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El salafismo irrumpe con fuerza en la política egipcia

La corriente ultraconservadora del islam se consolida tras dar la sorpresa en las elecciones legislativas y será clave en los comicios presidenciales de mayo

Desde hace décadas, el salafismo, una corriente ultraconservadora del Islam, está sólidamente implantado en Egipto. Es fácil identificar a sus numerosos adherentes por su aspecto: largas barbas, túnicas tradicionales, y negrísimos velos integrales para sus mujeres. Sin embargo, su presencia en las altas esferas de la vida social y política del país era nula … hasta que llegó la Revolución. El éxito electoral de la coalición salafista Nour se convirtió en la gran sorpresa de las legislativas, suscitando una de las preguntas más intrigantes del Egipto post-Mubarak: ¿cómo influirá el despertar del gigante salafista en el panorama político egipcio?

Las elecciones presidenciales, previstas para finales de mayo, podrían haber proporcionado una respuesta contundente a esa pregunta. En la última encuesta publicada, el predicador salafista Hazem Abu Ismail ya había escalado hasta la primera posición, rozando un 30% de los apoyos. Su popularidad, sobre todo entre las clases más modestas, es evidente, pues los posters con su efigie se han vuelto omnipresentes en las calles de El Cairo.

Sin embargo, su nombre no apareció en la lista definitiva de candidatos anunciada ayer por la Junta Electoral, que finalmente ha descalificado a 10 de los 23 aspirantes. Su exclusión se debe haber a violación de la norma que prohíbe que el cónyuge o los progenitores de los presidenciables tengan otra nacionalidad aparte de la egipcia. Según las autoridades, la madre de Abu Ismail adquirió la nacionalidad estadounidense antes de morir, algo que el ex candidato ha negado categóricamente, atribuyendo las alegaciones a una conspiración de EEUU y la Junta Militar. Sus devotos seguidores le creen a pie juntillas, y hace ya una semana que centenares de ellos ocupan la plaza Tahrir

Tradicionalmente, el salafismo ha sido una corriente quietista, y la mayoría de sus predicadores solía describir la política como una actividad sucia, que corrompe el alma. Sin embargo, el miedo a que el tránsito a la democracia occidental erosionara la posición del Islam y las bases morales del país lanzó al salafismo al ruedo político. Y no sólo en Egipto, sino otros países del Mundo Árabe, donde aspira a convertirse en una alternativa a los movimientos islamistas históricos, sobre todo si la consecución del poder les lleva a moderar sus discursos.

La gran pregunta que se hacen los expertos políticos es hasta que cierto punto su ascenso arrastrará a los Hermanos Musulmanes, la mayor fuerza política y su competidor dentro del espectro ideológico islamista, hacia posiciones más radicales. De la mano de Karl Rove, ese fue el efecto en el Partido Republicano de EEUU del despertar político de millones de cristianos evangélicos. De hecho, tras la exclusión de Abu Ismail, el candidato presidencial de la Hermandad, Mohamed Morsi, ya ha lanzado varios guiños a su huérfano electorado.

No obstante, algunos analistas creen que la influencia del salafismo será más bien limitada, y que la analogía más certera es con el Shas, el partido ultraortodoxo israelí. “Puede que se centren sólo en un grupo de asuntos concretos … como influir en la educación, en la producción cultural, o las leyes de familia”, escribió en su blog el analista Issander Amrani. Al igual que el Shas, su agenda se podría limitar a arrancar concesiones y prebendas del Estado para mantener una especie de sociedad paralela, sin apenas capacidad de arrastre dentro del mapa político del país.

Nader Bakkar, portavoz de la coalición Nour, niega que su agenda se reduzca a cuestiones morales: “Tenemos un programa integral para el país, y no rechazamos asumir alguna de las carteras de “soberanía” en el próximo gobierno, como la de Economía o Interior”. Según Bakkar, que no ha cumplido los 30 años y viste con ropa de corte occidental, ya han iniciado conversaciones con los Hermanos Musulmanes para participar en un gobierno de concentración una vez la Junta Militar entregue las riendas del poder el próximo 30 de junio.

Entre la élite laica y la minoría cristiana, los salafistas inspiran una mezcla de temor y desdén. “Son una especie de injerto medieval, importado de Arabia Saudita, en pleno siglo XXI. No tienen respuesta a los problemas reales del país”, afirma el célebre escritor Alaa Aswany, autor del best-seller “El edificio Yacubián”.

Estos sectores han visto reforzadas sus tesis al rebufo de la actuación de Nour en el Parlamento, por ejemplo, en el comité de Educación, uno de los tres que presiden. Mientras la educación pública padece graves problemas, con aulas abarrotadas, y profesores malpagados y desmotivados, para el diputado Mohamed Kurdi, la prioridad es la supresión de la enseñanza del inglés en primaria, al ser un vehículo del "imperialismo occidental". Otro legislador salafista propuso adecuar los horarios de clase a los horarios de las cinco plegarias diarias.

“El partido rectificó inmediatamente [a Kurdi]. Las prioridades de nuestro programa de reforma educativa pasan por eliminar la brecha entre las habilidades que proporcionan nuestras escuelas a los jóvenes y las necesidades del mercado laboral, así como modernizar los métodos pedagógicos”, aclara Bakkar, que cita el modelo educativo japonés como su referente.

A su juicio, los medios de comunicación tienen un sesgo liberal, lo que explica su interés en “sobredimensionar” cualquier patinazo o salida de tono de sus compañeros. Por otra parte, la naturaleza descentralizada de esta corriente fundamentalista, liderada por varios predicadores, sin una clara estructura jerárquica, hace imposible mantener un discurso único. Así pues, es fácil identificar las controvertidas declaraciones de algún prominente imam con la posición de la coalición. Entre ellas, las que consideran “anti-islámico” el fútbol, una auténtica pasión en Egipto.

De momento, los movimientos islamistas moderados muestran una actitud condescendiente y paternalista hacia el salafismo, convencidos que podrán “manejarlos”. “Su problema es la falta de experiencia. Con el tiempo y la práctica política, se irán moderando”, cree Abu Ela Mady, líder del partido Wasat, el cuarto en la cámara y cuya referencia es Erdogan, el primer ministro turco. Quizás Mady habla por experiencia, ya que en su juventud flirteó con el islamismo radical.

Partidarios del líder salafista Abu Ismail en la plaza Tahrir de El Cairo. / AMR ABDALLAH DALSH (REUTERS)

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