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Se autodenominan “los soldados de Dios” y abrazan como propósito la salvación del alma de los estadounidenses. Su dialéctica es claramente belicista, y refieren su lucha como una “guerra espiritual”. Con una estética muy característica, una de las pancartas más visibles durante el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue una réplica de la bandera estadounidense con la leyenda: “Jesús es mi salvador, Trump es mi presidente”. Y es que no se puede entender la reelección de Donald Trump sin considerar el peso de estos movimientos radicales.
Aunque diversos en sus formas, todos comparten la idea de que América fue fundada sobre principios bíblicos y que el cristianismo la hizo próspera como nación. Por ello, abogan por institucionalizar el cristianismo como ideología nacional.
Una de las creencias fundamentales del nacionalismo cristiano es, además, que Estados Unidos fue fundado como una nación cristiana por los Padres Fundadores, a quienes consideran cristianos evangélicos ortodoxos. A esta noción se suma la creencia de haber sido elegidos por Dios desde entonces para desempeñar un papel clave en la Historia: el llamado Destino Manifiesto.
Estas ideas sobre los orígenes cristianos del país han sido ampliamente refutadas. Uno de los principales críticos es Philip Gorski, sociólogo de la Universidad de Yale, quien en su obra The Flag and the Cross: White Christian Nationalism and the Threat to American Democracy demuestra cómo los Padres Fundadores constituían un grupo diverso de ateos, deístas, unitarios y protestantes liberales, entre otras adscripciones religiosas.
Así, esta ideología choca con la realidad incontestable de que los Estados Unidos son una nación religiosamente diversa. Además, plantea una visión fundamentalmente confrontativa, que dibuja un “nosotros” frente a un “ellos”, definidos mediante fronteras identitarias estrictas. Es decir, para el nacionalismo cristiano, no existe identidad norteamericana fuera de la identidad cristiana. Por ello, Samuel Perry, profesor de la Universidad de Oklahoma, los ha definido en el estudio que les dedica como “una amenaza para la democracia”.
En cuanto a las cifras, si nos fijamos en la Christian Nationalism Survey de 2023 elaborada por PRRI y Brookings, los nacionalistas cristianos representarían apenas el 10% de la población estadounidense. Sin embargo, esta condición minoritaria puede coexistir con posiciones de gran influencia. Tal es el caso de Paula White, asesora espiritual de Donald Trump, y de Tom Parker, presidente de la Corte Suprema de Alabama, ambos miembros de una de las organizaciones más poderosas del nacionalismo cristiano: el Mandato de los Siete Montes.
Este movimiento, surgido del pentecostalismo, defiende que los cristianos están llamados, por su superioridad moral, a gobernar sobre los siete pilares de la sociedad: la familia, la educación, los medios, la cultura, los negocios, el gobierno y, evidentemente, la religión.
Al mismo tiempo, el propio conservadurismo ha adoptado ideas del nacionalismo cristiano. Un buen ejemplo de ello es el informe publicado en 2022 por la Fundación Edmund Burke, en el que se abogaba abiertamente por basar la vida pública en el cristianismo y sus valores, así como por considerar la Biblia como la fuente fundamental de la civilización occidental.
Uno de los principios defendidos por el nacionalismo cristiano es el pronatalismo. A esta idea le ha dado voz el hasta ahora todopoderoso Elon Musk, al afirmar que “la humanidad está muriendo”. Y es que esta corriente, generalmente vinculada a sectores conservadores antifeministas, también aparece en Estados Unidos asociada a las élites dirigentes de las grandes tecnológicas. JD Vance, actual vicepresidente del gobierno, ha relacionado la ausencia de hijos en las élites políticas con una supuesta despreocupación por el futuro. Para él, aquellos políticos que son padres actuarían, en bloque, de manera más responsable que esas “señoras con gatos y sin hijos” que, según la misoginia que lo caracteriza, dirigían el Ejecutivo anteriormente. Posturas aún más radicales, como las del teórico Charles Haywood, abogan directamente por la salida de las mujeres del mercado laboral y su retorno a la domesticidad.
Otra organización profundamente ligada al nacionalismo cristiano es QAnon, un movimiento extremista de la derecha política que acusa a líderes gubernamentales de practicar masivamente la pedofilia, al tiempo que defiende el uso de la violencia para recuperar los resortes del poder. QAnon cobró especial relevancia durante el asalto al Capitolio, en el que se emplearon símbolos y retórica del nacionalismo cristiano.
Con todo ello, aunque el nacionalismo cristiano estadounidense es, evidentemente, un fenómeno centrado en su territorio, últimamente ha buscado alianzas con organizaciones y movimientos de otros países. Esta búsqueda de apoyos externos quedó escenificada en febrero, durante la Conservative Political Action Conference (CPAC) celebrada en Washington D. C. En dicho evento se alternaron líderes de la ultraderecha internacional —como Javier Milei, Giorgia Meloni o Santiago Abascal— con figuras destacadas de la administración Trump, entre las que sobresalieron Elon Musk y Steve Bannon, que saludaron a la audiencia con una ejecución técnicamente impecable del saludo romano.
