La fiebre antisistema explotó en un lluvioso mayo de 1968. Creó una poética de la rebeldía, un movimiento fugaz que el sistema supo deglutir. Muchas de las actuales conquistas individuales y ciudadanas nacieron con aquella explosión de camb
Han pasado casi 40 años. Algunos siguen con la coleta, la hierba y un huerto ecológico, perdidos en el laberinto de un capitalismo antropofágico. Hoy otros respetados líderes están en el socialismo cocido del XIX, o militan en la derecha cruda del caudillo neocon, Sarkozi. En ambos, su alimento básico es el caviar, la raya y el poder. Dieta baja en dignidad. Dos de los objetivos de la generación del 68, además del idilio entre proletarios y estudiantes, eran la abolición de la familia y la religión, auténtica pólvora del autoritarismo educativo y emocional, del adoctrinamiento burgués y demás imposiciones del sistema. La vida, las acacias, las calles, eran hermosas, olían a agua y adoquines. El tiempo ha asfaltado las avenidas. Este siglo, la juventud acampa en su dormitorio, esperando cazar una puñetera hipoteca a perpetuidad e independizarse a los 30. Hemos pasado de la furia de la subversión a la obligación de divertirse hasta morir, quemar adrenalina y hacer gala de la más irritante mala educación, perpetuo alboroto de los ignorantes.
Dioses, religiones, feligreses e iglesias están creciendo espectacularmente en todas partes del mundo. Retornan con fuerza en tanto que proveedoras de sentido global en un mundo, aseguran, perdido y sin valores. El fanatismo come cerebros y vomita violencia. La nostalgia es el signo de ese deseo de volver al calor y la seguridad de nuestra casa. Prepárense las democracias laicas y los partidos políticos ante ese inquietante retorno de dioses y religiones. No va a ser una cuestión menor.