El Papa Francisco gravita en la escena local y ejerce influencia en el peronismo. El apoyo a Cristina y una relectura de Methol Ferré, su mentor. El laicismo, en estado de alerta.
La Iglesia Católica hace política hace 2000 años. Jorge Bergoglio era un obispo influyente en la Argentina. Pero ahora, como el Papa Francisco, es un hombre poderoso en todo el mundo. Su influjo, gravitante en escala planetaria, rompe con todas las barreras físicas y simbólicas de las frágiles fronteras nacionales. La bendición papal, la fotografía vaticana, se convirtió, de un tiempo a esta parte, en el símbolo que divide a los réprobos de los hijos pródigos. Hacia Roma parten cada semana sindicalistas, empresarios y aspirantes a distintas funciones de gobierno a llevar su diezmo admirativo. Sus operadores locales reciben decenas de pedidos de audiencia diarias. Negarlo es mentirse a conciencia, decirlo es la pura verdad.
Esta semana, Francisco publicó un documento oficial que sorprendió a los medios europeos por su virulento ataque al capitalismo, a la idolatría del dinero y a la desigualdad social que genera un orden económico mundial injusto. No hay nada nuevo, está en Aparecida, está en la ideología de buena parte de la iglesia latinoamericana, que llevó a Bergoglio al Vaticano, después de siglos de pontífices europeos. Lo nuevo es que ahora lo dice el Papa y repercute a escala mundial. El "kirchnerismo franciscano" destaca la sintonía fina entre los postulados que defiende y los de Francisco. No ve contradicción, no abona controversia. Y, a la vez, refuerza una mítica lectura de las tres horas de entrevista –y sus efectos ulteriores– entre Francisco y Cristina, a solas. A veces, exageran. Por ejemplo, cuando le atribuyen al Papa el haber llamado a la presidenta de la Corte de Justicia de los Estados
Unidos para que interceda a favor de la Argentina por la causa de los fondos buitre. O cuando dicen que consiguió un voto clave entre los cortesanos nacionales para destrabar el histórico fallo por la Ley de Medios. Hasta el día de hoy, es cierto, le agradecen que haya desistido de visitar al país en un año electoral como el 2013, decisión que el Papa tomó casi en simultáneo con la declinación del movimiento cacerolero. ¿Este se hubiera visto realimentado con su desembarco? No se sabe. Pero el impacto de ver 2 millones de personas reunidas en la 9 de Julio ante un Papa flamante que había sido obispo casi opositor al kirchnerismo, hubiera tenido consecuencias impredecibles. Eso finalmente no ocurrió, Francisco fue a Brasil, y muchos se persignaron.
Como si el pastor y el lobo fueran la misma cosa.