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El pope del ateísmo Richard Dawkins se ofrece a ayudar a las musulmanas a “parchear” el Islam

“El Islam necesita una revolución feminista. ¿Qué podemos hacer para ayudar?”, aseguraba hace una semana en su cuenta de Twitter Richard Dawkins, el gran pope contemporáneo del ateísmo militante. La oferta de ayuda ‘bienintencionada” del divulgador científico británico, autor de ‘El gen egoísta’ y padre del término ‘meme’, ha sido agriamente declinada por no pocas mujeres.

A muchas mujeres les ha indignado la intromisión ‘paternalista’ de Dawkins por dos motivos. De una parte, sostienen, el científico ha dado por hecho que todas las musulmanas -hiyabis o no- viven enteramente subyugadas por una sociedad de ‘machirulos’ con las bendiciones del Corán y de otra, ha asumido que esa revolución que reclama no se está ya produciendo gracias a los movimientos supuestamente feministas que han nacido dentro del propio Islam. “Podíamos empezar diciendo que nadie quiere tu ayuda”, le replicaba una joven desde la cuenta BagelSmalls. A juicio de esta usuaria, la condición de hombre, blanco y europeo desautorizaba a Richard Dawkins a decir cómo deberían actuar los cientos de millones de seguidoras del Islam, un argumento, cuando menos, discutible desde la perspectiva cartesiana de cualquier hombre o mujer de Ciencia.

La enganchada dialéctica inicial que se produjo en su cuenta de Twitter reverberó días más tarde en numerosos medios digitales musulmanes que vieron, como siempre, en el ‘ateo’ Dawkins -él se declara agnóstico- un provocador entrometido -si no algo peor-, mientras rompían lanzas por ese supuesto feminismo islamista de cuyas buenas intenciones y legitimidad intelectual se desconfía en Occidente y entre los sectores progresistas de las mujeres de países musulmanes.
¿En verdad se puede ser feminista e islamista?, ¿es posible defender el uso del hiyab y luchar al mismo tiempo por la igualdad de las mujeres? La activista argelina Wassyla Tamzali -responsable durante dos décadas del programa de Igualdad de Género de la Unesco- lleva años repitiendo que lo del feminismo islámico es tan sólo una impostura introducida a calzador en los ámbitos académicos y las organizaciones internacionales con la intención de conciliar lo irreconciliable: Islam y libertad de género. O lo que es lo mismo, en su opinión se trata sólo de una disparatada tentativa por combinar el agua de una herramienta ideológica concebida para la liberación de la mujer con el aceite de una religión basada en la sumisión.
La visión de Tamzali -compartida en lo esencial por el grueso de las feministas occidentales- parte de la base de que el verdadero feminismo no puede estar sujeto a componendas ni a limitaciones externas de origen religioso o cultural. Si algo le reprochan estas feministas a la izquierda europea es la tibieza con la que ha condenado “ciertas prácticas machistas inherentes al Islam”, en el nombre de la libertad de credo, de su relativismo moral y de su deseo, lógico, de distanciarse de los postulados islamófobos de los ultras.
