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El partido de Dios

La Iglesia católica ha condicionado trágicamente la vida política española desde hace 500 años

El paréntesis de tolerancia de la derecha, abierto con la transición política en España, se ha cerrado definitivamente. Cuando la izquierda intenta gobernar con medidas de izquierda, la España ultramontana y reaccionaria resurge para negarle el derecho a hacerlo, sembrando la discordia y anatemizando a quienes discrepan de sus opiniones. El Partido Popular ha rescatado el siniestro nacionalismo español que condujo al país a la dictadura franquista, y ahora los obispos rescatan el integrismo católico que ha sido la losa que ha aplastado sistemáticamente los intentos de modernización de España.
Lo acontecido en Madrid, es decir, la actuación de los obispos españoles como si fueran dirigentes de un partido político preconizando la imposición de su ideario no solo a los católicos sino a la sociedad entera, muestra el viejo afán de poder de la Iglesia católica, pero es reflejo también del modo como esa institución ha condicionado trágicamente la vida política española.

LA IGLESIAcatólica ha estado vinculada, desde el nacimiento del Estado español, a una concepción del poder autoritaria y despiadada que no ha dudado en sacrificar la vida de millones de españoles –enviándolos a la hoguera, al cadalso, a la cárcel o al exilio– durante casi 500 años. No es casual que los primeros monarcas de España se llamaran Reyes Católicos. Ellos instauraron una alianza con la Iglesia para poner en marcha la primera maquinaria totalitaria de la modernidad: la Inquisición española.
Estado e Iglesia se confundieron y se utilizaron, en mutuo beneficio, durante los 350 años que duró la Inquisición. En ese tiempo, doctos clérigos enviaron a la tortura a cientos de miles de personas y ejecutaron al menos a 40.000; se persiguió cualquier forma de pensamiento disidente del catolicismo oficial; se obligó a convertirse a buena parte de las numerosas comunidades españolas judía y musulmana (siempre con la idea de que solo lo católico es auténticamente español) y se expulsó sin piedad a quienes se negaron a hacerlo.
Después, la mayor parte de la Iglesia española se embarcó en un sistemático acoso a aquellos judíos y moriscos que se habían convertido, víctimas predilectas de los inquisidores, anticipándose de nuevo a lo peor de nuestro tiempo, al establecer los llamados Estatutos de limpieza de sangre, las normas que discriminaban a quien tuviera un origen judío, por muy católica que fuera su fe. Un auténtico sistema de limpieza étnica y racista que envenenó la vida social al predicar la delación del vecino como valor moral, y sembró una semilla de intolerancia cuyos frutos continuaron incluso después de desaparecida la Inquisición.
Cada intento de ganar espacios de libertad en España ha chocado desde entonces con esa intolerancia católica. Una intolerancia que está latente en cualquier religión monoteísta organizada, pues si siempre es peligroso creerse en posesión de la verdad absoluta, todavía lo es más cuando se pretende que esa verdad ha sido revelada directamente por Dios. De las funestas consecuencias que tal punto de vista comporta da testimonio la historia del Papado de la Iglesia católica, llena durante siglos de conspiraciones, crímenes, guerras y abusos.

LA IGLESIAcatólica ha sido y es un Estado, con sus intereses y sus vicios, aunque estos se enmascaren tras beatíficas palabras y declaraciones de buenas intenciones, y en España ha vivido en simbiosis con el Estado español, condicionando sus decisiones y la vida cotidiana de generaciones de españoles, víctimas además en su vida familiar de la manipulación de sus enseñanzas, que han predicado una visión traumática y castradora de la sexualidad.
Se puede decir que, en buena medida, el progreso de la sociedad española ha pasado históricamente por los esfuerzos tendentes a poner fin a esa posición privilegiada de la Iglesia. Y en esos esfuerzos no han faltado tampoco católicos que desde el interior la Iglesia han alzado sus voces contra la intolerancia que se practicaba en nombre de su fe. Bartolomé de la Casas, que salió en defensa de los derechos de los indios americanos. Alonso de Cartagena, que se opuso a la persecución de los judíos conversos. Juan XXIII, que abrió la Iglesia al diálogo ecuménico. El cardenal Tarancón, que preconizó la separación de la Iglesia de la dictadura franquista. Pues si hay un riesgo de totalitarismo en toda religión organizada, ese riesgo no es necesariamente fatal, a condición de que en el seno de la Iglesia haya y tengan peso suficiente voces que alerten de él y que defiendan un espacio para la fe que sea respetuoso con quienes no la comparten. Lo mejor de la Iglesia católica se ha manifestado siempre cuando ha sido capaz de respetar a los otros.

SIN EMBARGO,los obispos pretenden que el poder político solo es legítimo si se atiene a la moral católica disfrazada de ley natural. Que el Opus Dei, un producto del nacionalcatolicismo franquista, domine la política vaticana, quizá explique por qué ese tipo de actitudes cuentan con un respaldo papal inmerecido y equivocado, y también por qué los obispos han decidido actuar, sustituyendo ecumenismo por sectarismo, como si fueran el partido de Dios.
Claro que no hay que olvidar que Benedicto XVI fue durante años el director del organismo que sustituyó a la Inquisición en el seno de la Iglesia. Y es que la Historia pesa mucho.

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