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«El Papa traicionó a las víctimas»

Los abusos a menores cometidos por decenas de curas en Irlanda y la tibieza de Ratzinger con sus encubridores alejan a los católicos de la Iglesia

A los 13 años, en momentos distintos de la historia, cuatro niños (Joseph, John, Marie y Andrew) profesaban una profunda fe religiosa. Dos emprendieron el camino para ordenarse sacerdotes. El primero, el alemán Joseph Ratzinger, logró su propósito y un día se convirtió en papa. El segundo, Andrew Madden, nacido en Irlanda, empezó sus estudios, pero no tuvo tanta suerte. Fue violado durante tres años por el mismo sacerdote que había inspirado su vocación religiosa. Tiempo después conocería a Marie Collins y a John Kelly, otras dos de las 35.000 víctimas irlandesas que durante 70 años sufrieron abusos sexuales y tortura por parte de curas católicos.

Durante el pontificado de Benedicto XVI, Irlanda, alumna aventajada del catolicismo, se ha rebelado contra el Vaticano. Las víctimas de la violencia sexual de la Iglesia irlandesa han recibido la renuncia del Papa con “frustración, rabia e indiferencia”. Sus obispos creen que Ratzinger ha tratado a Irlanda con “una sensibilidad especial” y que ha hecho más que nadie por condenar la pederastia en el clero. Pero los grupos de víctimas de abusos, como One in Four o la plataforma SOCA (siglas en inglés de Supervivientes de abusos a menores), dicen que Ratzinger “prometió más de lo que ha dado”.

John Kelly, portavoz de SOCA, recuerda que el Papa no ha apartado de su diócesis a los obispos que protegieron a los sacerdotes pederastas, convirtiéndose así en cómplice del encubrimiento de cientos de abusos sexuales en los últimos tres años. “Cualquier irlandés que escuchó al Papa pedir perdón a Irlanda siente ahora decepción. Cuando abandone, no le echarán de menos”, advierte Madden.

Los escándalos protagonizados por un centenar de curas pederastas irlandeses han estallado durante el papado de Benedicto XVI. Varios informes del Gobierno de Dublín han detallado las miles de agresiones sexuales a menores, en ocasiones con conocimiento de la policía y los fiscales. La jerarquía de la Iglesia estaba enterada, pero encubrió a los culpables. “Benedicto XVI se disculpó por los abusos de los curas, pero jamás ha pedido perdón ni castigado a los obispos que les protegieron. Él era el hombre del Vaticano más documentado sobre los escándalos. Nos prometió que haría algo, pero incumplió su palabra y traicionó a las víctimas”, explica Collins.

En 2010, el Papa escribió una carta pastoral a Irlanda pidiendo perdón y admitiendo su “vergüenza” y el país creyó ver un giro en la política del Vaticano para evitar más abusos. “Pero no repudió a los encubridores ni ordenó llevar a los pederastas ante los tribunales, como hubiera pasado con cualquier criminal sin sotana. Todos siguen donde estaban. Para el Papa, el sentimiento de culpa fue suficiente. Para las víctimas es una traición”, afirma Andrew Madden.

Los informes revelan que cuando trascendía algún escándalo los obispos trasladaban de parroquia al cura pederasta. Hasta que agredía sexualmente a otro niño y volvía a ser trasladado. “Al encubrirlos, extendieron la pederastia por el país. El obispo que protege a un pederasta es aún peor que este. Quien abusa de un niño puede ser un enfermo, pero si su superior lo sabe no debe dejarlo en libertad. Si tienes un perro rabioso, lo encierras”, remarca Collins.

La jerarquía eclesiástica irlandesa llegó a sentirse amenazada. Le incomodó que el Papa les obligara a sentarse frente a las víctimas. Ahora, tras conocer su renuncia, los obispos coinciden en que Benedicto XVI deja un importante legado en Irlanda. “Antepuso la salvaguarda de los niños, introdujo cambios en el código canónico para permitirnos actuar con contundencia contra los abusos. Siempre le estaremos agradecidos por su apoyo a la Iglesia de Irlanda en esta crisis”, proclama Leo O’Reilly, obispo de Kilmore. También el arzobispo de Dublín, Diarmuid Martin, cree que el Papa “habló sin pudor ni diplomacia de la suciedad en el clero y actuó con libertad para combatir estos asuntos”.

En Irlanda no ha sido el Gobierno ni la sociedad quien ha sacado a la luz el escándalo. Han sido las víctimas, en silencio durante décadas, las que desde mediados de los noventa empezaron a formar grupos de presión que han removido las tripas del país. Marie Collins, violada por un cura estando enferma en un hospital, pasó toda su edad adulta aquejada de depresiones. Con 66 años es una de las voces más significativas del movimiento y en 2012 representó a las víctimas en el simposio que organizó el Vaticano en Roma y relató su historia ante 200 obispos.

John Kelly, encerrado desde niño en una institución religiosa que le cambió el nombre por un número (253), fue torturado y violado y creció en estado de angustia. Ahora es portavoz de SOCA y, sin dejar de apuntar con el índice al cielo, acusa al Papa de “ser cómplice en una conspiración criminal”. Andrew Madden, tras ser violado por el padre Ivan Payne, siguió con su idea de ser sacerdote. Presentó su solicitud, pero la Iglesia la rechazó. Se encharcó durante años en el alcoholismo, pero en 1995 emergió, publicó su historia en una autobiografía y se convirtió en la primera persona en Irlanda en denunciar públicamente los abusos de un cura. Lo que hizo que encarcelaran a Payne.

Los abusos han dejado la conciencia religiosa mermada en un país donde el 86% dice ser católico. Hasta 1985 en Irlanda solo era posible comprar un preservativo en una farmacia si se tenía receta. En 1992, los irlandeses votaron no en un referéndum para autorizar el aborto en casos de violación o incesto, y hasta 1995 no se legalizó el divorcio.

Ahora la asistencia a las misas en Dublín no llega al 10% de la población de la capital, y si hace dos décadas había 200 aspirantes anuales al sacerdocio, el año pasado solo se presentaron dos seminaristas. “Al Vaticano ya no le importa nuestra Iglesia. Si algo ha enseñado Ratzinger a Irlanda es a no esperar nada de su Iglesia y a que podemos romper con ella. Aún soy católica, pero mi fe ya solo depende de mí. Cada día se hace más patente la irrelevancia de esta Iglesia”, concluye Collins.

Marie Collins (izquierda) en la Iglesia de San Ignacio (Roma), el 7 de febrero de 2012. / TONY GENTILE (REUTERS)

 

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