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El Vaticano y China cierran un acuerdo histórico para el deshielo

La Santa Sede y Pekín consensuarán el nombramiento de obispos y unificarán la Iglesia, abriendo así la puerta a la restitución de las relaciones diplomáticas 70 años después

Han sido años de rumores, salidas en falso y cortocircuitos. Pero, finalmente, China y el Vaticano han firmado un acuerdo histórico que acerca definitivamente el deshielo de las relaciones diplomáticas, rotas desde 1951, cuando Mao Zedong expulsó del país al Nuncio de la Santa Sede y a sus misioneros católicos. El primer paso tiene carácter religioso y consiste en el reconocimiento por parte del Vaticano de los obispos nombrados por el régimen durante las últimas décadas, poniendo fin así a las dos iglesias paralelas que convivían hasta la fecha: la oficial (controlada desde la Asociación Católica Patriótica) y la clandestina (por el Vaticano). Pekín ha considerado hasta hoy una injerencia que los nombramientos se hicieran en Roma y no reconocía la autoridad del Papa como jefe de la iglesia católica. La Santa Sede, por su parte, no aceptaba que estos viniesen impuestos por el régimen chino, algo que no sucede en ningún país del mundo

Las dos iglesias pasarán ahora a ser una y la última palabra sobre los obispos, se supone, la tendrá el Pontífice. Sin embargo, la decisión se tomará de forma conjunta a propuesta de Pekín, señalan algunas fuentes. El acuerdo, cuyo contenido no se ha publicado, es provisional y se irá revisando y afinando periódicamente (se habla de dos años de primera experimentación), ha explicado la Santa Sede en un comunicado oficial. En la firma han participado el subsecretario para las relaciones internacionales del Vaticano, Antoine Camilleri, y el viceministro de Asuntos Exteriores chino, Wang Chao. Con la habitual prudencia, el portavoz del Papa, Greg Burke, ha especificado el objetivo del acuerdo. “Esto no el final de un proceso. Es el comienzo. Esto ha surgido a través del diálogo, escucha paciente en ambos lados, incluso cuando la gente venía desde puntos muy distintos. El objetivo no es político, sino pastoral. Permitirá a los fieles tener obispos en comunión con Roma, pero al mismo tiempo reconocidos por la autoridad china”.

La concesión de la Santa Sede, poco acostumbrada a regalar tanto terreno en las negociaciones con otros Estados, ha sido notable y altamente criticada por distintos sectores de la Iglesia. Especialmente por alguno de los obispos que durante años ha vivido en la clandestinidad y perseguido por el régimen, como el exarzobispo de Hong Kong, Joseph Zen. De hecho, el secretario de Estado del Vaticano, Pietro Parolin, salió ayer al paso y rebatió las críticas defendiendo la idoneidad de un paso de este tipo. El acuerdo, presumiblemente, obligará ahora a algunos de esos prelados a entregar su puesto a los elegidos por China. A cambio, el régimen reconocerá al Pontífice como jefe único de la Iglesia católica y habrá una sola institución en el país.

El acuerdo con la segunda economía del mundo que, según el comunicado, que “crea las condiciones para una más amplia colaboración a nivel bilateral”, llega justo cuando el Papa acaba de aterrizar en Lituania, en pleno inicio de su viaje por los países bálticos. Un momento poco propicio para un anuncio de este calado, que ensombrece el resto de actividades de su agenda y deja la visita en un segundo plano. Un elemento más que invita a pensar en el nivel de imposiciones de China en esta larga negociación, que encuentra también en este avance un elemento de presión más en su guerra comercial contra EE UU.

El Vaticano, sin embargo, tenía mucho interés en pasar página a un periodo de distanciamiento con un país donde crece el protestantismo y el catolicismo y en el que encontraría un enorme caladero de fieles y vocaciones. Poco a poco, el gigante asiático avanza en la ocupación de la hegemonía cultural y política a la que EE UU ha ido renunciando de la mano de su presidente, Donald Trump.

En China tiene 12 millones de católicos oficiales y unos 40 millones de cristianos, aunque algunos expertos calculan que la cifra real puede sobrepasar al de los 88 millones de militantes del partido Comunista de China. Este país, según las estimaciones del profesor Yang Fenggang de la Universidad Purdue en Indiana (EE UU), podría convertirse para 2030 en el de mayor población cristiana de la tierra, con 247 millones de creyentes. Sin embargo, ahora mismo hay más de 30 obispos clandestinos, elegidos por el Vaticano pero carentes del reconocimiento del Gobierno. También algunos encarcelados, como el de Mindong, Vincent Guo Xijin. El problema se genera en ambas direcciones, porque el Gobierno chino también ha nombrado otros siete obispos que el Vaticano consideraba ilegítimos y que han sido excomulgados por la Santa Sede.

