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El reino de la confusión

"Declarar muerto a Dios implica, en una cultura condicionada por el monoteísmo, una dislocación de todos los nexos y el anuncio de una nueva forma del mundo", escribió el filósofo alemán Peter Sloterdijk en un breve ensayo, En el mismo barco (Siruela, traducción de Manuel Fontán del Junco), que publicó en 1993, diez años después de que apareciera la obra que le dio fama, Crítica de la razón cínica. "El lío actual organizado alrededor de Europa después de Maastricht", explicaba también allí, "hace reconocible que los contemporáneos vivencian el viaje hacia la hiperpolítica acomodada a los tiempos como un viaje hiperrápido hacia el reino de la confusión, en el que con tanto funcionario ya no se ve al Estado". Y apuntaba: "La política aparece como algo equivalente a un crónico y masivo accidente de coches, en cadena, en una autopista envuelta en niebla". Todavía quedaban lejos, entonces, los atentados contra las torres gemelas de Nueva York, y ese reino de la confusión no había adquirido aún los sombríos, y terribles, perfiles que adquiriría años después. Sloterdijk advertía ya que, en ese nuevo mundo surgido tras la muerte de Dios, no habría hiperpolítica alguna "sin la venganza de lo local y lo individual". Estaban ahí, además, los monoteísmos, que difícilmente iban a dejar en manos de otros el desafío que Sloterdijk formulaba a través del término de hiperpolítica, "la tarea de hacer, a partir de la masa de los últimos, una sociedad de individuos que, en adelante, tomen sobre sí el ser mediadores entre sus ancestros y sus descendientes". Sobre la lucha de los tres monoteísmos (es el subtítulo del libro), Peter Sloterdijk ha reflexionado en Celo de Dios, que publicó en 2007 y que ahora aparece en Siruela con traducción de Isidoro Reguera.

En este ensayo, Sloterdijk (la foto es de Pere Durán) se refiere al principio a una  afirmación que hizo Jacques Derrida en una conferencia de 1993. "La guerra por la 'apropiación de Jerusalén' es hoy la guerra mundial. Tiene lugar en todas partes, es el mundo…", decía el pensador francés. Sloterdijk  advierte que no está dispuesto a asumir sin matices "esa tesis de una guerra de las escatologías", que considera incluso "un ejemplo de pensamiento peligroso", pero enseguida confiesa que su libro es justamente un intento de desentrañar el "material radiactivo" que los monoteísmos llevan incorporado: su "masa maníaco-activista" o "mesiánico-expansionista". Eso sí, no hay nada de simplificaciones: el filósofo alemán se sumerge, en un primer momento, en los significados que se le pueden dar al término "trascendencia" y, poco a poco, va recorriendo distintos caminos para penetrar en esas religiones que, finalmente, condenan al individuo a la pasividad, a esa suerte de "sumisión agradecida". Con su habitual finura, Sloterdijk recuerda "la bella sentencia de Martin Mosebach, según la cual creemos con las rodillas o 'no creemos en absoluto".

De la muerte de Dios al reino de la confusión y, en ese contexto, el reto de analizar la emergencia del "material radiactivo" que llevan los monoteísmos dentro. En un marco de crisis de referencias, la tentación de dejarse consumir por una gran Causa pasa a primer término. De ahí la relevancia del acercamiento de Sloterdijk a los tres grandes monoteísmos y a las múltiples estrategias de las que se han servido para gobernar sobre sus fieles. El filósofo alemán pone en escena las maneras con que, en determinadas circunstancias, han generado unilateralismos fanáticos. Pero también señala, con extrema lucidez, como muchos de los que combaten hoy en nombre de esos monoteísmos son "por regla general activistas sólo someramente instruidos en quienes la ira, el resentimiento, la ambición y la búsqueda de motivos de indignación anteceden a la fe". De ahí, pues, la pertinencia del trabajo realizado por el Zaratustra de Nietzsche: "un proyecto psicohigiénico fuerte dedicado al desmontaje del resentimiento productor de metafísica". Y es que, seguramente, es en el resentimiento donde resida la clave para entender algunos de los mayores disparates de nuestro tiempo.

[En una entrevista reciente, realizada bajo el reclamo de que Alemania es el país invitado en la Feria del Libro de Madrid,  Sloterdijk pidió que se evitara el calificativo de "provocador" con el que habitualmente se lo asocia. Si por provocación se entiende que sus ensayos obligan a pensar, el término sigue siendo válido: Celo de Dios está lleno de propuestas estimulantes y de sugestivos análisis sobre el devenir de los tres monoteísmos. Si "provocador", en cambio, se refiere a su conducta habitual, hay otra palabra más idónea, la de "maleducado": al fotógrafo que cubría la entrevista lo despachó con una retahíla de insultos por sugerirle que prefería hacerle las fotos en una calle en vez de tomárselas en el hotel, durante la conversación. Por grande que sea su filosofía, esas no son maneras].

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