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El Papa y las mujeres

Que las religiones monoteístas son las responsables de la misoginia, de la propagación del sometimiento y del desprecio secular de la mujer es algo que no digo yo, sino que se constata leyendo historia, y simplemente observando las tremendas consecuencias de esos idearios crueles en las sociedades impregnadas de dogmatismo religioso. No hay más que percibir las cárceles de tela y la opresión vital en las que viven las mujeres del Islam, en base a unos terribles, bárbaros e inhumanos preceptos que divulga el “libro sagrado” musulmán.

El cristianismo no le queda a la zaga al Islam, ni en éste ni en otros aspectos. Que el machismo, la misoginia y la violencia de género en Occidente tienen su origen primigenio en los dogmas del cristianismo tampoco nos es desconocido a los que nos hemos interesado un poco por conocer la procedencia del secular odio a las mujeres en nuestra cultura. La ideología cristiana, tanto como la católica, están impregnadas de ese odio ancestral contra lo femenino cuya finalidad siempre ha sido anular su impronta, su presencia y todo lo que representa lo femenino de afectividad, de intuición, de sensibilidad, de inteligencia emocional, de creación, de maternidad. Y esto es algo que constituye una gran paradoja conceptual, porque siendo la mujer la que engendra en su seno la vida, las religiones la demonizan por lo mismo por lo que divinizan a mitos y arquetipos no humanos.

Nada menos que el llamado “padre del cristianismo”, Agustín de Hipona, San Agustín, quien, por cierto, impulsó la persecución contra las mujeres cultas, sabias o que disentían del dogmatismo impuesto (la llamada caza de brujas), sentó buena parte de las bases de la misoginia cristiana. En sus “Confesiones” y “De Civitate Dei” suelta, a este respeto, unas perlas como las que siguen, dignas no de santos, sino, al contrario, de verdaderos perturbados mentales: “Nada rebaja tanto a la mente varonil como acariciar mujeres”, o “Las mujeres no deben ser iluminadas ni educadas. Deberían ser segregadas, ya que son causa de insidiosas erecciones en los santos varones”, o “El marido ama a la mujer porque es su esposa, pero la odia porque es mujer”.

Otro de los grandes baluartes ideológicos del cristianismo, Tomás de Aquino, dejó escrito “La mujer es una equivocación de la naturaleza. Con su excedente de humores, su temperatura corporal inferior e inferioridad mental, es una especie de hombre mutilado, malogrado y frustrado”. Y otro “doctor de la Iglesia ”, Juan Damasceno, dijo, y se quedó tan fresco: “La mujer es un gusano terrible en el corazón del hombre, hija de la mentira, centinela del infierno”. Los ejemplos serían miles, y todos ellos en consonancia ideológica con el mito de Eva, misoginia en estado puro, que nos inyecta a las mujeres una culpa alegórica que la Iglesia siempre utilizó como justificación ideológica de su inquina contra lo femenino.

No es extraño que en una ideología basada en tamaños desvaríos contra las mujeres, el actual jerarca de la Iglesia , en esa misma consonancia con el ideario que profesa, sea un gran misógino. Se le atribuye una afirmación que así lo constata, y que manifestó siendo aún el obispo argentino Jorge Mario Bergoglio: “Las mujeres son naturalmente ineptas para ejercer cargos políticos. Las escrituras nos demuestran que la mujer siempre es el apoyo del hombre pensador y hacedor, pero nada más que eso”. En consecuencia, para no variar, la Iglesia católica del nuevo Papa va a continuar, en pleno siglo XXI, despreciando y marginando el papel de la mujer no sólo en su ámbito propio, sino en la sociedad y en el mundo.

Me temo, sin embargo, que las mujeres no estamos ni ya estaremos nunca por esa obsoleta labor. Respetamos, sólo faltaría,  nuestro intelecto, nuestro cuerpo, que no consideramos pecaminoso, sino digno y hermoso, y nuestro lugar en la cultura, en la sociedad y en el mundo. No nos consideramos culpables de nada. No existió ninguna Eva que mordiera una manzana. Nadie nos relegará, a estas alturas, al rol sumiso, inerte, estúpido y yerto en que el catolicismo siempre nos ha situado.

Despreciar a las mujeres es despreciar a la humanidad entera. El machismo no proviene de los hombres, tan víctimas, o más, de esa aparente superioridad que el cristianismo siempre les ha otorgado, induciéndoles al desprecio a lo femenino y alejándoles de la complicidad con las mujeres, sino proviene de esos idearios religiosos cuyo objetivo es disuadir al ser humano de la cooperación, de la complicidad entre géneros, de la felicidad y de la libertad. El machismo establece roles rígidos e inhumanos que dañan a todos, porque muy por encima de las diferencias biológicas de sexo están las complicidades humanas.

Las mujeres no vamos a permitir que se nos considere ninguna costilla ni ningún apéndice servil del hombre. No queremos amos, ni carceleros, ni sometedores ni tiranos. Como los hombres tampoco quieren, imagino, floreros con cuerpo de mujer ni estúpidas esclavas sin neuronas y prefabricadas. Ambos, hombres y mujeres, queremos compañeros, amigos y cómplices para compartir y disfrutar solidaria y amorosamente, desde las similitudes y las diferencias, el duro pero maravilloso viaje de aprendizaje que es la vida.

Coral Bravo es Doctora en Filología

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