Imposturas son, a todas luces, ciertas timbas digitales musulmanas como el blog de la autoproclamada feminista salafí Zainab ben Younus, según su propia descripción, una musulmana ‘ortodoxa’ canadiense, adicta a la moda gótica, el feminismo punk y el niqaab. De feminismo tienen sus escritos más bien poco y aun así no vacila en apropiarse de ese término para defender unos postulados situados en las antípodas de las reclamaciones tradicionales del movimiento. Para la activista ucraniana Inna Shevechenko, no cabe duda alguna de que “muchas de estas páginas han sido creadas, o inspiradas, por los mismos señores barbudos” a los que Femen, su organización, combate. Decirse feminista y wahabi es a todas luces un oximoron.
“Me he acostado con 99 personas y estoy lista para tí. ¿Qué opináis? ¿Mujer liberada u otra cosa?”, puede leerse en el muro de otros de esos supuestos grupos españoles de seudofeministas, en este caso, marroquíes. En la citada página de Facebook hay mucho menos feminismo que barbarie y los cruces verbales entre miembros violan con frecuencia la legalidad española. “Mujeres como tú merecerían ser bañadas en ácido”, le espetaba hace unos días una usuaria de este grupo, posteriormente expulsada, a otra joven de origen magrebí contraria al uso del hiyab. “Les colgaría del chirri a las muy guarras. Les metería una barra de hierro por el chocho”, aseguraba la pasada semana otro ‘piadoso’ musulmán -Med Ben Tahar- en ese mismo foro “feminista”, en alusión a la campaña de la activista egipcia de Femen, Aliaa Mahda Elmahdi.
Elmahdi se hizo mundialmente famosa a raíz de una acción llevada a cabo en una mezquita de Estocolmo (2012) junto a otras activistas de Femen. En el transcurso de la misma, posó desnuda con el siguiente texto dibujado sobre su cuerpo: “La Sharia no es una constitución”. Un par de años después, la joven árabe se retrató en su perfil de Twitter menstruando y defecando sobre la bandera de Daesh (Estado Islámico). Para Femen, resulta obvio que la Ley Islámica o Sharia no es compatible con la igualdad de género, los derechos humanos o la democracia, lo que inevitablemente conduce a negar la legitimidad moral de esta religión a la que llevan combatiendo con especial ahínco desde la detención de la feminista tunecina Amina Sboui. “Mi libertad akbar”, pintó sobre su cuerpo Elmahdi en una de sus acciones más sonadas. La egipcia, claro está, vive en Suecia, permanentemente amenazada por los fundamentalistas musulmanes. En realidad, Femen se opone a toda religión.
¿En qué se basan estas feministas para equiparar Islam con otras ideologías violentas y totalitarias y cómo sostienen su presunción de que el Corán es conceptualmente incompatible con la igualdad de género? Entre otras cosas, en un buen número de versículos coránicos y de jadices donde se afirma abiertamente la superioridad del varón sobre la hembra. “Los hombres tienen autoridad sobre las mujeres porque Alá los ha hecho superiores a ellas” , se asegura, por ejemplo, en la sura 34 del capítulo 4 del libro sagrado.
El asunto es espinoso porque si tal y como sostiene Femen, el machismo es inherente al Islam, no hay salvación posible ni vía de escape en el contexto de ese credo. Por otra parte, tan cierto es que el Corán está cuajado de suras que dinamitan los valores de las sociedades democráticas contemporáneas como que los versículos, digamos, ‘machistas’ pueden también hallarse en los libros sagrados judeo-cristianos. “Vuestras mujeres callen en las congregaciones; porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”, se afirma, por ejemplo, en los Corintios. Bien es verdad que sólo los creacionistas y los fundamentalistas cristianos -en su mayoría protestantes- interpretan de forma literal estos y otros pasajes bíblicos.

