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El Papa autorizará el regreso de la misa en latín y con el cura de espaldas

El Papa anunciará «en los próximos días», según confirmó ayer el Vaticano, su autorización a que regrese la vieja misa en latín y con el cura de espaldas para los grupos de fieles que lo deseen, que en la actualidad son comunidades marginales de tradicionalistas, nostálgicos y, sobre todo, los seguidores de Lefebvre, el arzobispo francés que en 1988 rompió con el Vaticano por este motivo.

El misal que se recuperará será el último que retocó el rito tridentino, el de Juan XXIII de 1962, inmediatamente anterior al de Pablo VI de 1969 que introdujo la misa tal como se conoce ahora.

Habrá que esperar al documento para conocer los detalles, pero parece que bastará con que lo pida un número determinado de fieles; se habla de una treintena. Hasta ahora no estaba prohibido, pero para poder oficiar una misa de este tipo eran necesarios varios trámites y el permiso del obispo, que a menudo no se obtenía porque esta liturgia se consideraba superada o casi subversiva. Esa es la clave: desde ahora se rehabilita con el visto bueno oficial. Para tranquilizar a los episcopados de países como Francia o EE UU, que han mostrado su temor a la medida por el riesgo de desunión o erosión de autoridad, el Vaticano afirmó ayer que el obispo seguirá teniendo la última palabra.

El asunto es tan delicado que esta decisión se ha demorado meses. El propio Vaticano informaba ayer de que el Papa se reunió el miércoles con 13 cardenales, representantes de todos los continentes, para explicarles el documento y mantener «una profunda conversación durante una hora». Es decir, Ratzinger se anda con pies de plomo y no quiere despertar suspicacias. De hecho, acompañará el anuncio de una «amplia» carta a los obispos para explicar el sentido de la medida.

Defensa de la tradición

Esta decisión, un tanto polémica por su aire retrógrado, sirve para dar satisfacción a esos grupos minoritarios y, sobre todo, permitir el regreso al redil de los seguidores de Lefebvre, que creó su propia Iglesia, anclada en el pasado, y que no ha aceptado las innovaciones del Concilio Vaticano II. Aunque la gran mayoría de los fieles ni se acuerden o pierdan el sueño por ello, en la jerarquía se vivió como un trauma -fue el último cisma católico- y siempre ha querido repararse.

Misa Tirdentina

Desde 1570: La misa que estableció el Concilio de Trento, llamada de Pío V, con el cura de espaldas a los fieles y en latín, fue el rito de la Iglesia hasta 1969, cuando fue sustituido por el Concilio Vaticano II.

La liturgia moderna: Las reformas que aprobó la Iglesia se tradujeron también en la nueva misa, que situó al sacerdote de cara hacia los fieles y permitió las lenguas nacionales.

El cisma: Esta ruptura indignó a los sectores más tradicionales y el arzobispo francés Marcel Lefevbre mantuvo el viejo rito. Fue excomulgado en 1988 al ordenar obispos sin permiso del Vaticano.

Hay otro factor. Benedicto XVI es un defensor de la tradición y, contra lo que piensan sectores progresistas, defiende que el Concilio no fue una ruptura, sino un paso más en la vida de la Iglesia, sin renegar de nada de lo anterior. Pasado un tiempo prudencial desde aquel vuelco y sin que haya a estas alturas peligro de recesión, Ratzinger está por un ligero reajuste. Ya ha declarado su amor por el latín y el gregoriano, así como su fastidio por los excesos creativos de liturgia. Ha querido poner un poco de orden y, de paso, limar distancias y trabajar por el regreso de los 'lefebvrianos'.

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