La operación ha sido muy complicada. Desde el pontificado de Benedicto XVI ha habido gestos continuos en esa dirección que permitían intuir algunos avances. De hecho, Francisco rompió en 2014 con décadas de frialdad al enviar un telegrama de saludo a su paso sobre el espacio aéreo chino de camino a Corea del Sur. A partir de ahí, Francisco ha convertido la cuestión en una prioridad de su Pontificado. Este mayo, China regaló al Vaticano dos obras del pintor Zhang Yang y puso en marcha la llamada “diplomacia del arte”, que implicó también a sus museos. Pekín, en cambio, había enviado señales contradictorias. Xi Jinping, jefe de Estado chino, había expresado en varias ocasiones suspicacias sobre las ideologías procedentes del extranjero, y durante sus primeros cinco años de mando estrechó fuertemente el control sobre la sociedad civil, las minorías étnicas y las religiones.

El otro gran escollo para el avance definitivo es Taiwán, que China considera parte inalienable de su territorio y con quien no está dispuesto que sus socios mantengan relaciones diplomáticas. Ese debería ser el segundo gran paso para la normalización definitiva de los vínculos. La Santa Sede es uno de los pocos países que reconocen diplomáticamente a la isla como un Estado. De hecho, Taiwán es un importante punto estratégico en Asia para el Vaticano: aunque tan solo cerca de un 1,55% de su población, unas 300.000 personas, practica el catolicismo, su presencia es visible a través de universidades como Fu-jen o Wenzao. El vicepresidente, Chen Chien-jen, es uno de sus creyentes. Pero fuentes vaticanas ya han asegurado en otras ocasiones que ese sería un problema menor si lograba superarse el problema de los obispos.

La operación china es clave para la Iglesia en un continente donde, después de África, más crecen los fieles y las vocaciones cristianas. Antiguos caladeros en auge como América han retrocedido con el tiempo y el catolicismo (junto el protestantismo, el islam, el budismo y el taoísmo, una de las cinco religiones que Pekín reconoce oficialmente), pierde terreno frente a corrientes como las evangélicas. Pero, además, el acuerdo con la segunda potencia económica del mundo es una pieza fundamental en la guerra que mantienen EE UU y China y en el avance del país asiático para ocupar el espacio hegemónico que Trump ha comenzado a abandonar con el proteccionismo estadounidense.

El acuerdo con el Vaticano divide a los católicos chinos

“Esperamos. Deseamos. Trabajamos”. En la catedral de la Inmaculada Concepción o Nantang, en el sur de Pekín, el padre Zhu sonríe y se marcha, sin querer hablar más. Los rumores sobre un posible acuerdo entre China y el Vaticano sobre el nombramiento de obispos sonaban cada vez más insistentes en esta capital. Pero nadie se atrevía a confirmar el pacto pudiera estar a punto de cerrarse.

Nantang, un impresionante edificio de estilo occidental cuyos orígenes se remontan al siglo XVII, es una de las principales iglesias católicas en Pekín. Las imágenes de la Virgen María y de Matteo Ricci, el jesuita que trajo el cristianismo a la corte de la dinastía Ming, vigilan a la entrada. Las vidrieras y las columnas de estilo gótico se combinan con las pantallas de televisión para que todo el mundo pueda seguir la misa, y con las cámaras de circuito cerrado para que pueda verse qué hace cada feligrés.

Aquí se esperaba desde hace meses el anuncio que finalmente ha tenido lugar este sábado, de modo casi clandestino, al comienzo de un fin de semana largo que va a prolongarse con las festividades chinas de Medio Otoño y la semana libre por el Día nacional. Y, como apunta el padre Zhu, representantes de esta diócesis han estado “esperando, deseando y trabajando” entre bambalinas para que este día llegara.

Cada domingo, se suceden en esta catedral las misas en todas las lenguas de la diáspora católica internacional. En mandarín, siempre llena hasta la bandera de una cofradía en aumento. En inglés, cuando los feligreses más tempraneros de los primeros oficios aún no se han marchado; en francés; más tarde en castellano e italiano, en una Babel piadosa. “La paz esté con vosotros, y con tu espíritu”. No hay abrazos ni apretones de manos; el saludo de la paz se da con una reverencia al estilo oriental.

“No veo que pueda haber ningún conflicto. Nosotros somos católicos y creemos en Dios, pero también somos patriotas y estamos aquí, en China, y tenemos que respetar las leyes”, explicaba antes del anuncio la señora Shi, una feligresa desde hace largo tiempo, a la salida de una misa.

