a la puerta de algunas iglesias se ponía el sacristán, piadoso congregante u otro personal masculino autorizado por el párroco para exigirlo o revisar el resto de la indumentaria femenina, largo de falda o mangas antes de dejar entrar al recinto sagrado.

Pues, como el lector habrá deducido, mi opinión basada en el laicismo tolerante es que en la actividad pública: velo no.  

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