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El pastor y el lobo

El Papa Francisco gravita en la escena local y ejerce influencia en el peronismo. El apoyo a Cristina y una relectura de Methol Ferré, su mentor. El laicismo, en estado de alerta.

La Iglesia Católica hace política hace 2000 años. Jorge Bergoglio era un obispo influyente en la Argentina. Pero ahora, como el Papa Francisco, es un hombre poderoso en todo el mundo. Su influjo, gravitante en escala planetaria, rompe con todas las barreras físicas y simbólicas de las frágiles fronteras nacionales. La bendición papal, la fotografía vaticana, se convirtió, de un tiempo a esta parte, en el símbolo que divide a los réprobos de los hijos pródigos. Hacia Roma parten cada semana sindicalistas, empresarios y aspirantes a distintas funciones de gobierno a llevar su diezmo admirativo. Sus operadores locales reciben decenas de pedidos de audiencia diarias. Negarlo es mentirse a conciencia, decirlo es la pura verdad.

El primer Papa latinoamericano en siglos, además de argentino, es jesuita y tiene formación doctrinaria peronista ortodoxa. Su pasado rasante por la organización Guardia de Hierro dejó secuelas notables en su manejo del poder. Sus recepciones en la capital italiana guardan similitudes con las que Perón encandilaba a los viajeros al Madrid mítico de la década del '60. Austeridad en las formas y extensas conversaciones regadas de hondas reflexiones matizadas con criollismos y metáforas futboleras. Como los viejos visitantes de Puerta de Hierro, los que retornan al país vuelven subyugados, casi en estado de trance, interpretando alguna revelación que traspasa la especulación previa, una palmada extra, algún guiño cómplice, los tonos o semitonos utilizados, una intimidad excedida aunque sea en milímetros o el análisis matemático del grado de proximidad alcanzado en el encuentro. Si hasta Pino Solanas viajó a filmarlo para TN. Ya no es la hora de los hornos, sino de las hostias.
Francisco habla con todos, del mismo modo que Perón escribía aquellas famosas cartas donde cada uno leía lo que quería leer. La fórmula de acumulación empática es casi un calco. La lejanía, en ambos casos, una perspectiva que agranda la figura convocante del expatriado al protegerlo de las esquirlas de la localía mezquina. En el caso del Papa, además, el gobierno espiritual de 1200 millones de almas le da una dimensión monumental. Es una de las cuatro o cinco personalidades que hacen girar el planeta. En un sentido o en otro.
Cualquiera podría pensar que con los problemas que enfrenta en la curia romana, desde la pederastia extendida como una hiedra en toda su estructura hasta el rojo intenso de las finanzas vaticanas escudriñadas por lavado, Francisco no debiera ocuparse de lo que ocurre en la Argentina de los confines y remota. Una recorrida por su agenda, sin embargo, descarta esa premisa, lógica a primera vista. En los diez meses que lleva de asumido, el Papa se hizo tiempo para charlar cara a cara con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner; la titular de Abuelas de Plaza de Mayo, Estela de Carlotto, y el camporista Juan Cabandié; Gabriel Mariotto, el padre de la Ley de Medios y vicegobernador bonaerenes, Daniel Scioli y Karina Rabollini; Pino Solanas y Gustavo Vera, de Proyecto Sur; Mauricio Macri y su mujer; el jefe de la UATRE, Gerónimo "Momo" Venegas; Pablo Moyano, de Camioneros; Héctor Colella, heredero del emporio de Alfredo Yabrán; Osvaldo Cornide, presidente de la CAME; el fiscal federal de la Unidad Contra Delitos Ambientales de Tucumán, Gustavo Gómez; Félix Díaz, el cacique qom; el Nobel de la Paz, Adolfo Pérez Esquivel; los familiares de víctimas del atentado a la AMIA; Susana Trimarco, que pelea contra el delito de trata; el empresario Julio Raele, vinculado a la Unión Obrera Metalúrgica; Omar Abul, referente de la comunidad islámica relacionado con el PRO; Oscar Mangone, del Sindicato del Gas; Antonio Caló, de la UOM; Omar "Caballo" Suárez, de Marítimos; y Ricardo Pignanelli, de SMATA, entre muchos otros referentes públicos nacionales. A algunos les da audiencias privadas; a otros los atiende en la Plaza San Pedro. Están los que se sientan y hablan horas con él. Otros son recibidos de pie, el tiempo necesario para el fogonazo de un flash. Primera conclusión: de nuestro país, Francisco no sólo está al tanto de lo que sucede con su querido San Lorenzo de Almagro.
A la inversa, existe una fascinación recíproca. En octubre pasado, durante la presentación del libro de su amigo Carlo Accaputo, La Patria es un don, la Nación una tarea. Refundar con esperanza nuestros vínculos sociales, que reúne las homilías de Bergoglio antes de ser ungido como Sumo Pontífice, llegaron hasta la Manzana de Las Luces el secretario general de la presidencia, Oscar Parrilli; el secretario de Cultos de la Nación, Guillermo Olivieri; el presidente de la Cámara de Diputados, Julián Domínguez; el diputado oficialista Roberto Felletti; los opositores Ricardo Alfonsín (UCR), Federico Pinedo (PRO), Roberto Lavagna (Frente Renovador) y Claudio Lozano (CTA de Pablo Micheli). También, los entonces candidatos del Frente para la Victoria, Jorge Taiana y Martín Insaurralde; los del Frente Renovador, José Ignacio de Mendiguren, Felipe Solá y Darío Giustozzi; el intendente de San Miguel, Joaquín de la Torre; los sciolistas Jorge Telerman y Aldo Carreras; los macristas Cristian Ritondo y Sergio Bergman; el kirchnerista Emilio Pérsico; el juez porteño Roberto Gallardo; el diplomático Eduardo Valdés y el consejero de la Magistratura Jorge Enríquez; el titular de la UIA, Héctor Méndez; el jefe de UPCN, Andrés Rodríguez, y Hugo Yasky, de la CTA oficialista. Todos invitados por los hombres de confianza de Francisco en Buenos Aires: monseñor Víctor Fernández, rector de la UCA; el vicerrector de la UBA, Alberto Barbieri; y la directora de la Maestría de Gestión Educativa de la Universidad de San Martín, Ana de Donini.
Quiera o no, el Papa es un actor político de alto vuelo. Parece querer, de todos modos. Los que vuelven de las citas romanas reproducen comentarios de una persona finamente familiarizada con lo que ocurre acá. Francisco tiene un oído en el Evangelio y otro, se ve, para escuchar con atención los partes orales que los viajantes le entregan con acto de presencia. La mayoría retorna predicando lo que el Papa quiere que prediquen: la necesidad del diálogo, el amor por la paz, el culto a la tolerancia y la unidad policlasista. Un círculo más estrecho accede a definiciones menos generales. Esos repiten que Francisco pide que apoyen a Cristina en estos dos años que faltan hasta finalizar su mandato, que hay que poner a raya a los sectores del establishment más belicoso, que el fallo que declaró constitucional la Ley de Medios es una bendición para la gobernabilidad y que recela de Sergio Massa porque, según su teoría, lo hizo distanciar de Néstor Kirchner, y respondería a un sector que pretende anexar América Latina en bloque a los intereses geoestratégicos de los Estados Unidos, una potencia sajona que no encaja en la tradición hispanocatólica del continente. Este tipo de declaraciones son para un grupo muy reducido, pero aun los que no las escucharon de la boca del Papa las dan por válidas.
 
