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El Papa y la República laica

Hace una década ya que por primera  vez se presentó una iniciativa para reconocer legalmente las uniones de personas del mismo sexo en México. La discusión de las sociedades de Convivencia en la Asamblea Legislativa del Distrito Federal (ALDF) coincidió con la última visita del anterior Papa, Juan Pablo II, en 2002.

La sociedad mexicana, desde entonces, ha vivido un creciente proceso de secularización, al que la Iglesia Católica se ha opuesto sistemáticamente con un discurso defensivo y tan alejado del país plural que hoy somos como —parafraseando a Benedicto XVI— el marxismo de la realidad de Cuba. En ese lapso, el porcentaje de católicos en el país disminuyó y hoy cerca de 30 millones de mexicanos profesan otras religiones o creencias. 

En la última década, los mexicanos hemos abordado temas difíciles, que frecuentemente dividen y confrontan a las sociedades como la interrupción del embarazo. En esta materia, por ejemplo, el DF aprobó leyes audaces respecto a otros en Latinoamérica y democracias desarrolladas.

También es de las primeras capitales en el mundo donde el registro civil no distingue entre matrimonios heterosexuales y homosexuales, donde ambos  tipos de parejas pueden adoptar.

La condena de la Iglesia al aborto o su repulsa a la inclusión de la población gay en la protección legal y la seguridad social no ha detenido el avance de esa agenda o de la de equidad de género. Por el contrario se ha acompañado de la creación de leyes e instituciones antidiscriminación que luchan contra la exclusión del que es diferente por motivos raciales, de género, discapacidad o preferencia sexual.

El primer viaje del Papa Benedicto XVI  a México se inscribe en ese contexto de cambios en un país que, a la vez,  mantiene una fuerte raigambre católica. La visita atiende a la prioridad de su política de rescatar y promover la fe en el mundo ante los temas de la secularización. ¿Es una visita política? Benedicto XVI ha convocado a dar la pelea por la renovación de la fe en lugares donde el catolicismo tiene una presencia fuerte, como México y otros países latinoamericanos. Por eso escogió precisamente para su visita uno de los lugares del país con mayor presencia de católicos, como Guanajuato y las antiguas zonas cristeras del Bajío.

Se trata de un lugar propicio para lanzar un  mensaje de lucha contra los “enemigos” de la fe, a pesar de la profunda crisis de confianza por la que atraviesa la Iglesia por los problemas internos y escándalos de pederastia. Es lugar simbólico para promover el compromiso de educación de conciencias y para reclamar la libertad religiosa que le permita desarrollar su cruzada.

Precisamente su visita coincide con la discusión en el Senado de la reforma al artículo 24 constitucional sobre libertad religiosa y la aprobación de la modificación del artículo 40 para promulgar el carácter laico del Estado.

Pese a la larga tradición política y jurídica de separación entre Iglesia y Estado, el laicismo sólo está como referencia a la educación en el artículo tercero y se recoge  en un ordenamiento secundario, que es la Ley de Asociaciones Religiosas y Culto Público.

En un país cada día más secularizado y en el que cada día hay más diversidad religiosa, reforzar la laicidad es clave para garantizar que el Estado sea un espacio de neutralidad capaz de impedir que ninguna religión se imponga o coaccione a las demás.

El discurso vaticano ha insistido en que la tolerancia hacia la expansión de las libertades socava la fe. A diferencia del Concilio Vaticano II, que en 2012 cumple medio siglo, la Iglesia se ha cerrado a la modernidad e, incluso, aspectos como la pluralidad o la equidad de género los percibe como amenaza a su identidad. Ni hablar de entrar a la discusión, como la ordenación de la mujer o el fin del celibato de los sacerdotes,  a pesar de la profunda crisis por los escándalos de pederastia en los cinco continentes.

Un asunto que se debe reconocer a Benedicto XVI es que sí entró a ventilar públicamente este problema interno, a diferencia de su antecesor. Aunque inexplicablemente en esta visita no tenga previsto entrevistarse con víctimas, como las que denunciaron al fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel.

Pero más allá de levantar la política de silencio y encubrimiento ante los delitos de pederastia, la Iglesia pronto tendrá que valorar los resultados de refugiarse en la defensa de  su identidad, aunque ello le genere distancia con sus creyentes. Tendrá que examinar si cambia su oposición al avance de la pluralidad y los derechos, o si está dispuesta a ver cada vez más exiguas sus filas de religiosos y de fieles.

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