Superior de la abadía, abad en funciones, prior administrador… Ni el Gobierno tiene claros los poderes del monje benedictino Santiago Cantera Montenegro. A sí mismo se llama superior de la abadía, pero es evidente que se comporta como un abad, es decir, con todo el poder que las abadías benedictinas atribuyen al monje que ponen al mando mediante votación. La regla de los monjes de san Benito resuelve el galimatías en tres capítulos, para el lector que busque respuestas exactas.
Cantera, de 46 años, no obtuvo la mayoría absoluta, pero sí la suficiente para ser superior/abad/prior/administrador con todo el mando, y para comportarse como tal ante el mundo y frente a los 22 compañeros de orden que viven, rezan y trabajan (ocho horas para cada cosa) en el monumental caserón de Cuelgamuros. Son pocos, sobre los 6.865 benedictinos que hay en el mundo, pero suficientes para traer en jaque al Ejecutivo socialista, al Senado, al Arzobispado, a la Conferencia Episcopal y, si se apura, al Papa de Roma.
Se queja el monje Cantera de que se le presente “como un ogro”, pero tiene claro que el dictador Franco, el bien más preciado de su basílica, su mejor fondo de comercio, no saldrá de su tumba en la basílica del Valle de los Caídos hasta que lo diga el Tribunal Supremo, y eso ya se verá si llegado el momento pone sobre la mesa los acuerdos que todavía atan a España al nacionalcatolicismo vaticano. Por cierto, en España hay una docena de monasterios de la orden fundada por san Benito de Nursia. Dos son muy señalados, levantados sobre imponentes peñascales. El de Cuelgamuros representa el nacionalismo franquista, o, como le gusta decir a Cantera, la España de la cruz; en la abadía de Montserrat nació el nacionalismo catalán, que todavía acude allí a ayunar cuando se cree en apuros.
Alto y delgado, de frente despejada, gafas elegantes y voz pausada, largos dedos de pianista que mueve con habilidad en sus sermones y conferencias, y buen dialéctico, Santiago Cantera Montenegro tiene 46 años (Madrid, 1972), es decir, apenas tenía tres cuando murió Franco.
Su biografía es extraordinaria. A los 21 años fue candidato dos veces, en elecciones generales y europeas, por una rama de Falange Española, y para entonces ya se sabía que iba a hacer carrera como doctor en Historia de la Edad Media por la Universidad Complutense y, más tarde, jovencísimo profesor en la Universidad San Pablo-CEU de Madrid, la niña mimada del cardenal Rouco entre las universidades católicas en España. Cantera daba clases, escribía (ha publicado ya 18 libros), predicaba y pensaba casarse pronto con su novia. “Tenía todo lo que cabía desear y podía pensar en casarme; el matrimonio y los hijos me atraían, era una vocación a la que estaba abierto”, ha dicho a la agencia Zenit, de los legionarios de Cristo. Pero a los 30 años toma la decisión de su vida: hacerse monje trapense. Suele confundirse a los monjes con los frailes. Cantera sería monje trapense, contemplativo, retirado del mundo, o casi. No apetecía las tareas de los frailes, dedicados a trabajar fuera del convento.
No se sabe por qué, en vez de la Trapa, escogió hacerse benedictino. Lo cierto es que la orden de san Benito le viene como anillo al dedo. Es donde completa su formación con la guía intelectual de unos abades que dejaron huella con una vida nada contemplativa. Destacaron los dos primeros, el imponente burgalés fray Justo Pérez de Urbel y el maquiavélico vasco Luis María de Lojendio e Irure. Antes de meterse a monje, Lojendio, militante de la CEDA junto a Gil Robles y ultracatólico a machamartillo, había sido director de la Oficina de Información Diplomática en los años más cerrados de la dictadura.
Las declaraciones de Cantera no dejan duda de sus posiciones políticas. Pero no es un falangista clásico. Es convencional, ajeno a la España alegre y faldicorta que pretendía Primo de Rivera. Por ejemplo, reconoce que se ha sentido tentado de negar la comunión a mujeres que se acercan vestidas con falda corta, “como si fueran a la playa”, y tiene una teoría extravagante sobre los presos forzados a trabajar en la construcción del Valle de los Caídos. Según Cantera, vivieron muy bien, hasta el punto de que se corrió la voz por otros campos de concentración y muchos pidieron el traslado a Cuelgamuros. Eso dice.
Sobre su amor por el Valle de los Caídos hay muchas declaraciones. Esta, también a Zenit, subraya su pensamiento. “Me gusta el nombre porque en él reposan los restos de casi 34.000 caídos de ambos bandos en la guerra según el registro. Los que cayeron enfrentados están hermanados aquí de cara a la eternidad. Es una lástima que algunos prefieran seguir hoy enfrascados en venganzas y no quieran comprender el sentido de la reconciliación, que solo se puede alcanzar bajo los brazos redentores de la Cruz”.
Pese a tantos ajetreos humanos, lo cierto es que, sin pausa, el abad/administrador va construyendo una obra apreciable (al margen de prejuicios ideológicos). Destacan Hispania-Spania. El nacimiento de España(2014); Los monjes y la cristianización de Europa (1996); La crisis de Occidente(2008) o los comentarios sobre La Ciudad de Dios de san Agustín, titulados Una visión cristiana de la Historia (2011).