Más allá de las boutades o las provocaciones punk de esas niqabbis góticas falsamente feministas, lo que algunas musulmanas se proponen ahora -lo confiesen o no- es seguir el ejemplo cristiano precedente y poner el Libro en su contexto histórico, la Arabia medieval de su profeta. Esto es, impulsar una reforma semejante a las que en su día impulsaron las iglesias. “El Corán no inventó ni introdujo el patriarcado”, asegura el experto en Jurisprudencia Islámica Mohamed Jalid Masud. “El libro fue escrito en un momento en que la cultura dominante de Oriente Medio era patriarcal, y en ese marco hay que verlo antes de aplicarlo a los asuntos de la vida moderna”.

A la postre, ésta es la idea principal a la que tratan de aferrarse ciertos movimientos feministas musulmanes como Musawah -‘igualdad’ en árabe-, una organización creada en Kuala Lumpur hace seis años por mujeres procedentes de diferentes países cuyo principal propósito era salvaguardar la libertad de género sin renunciar a su derecho a profesar la fe de Mahoma. El movimiento, con sede en Malasia, parte de la idea general de que no es el Islam el que consagra esa desigualdad, sino la interpretación que han hecho de él los hombres. “Muchas mujeres musulmanas creían que su sufrimiento en forma de abandono, poligamia y palizas se podía justificar en el nombre de Dios”, asegura una de las fundadoras de Musawah, Zainah Anwar. “Nosotras hemos ido por los pueblos para mostrarles que la superioridad del hombre sobre la mujer no está en absoluto justificada por las enseñanzas islámicas. Por otra parte, los varones musulmanes responden mucho mejor a las críticas cuando se les persuade de que sus acciones son contrarias a la ley divina. Es decir, cuando se apela a Alá en lugar de a las leyes morales humanas”, añade.
Así pues, el objetivo fundamental de Musawah es persuadir a los varones de que la Sharia -principal fuente de inspiración jurídica de los países mayoritariamente islámicos, a excepción de Túnez y Turquía- no es divina, y de que se halla sujeta a discusión. La empresa de estas mujeres va a ser ardua, considerando que para la mayoría de los musulmanes, el Corán no expresa la voluntad de Dios de acuerdo a la transcripción más o menos ajustada que llevaron a cabo en épocas diversas un grupo de humanos; es la palabra de Dios misma. “Queremos convencer al resto de los musulmanes de que nuestra comprensión del Islam procede de la intervención humana y de que, por tanto, el texto divino produce leyes falibles que deben ser adaptadas a los nuevos tiempos y las nuevas circunstancias”, precisa Anwar. “Las mujeres han sido sistemáticamente marginadas en el proceso de producción de jurisprudencia islámica, lo que explica lo desfavorables que le son las leyes. Nosotras queremos cambiar los términos de este debate para subrayar las posibilidades de cambio, de reforma, igualdad y justicia”.
¿ES POSIBLE REFORMAR EL ISLAM?
El Corán es considerado por los musulmanes como un dictado sobrenatural recogido por un profeta con la mediación del arcángel Gabriel. La única versión oficial de ese texto sagrado universalmente aceptada fue redactada en 652, durante el gobierno del califa Otmán, con arreglo a las revelaciones recibidas y transmitidas por Mahoma, quien había fallecido veinte años antes. La obra consta de 6.226 versículos agrupados sin orden ni concierto en 114 suras o capítulos, a menudo contradictorios. Cuanto contiene es un dogma absoluto de principio a fin, la fuente fundamental de la fe de sus creyentes. Tal y como afirma Eric Santoni, «los fieles de esa religión contemplan la historia del mundo, las relaciones de los hombres con Dios y entre ellos mismos a través de ese libro sagrado». 

El Corán no es tan sólo para los musulmanes una referencia religiosa. Contiene, además, un código de vida revelado. No sólo dice a sus creyentes en qué deben creer, sino que además prescribe qué deben hacer. «Durante los diez primeros años de predicación de Mahoma –escribe Santoni en El Islam-, puede ser considerado como un simple profeta que predica una religión monoteísta con una clara influencia bíblica […]. Con la Hégira y su asentamiento en Medina, en el año 622, inicio del calendario islámico, el apóstol se convierte en el jefe de la comunidad y de la nueva religión, en la Ley. Y el Corán, palabra de Dios, pasará a cumplir a partir de ese momento la función de estatuto de la ciudad. En él se deben recoger los derechos y deberes públicos y privados, desde la legislación laboral, hasta la reglamentación matrimonial, las ordenanzas fiscales, militares o el derecho a la propiedad». 

Posteriormente, como consecuencia de la rápida expansión del Islam y de las nuevas formas de vida a las que sus seguidores tuvieron que enfrentarse tras la muerte de Mahoma, los fieles de esa religión se vieron obligados a dotarse de nuevos instrumentos. El Islam aspira a regular todos los aspectos de la existencia individual de las personas y el Corán se revelaba insuficiente para dar respuesta a las cuestiones que planteaban los tiempos. Para resolver ese problema, comenzaron a recuperarse los dichos del profeta no contenidos en la revelación, el Hadiz, además de sus conductas y actitudes ante situaciones semejantes (la Sunna). En palabras de Santoni, la Sunna vino a llenar todos los huecos que no cubría el libro sagrado y se convirtió, a la postre, en el segundo pilar de la Sharia o Ley Islámica. Y así hasta el día de hoy. 

Lo que algunas de estas musulmanas ‘feministas’ se proponen -un grupo heterógeneo de mujeres con ideologías y sensibilidades diferentes- es negociar lo hasta ahora innegociable y aparcar las interpretaciones literales de un libro que, en manos de los hombres, lleva proporcionando coartadas para subyugarlas durante más de catorce siglos. Evidentemente, han enfilado el camino que los cristianos recorrieron bastante tiempo antes.

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