EL KIRCHNERISMO FRANCISCANO. Frente a este panorama, el kirchnerismo reacciona con ambivalencia. Algunos creen que Francisco actúa con buenas intenciones, jugándose generosamente por la sustentabilidad de un gobierno al que supone acertado en el rumbo aunque sus formas lo inquieten. Este sector recuerda cada vez que puede que Cristina hizo colgar en la Casa Rosada un cuadro donde asoman Néstor y Francisco, juntos. Es el que más festejó la llegada de Jorge Capitanich a la Jefatura de Gabinete: lo primero que el chaqueño hizo al desembarcar en su despacho fue una misa. Entre el "kirchnerismo franciscano", circula el libro El Papa y el Filósofo, una larga entrevista del periodista Alver Metalli con el pensador uruguayo Alberto Methol Ferré, a quien Francisco mencionó históricamente como su mentor: "Nos ha ayudado a pensar", le reconoció. En esas páginas no hay un programa político de la Iglesia, pero sí la síntesis, el nudo argumental del pensamiento de Methol Ferré, quien fue durante dos décadas asesor de la Comisión Teológico Pastoral del Consejo Episcopal Latinoamericano, además de uno de los fundadores del Frente Amplio del Uruguay. El ya célebre documento de Aparecida, que Francisco obsequió a Cristina en su primer cita como Papa, recoge muchas de las ideas del filósofo oriental. No es la Teología de la Liberación que apoyó al sandinismo y la lucha armada. Es la del Documento de Puebla y las de las comunidades eclesiales de base que se hicieron fuertes en el Brasil de los '80, con una innegable influencia en el surgimiento del PT.
La obra de Methol Ferré es un buen prisma para descubrir qué piensa el nuevo Papa y por qué conecta con un sector del kirchnerismo. Decía el uruguayo, ya fallecido, sobre el "populismo": "Es una palabra acuñada en el mundo europeo; tiene su origen en la Rusia del Siglo XIX y sufrió diferentes transformaciones, incluso en Estados Unidos. Allí, en ese contexto, es inteligible y utilizable, sirve para designar ciertos procesos, determinadas asociaciones. Una de las características de los populismos latinoamericanos es su simultáneo esfuerzo para elaborar una perspectiva nacional desde el suburbio, es decir, desde su centro existencial. Por lo demás, esta palabra, nacional-popular, establece la superioridad de este sujeto sobre los partidos comunistas, que nunca superaron su subordinación a la Unión Soviética. Por eso afirmo que los detractores de los movimientos nacional-populares le quitan lo esencial: la palabra 'nacional'. Y le dan una connotación populista con sentido despectivo."
Sobre el marxismo y el ateísmo, opinaba: "La Iglesia rechazaba el marxismo esencialmente por su ateísmo y su filosofía materialista. No se le oponía en su vocación de justicia social (…) Lo más válido del marxismo era su crítica al capitalismo, no su ateísmo (…) Lamentablemente, con la caída del comunismo el capitalismo creyó poder retornar impunemente al neoliberalismo económico, nueva utopía reaccionaria contra las pobres, sean ellos países o personas (…) Lo que torna realmente significativo el marxismo en América Latina es la Revolución Cubana, evento contemporáneo al Concilio Vaticano II. Cuba representa el retorno de América Latina, como algo unitario, al escenario continental y mundial, por primera vez después del ciclo de las independencias nacionales. Fidel Castro es el nombre de mayor influencia y de mayor repercusión que jamás haya habido en la historia contemporánea del continente. Ni siquiera Simón Bolívar, en los mejores años de su epopeya, tuvo el mismo impacto que Fidel (…) Que David haya podido enfrentar al Goliat yanqui empuñando una honda como arma se convirtió en una gigantesca revancha moral de la juventud."
Sobre la unión latinoamericana: "La integración es el único modo de participar en la globalización, el único para poder entrar en el concierto mundial de las potencias contemporáneas sin quedar aplastados (…) La idea de la integración está en el programa de varios partidos desde Haya de la Torre en adelante (…) Juan Domingo Perón, en 1951, propondrá a Getulio Vargas y a Carlos Ibañez del Campo un nuevo ABC (Argentina, Brasil, Chile) concebido como un trampolín hacia los 'Estados Unidos de América del Sur', como los llamaba el presidente argentino. El núcleo del aglutinamiento de América del Sur, en el razonamiento de Perón, era la alianza entre Argentina y Brasil. Alrededor de este núcleo fundamental podría realizarse la confluencia del conjunto. Con estos rasgos se prefigura el actual Mercosur (…) El proceso de integración retoma, prosigue y perfecciona las intuiciones de aquella generación. Continúa la tarea inconclusa de Bolívar, San Martín y Artigas. Ellos acuñan la idea de la Patria Grande en contraposición con las pequeñas patrias, cuyo destino inexorable sería empequeñecerse cada vez más."