Chen Chao es un asistente fiel a las ceremonias religiosas, para las que se viste de chaqueta. Se declara creyente convencido, pero aún no ha dado el paso de bautizarse. Él se muestra más escéptico sobre el futuro de un acuerdo: el Vaticano y Pekín “no tienen las mismas metas”, sentencia.

El acuerdo sobre el nombramiento de obispos tiene como fin último encauzar las relaciones entre la Iglesia católica y el Gobierno del Partido Comunista, por primera vez desde que ambos rompieron relaciones formalmente en 1951. Unas relaciones que las autoridades en el Vaticano veían como imprescindibles, especialmente tras la entrada en vigor a principios de este año de nuevas regulaciones sobre el culto religioso en la segunda economía del mundo.

Se calcula que hay cerca de 12 millones de católicos en China, donde la población total alcanza los 1.370 millones de personas. Es un número que ha permanecido estable en las últimas décadas, frente al crecimiento exponencial del protestantismo, entre los 40 y 80 millones según distintos cálculos. La gran mayoría de quienes profesan esta fe la han heredado de familia ─el catolicismo está presente en China desde el siglo XVI, cuando lo introdujeron jesuitas como Matteo Ricci o Diego de Pantoja─, mientras que las conversiones son relativamente menos frecuentes.

En China, la comunidad católica está dividida ─no siempre en líneas precisas─ entre la iglesia “patriótica”, aquella registrada ante las autoridades del Gobierno y cuya jerarquía es designada por los funcionarios estatales, y la iglesia clandestina, que solo reconoce la autoridad del Vaticano y del Papa.

Las nuevas regulaciones, con su exigencia de que los centros religiosos se registren ante las autoridades chinas, abría el camino a las clausuras de cierres de las parroquias o lugares de culto clandestinos. Una clausura que se ha convertido en una amenaza muy real: el Gobierno desarrolla una campaña para “hacer más chinas” las religiones que reconoce, budismo, taoísmo, islam, cristianismo protestante y catolicismo.

Hace meses se retiró la Biblia de la venta por Internet, aunque aún es posible adquirirla en las iglesias. Sacerdotes católicos nombrados por el Vaticano, pero que no aceptaban órdenes del Gobierno chino fueron detenidos para ser posteriormente puestos en libertad. En provincias como Henan, en el centro de China, y uno de los núcleos de población fiel al Vaticano, en los últimos meses han aumentado los derribos de barrios tradicionales, donde se encuentran las parroquias más antiguas. El argumento es abrir espacio para urbanizaciones residenciales más modernas.

Para China, que en su ascenso al centro del escenario global trata de entablar lazos con el mayor número posible de aliados internacionales, abrir una vía para normalizar sus relaciones con el Vaticano representa un gran golpe de efecto. Según explica el académico italiano Francesco Sisci en Pekín, el Gobierno de Xi Jinping se dio cuenta de la enorme influencia de la Santa Sede cuando, durante una visita del jefe de Estado chino a Estados Unidos en 2015, fue el viaje de Francisco a Cuba el que acaparó los titulares mundiales. “Una China con ambiciones de ser una potencia no podía dejar al Vaticano de lado”, apuntaba Sisci en una reciente charla con periodistas.

El acuerdo, de carácter provisional y reversible según ha subrayado el Vaticano, permitirá destrabar el nombramiento de obispos en China. “La esperanza compartida es que este acuerdo favorezca un proceso de diálogo institucional, fructífero y con la vista en el futuro, y que pueda contribuir de modo positivo a la vida de la Iglesia católica en China, al bien común del pueblo chino y a la paz en el mundo”, señala el comunicado.

La Santa Sede no ha proporcionado aún los detalles del pacto, que llevaba gestándose meses y que en un principio se esperaba para esta primavera. Entonces se había indicado que, como parte del acuerdo, se había pedido a dos obispos nombrados desde Roma y que Pekín no acepta que cedieran sus puestos a sendos designados por el Gobierno chino.

Aquella decisión fue sumamente criticada, tanto entre los feligreses de las parroquias clandestinas, que mantienen su fidelidad a Roma bajo riesgo personal, como por prelados católicos en Asia. El exarzobispo de Hong Kong Joseph Zen, un firme crítico de los contactos con el Gobierno chino, declaraba esta semana a la agencia Reuters que las negociaciones “están entregando el rebaño a la boca de los lobos. Es una traición increíble”.

El Vaticano ha tenido buen cuidado en subrayar que el pacto no supone el establecimiento de relaciones formales ni una ruptura de los lazos que mantiene con Taiwán, la isla que China considera parte inalienable de su territorio y con la que la Santa Sede mantiene relaciones diplomáticas.

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