Esta cita, que se celebra desde 1974, promueve narrativas nacionalistas cristianas en el marco del excepcionalismo estadounidense. No obstante, en su reciente proyecto de internacionalización, la CPAC ha realizado en los últimos años importantes inversiones en el extranjero, especialmente en países como Brasil y Hungría, en apoyo a las figuras de Jair Bolsonaro y Viktor Orbán. Obviando el sinsentido que supone una internacional nacionalista, los líderes allí reunidos coincidieron en su lucha contra la inmigración y en la “defensa de los valores judeocristianos”, los cuales, según ellos, se verían amenazados en la sociedad actual.
Estas dialécticas, sin lugar a dudas, estarán presentes en el cónclave que se inicia mañana en el Vaticano, donde se escenificará la enorme polarización que vive la Iglesia Católica universal tras la muerte de Francisco I. Con ello, es muy probable que nos adentremos en una reunión moderadamente larga y extremadamente conflictiva.
Los sectores más críticos con la gestión progresista de Francisco, así como aquellos que reprochan la ruptura con el patriarca de la Iglesia Ortodoxa por la bendición de éste a la guerra en Ucrania, se perfilarán, probablemente, como una minoría extremadamente ruidosa.
Entre los papables con más posibilidades de éxito, aunque la mayoría de los votantes fueron nombrados por Francisco en lo que él llamaba “la periferia”, emergen varios nombres ultraconservadores, uno de ellos, además, estadounidense: Timothy Dolan, arzobispo de Nueva York. Dolan, por quien Donald Trump ha apostado abiertamente, se mostró crítico con Francisco y su apertura hacia las nuevas formas de familia en el Sínodo General sobre la Familia de 2015.
Cabe señalar que es habitual, y está sucediendo estos días, que los gobiernos de tradición católica intenten promocionar a aquellos candidatos que les puedan ser proclives. Así lo están haciendo los gobiernos de Emmanuel Macron y Giorgia Meloni con los candidatos franceses e italianos, respectivamente.
Lo que no es habitual es el intento de rehabilitar a un cardenal que fue apartado de sus cargos por el anterior Papa. Este es el caso del ultraconservador estadounidense Raymond Leo Burke, quien también ha recibido el respaldo de Donald Trump. Burke, rigorista hasta el último extremo, es crítico con la apertura de la Iglesia en temas como la comunidad LGTBI o el divorcio, y defensor del regreso a la misa tridentina, celebrada en latín y de espaldas a los fieles.
Sobre todas estas cuestiones, Nicolas Senèze, corresponsal de La Croix en el Vaticano, publicó en 2019 Comment l’Amérique veut changer de pape. En el libro, Senèze analiza la conflictiva relación que Francisco I mantuvo con el gobierno de los Estados Unidos durante su pontificado. ¿Las causas? Su defensa de los migrantes y su rechazo frontal a la pena de muerte.
El momento álgido de los ataques estadounidenses al Papa se produjo en 2018, con una carta firmada por más de veinte obispos americanos en la que se reclamaba a Francisco I su dimisión debido a su apoyo a la lucha contra el cambio climático, a las vacunas contra el COVID-19 y a su promoción de una Iglesia “inclusiva, inmigracionista, ecosostenible y gay-friendly”. Este suceso, sin precedentes en la historia de la Iglesia, culminó con la excomunión del principal responsable, el arzobispo Carlo Maria Viganò, exembajador papal en Estados Unidos. Varios obispos americanos, a pesar de la sanción, continuaron expresando su respaldo a Viganò.
Es por estos precedentes que Nicolas Senèze alerta sobre un posible intento de influir en el próximo concordato. Este experto destaca la importancia de Estados Unidos en la financiación vaticana. Así, si bien la mayor parte de esta financiación proviene de los ingresos por inversiones (inmobiliarias y financieras) y de los Museos Vaticanos, una parte significativa llega a través de las donaciones internacionales. Y Estados Unidos es el principal contribuyente, con un 23 % y 13 millones y medio de euros en 2023.
La Iglesia que se va a reunir mañana en el cónclave es, además, una Iglesia profundamente polarizada. Francisco dejó los cimientos para un proceso de cambio tan amplio que resultaba imposible que él lo finalizara. Incluso llegó a vaticinar el nombre de su sucesor: Juan XXIV, apostando así por una línea reformista para la Iglesia que lo sucediera. Sin embargo, el perfil que parece ideal para el colegio cardenalicio en este momento es el de un experto en geopolítica que sepa posicionar al Vaticano en la escena política internacional. Y es que, fuera de idealismos, el contexto internacional siempre ha sido determinante en los concordatos. Uno de los casos más destacables fue la elección en 1978 del polaco Karol Wojtyla, Juan Pablo II, quien trabajó mano a mano con Margaret Thatcher y Ronald Reagan para llevar al ya decadente modelo comunista hacia su desaparición. La tentación de congraciarse con el nacionalismo cristiano internacional estará, sin duda, presente en la elección. En pocos días sabremos si el colegio cardenalicio diseñado por Francisco I es capaz de resistirse a ella.
Luisa Marco Sola, Doctora en Historia Contemporánea. Autora de diversos libros y artículos sobre el Catolicismo y la Guerra Civil española.