Esta semana, Francisco publicó un documento oficial que sorprendió a los medios europeos por su virulento ataque al capitalismo, a la idolatría del dinero y a la desigualdad social que genera un orden económico mundial injusto. No hay nada nuevo, está en Aparecida, está en la ideología de buena parte de la iglesia latinoamericana, que llevó a Bergoglio al Vaticano, después de siglos de pontífices europeos. Lo nuevo es que ahora lo dice el Papa y repercute a escala mundial. El "kirchnerismo franciscano" destaca la sintonía fina entre los postulados que defiende y los de Francisco. No ve contradicción, no abona controversia. Y, a la vez, refuerza una mítica lectura de las tres horas de entrevista –y sus efectos ulteriores– entre Francisco y Cristina, a solas. A veces, exageran. Por ejemplo, cuando le atribuyen al Papa el haber llamado a la presidenta de la Corte de Justicia de los Estados 

Unidos para que interceda a favor de la Argentina por la causa de los fondos buitre. O cuando dicen que consiguió un voto clave entre los cortesanos nacionales para destrabar el histórico fallo por la Ley de Medios. Hasta el día de hoy, es cierto, le agradecen que haya desistido de visitar al país en un año electoral como el 2013, decisión que el Papa tomó casi en simultáneo con la declinación del movimiento cacerolero. ¿Este se hubiera visto realimentado con su desembarco? No se sabe. Pero el impacto de ver 2 millones de personas reunidas en la 9 de Julio ante un Papa flamante que había sido obispo casi opositor al kirchnerismo, hubiera tenido consecuencias impredecibles. Eso finalmente no ocurrió, Francisco fue a Brasil, y muchos se persignaron.

 
EL LAICISMO. Todo lo que suena como buena noticia a los oídos de los oficialistas franciscanos se transforma en un insoportable chirrido entre los sectores laicistas del movimiento, tan kirchneristas como los otros. Y que no son recién llegados, hay que admitirlo. Son los mismos que apoyaron la distribución gratuita de la píldora para interrumpir embarazos, la educación sexual en las escuelas, el matrimonio igualitario, la Ley de Identidad de Género, la despenalización del consumo de drogas blandas con fines personales y la legalización del aborto en los casos excepcionales previstos en el Código Penal. Este colectivo desconfía de la influencia benéfica del Papa en las políticas oficiales. La realidad, en parte, parecería darles la razón: la media sanción en el Senado a la unificación de los códigos Civil y Comercial introdujo modificaciones que eran pedidas por la Iglesia. Sobre todo el artículo 19, que determina que la vida humana comienza con la concepción. Es lo que dice el Pacto de San José de Costa Rica, es verdad, y también es cierto que se convierte en un vallado legal casi infranqueable para los grupos que promueven la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo hace muchos años, defendiendo la soberanía de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo. Habrá que ver qué sucede cuando se trate en Diputados. Por ahora, no dejó conforme ni siquiera a muchos senadores kirchneristas que la votaron por disciplina partidaria. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios", graficó Miguel Angel Pichetto, precisamente el jefe de la bancada del FPV.
Igual, lo que preocupa a los núcleos laicistas es la injerencia inevitable, el revitalizado influjo de las sotanas en la vida pública y privada de los argentinos. Como un baldazo de agua fría también recibieron en las últimas horas el nombramiento del sacerdote Juan Carlos Molina al frente del Sedronar, organismo preventor del consumo de estupefacientes, vacante desde la partida de Rafael Bielsa. Pero Molina es santacruceño, trabajó como asesor no rentado de Alicia Kirchner en Desarrollo Social, conoce a Capitanich desde 2009, es admirador de Eva Duarte, tiene fama de cura gaucho y bonachón, y aunque goza del aprecio del Papa Francisco, respaldó a través de su cuenta de Twitter la Ley de Identidad de Género y el Matrimonio Igualitario, como para hacer más complejo el análisis y más difícil el gobierno de los prejuicios, que existen, como los milagros. Sus antecedentes en materia antinarcóticos no son muy conocidos. Ahora se sabe que desde una fundación, Valdocco, tanto en Santa Cruz como en el Chaco, viene ayudando en todos estos años a los pibes extraviados en el submundo de las drogas, la marginalidad y, fundamentalmente, el desamor. El padre "Pepe" Di Paola saludó así su designación: "Al fin se sacan la gorra con el tema drogas", sentenció. Es un área sensible: hace un mes, la Iglesia argentina publicó un documento bastante crudo criticando el festival narco. La asunción de Molina podría ser la respuesta oficial al requerimiento.
La sombra de Francisco avanza. Gravita sobre el régimen de mareas de la política local, y sobre todo ejerce efecto espiritual en el peronismo de cuño tradicional, tanto el que se encuadra dentro del kirchnerismo como el que no. Su figura despierta prevenciones e ilusiones en dosis parecidas. Su programa político, por ahora, es un gran misterio, como el del Espíritu Santo.
El viejo mito de la Nación Católica, del cual previno Horacio González, el director de la Biblioteca Nacional, citando el libro de Loris Zanatta, apenas Francisco asumió, adquiere una interpelante vigencia de umbrío pronóstico. A esa cruz, San Martín encomendó su ejército libertador. También Perón, hasta que los aviones con el "Cristo Vence" pintado en el fuselaje bombardearon la Plaza de Mayo. El último dictador, Jorge Rafael Videla, obtuvo de esa misma Iglesia el indulto espiritual para consumar el genocidio. Mugica, Angelelli, Ponce de León, las monjas francesas, los palotinos, fueron mártires de esa extraordinaria fe contrariada, avasallante y avasallada a la vez.
Todo eso converge en la figura del Papa Francisco, donde algunos creen advertir una solución y otros, el mayor de los problemas.

Como si el pastor y el lobo fueran la misma cosa.

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