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El mercado religioso en México

Lo peor del caso es que es esta Iglesia monopólica la que enarbola la bandera de la libertad religiosa. ¿Pues de cual libertad hablan? ¿De la de ellos, nada más?

¿A quién no le gusta la competencia? A los monopolios o a los oligopolios. A éstos no les interesa un mercado abierto, sino un mercado cerrado, donde puedan establecer precios y condiciones de compra y venta. Ejemplos tenemos muchos, desde la CFE hasta la principal compañía telefónica, pasando por el control del espacio televisivo en la tele abierta. Si a usted no le gusta la cuenta de electricidad o el servicio de la compañía de luz, no hay nada que pueda hacer, está usted atrapado como consumidor. En otras palabras, si no hay competencia, quien sale perjudicado es el consumidor. Cuando no hay más dónde comprar, el consumidor está obligado a comprar en el lugar y al precio que le imponen el productor único o los dos o tres que se pusieron de acuerdo para imponer precios y productos (generalmente de calidad cuestionable) en el mercado. Pues bien, lo que sucede en el mercado de productos generales también sucede en el de los religiosos. Y de la misma manera que con la electricidad, la telefonía o cualquier otro producto o servicio, en el mercado religioso también hay monopolios, también hay competidores e igualmente hay consumidores, los cuales tienen más o menos posibilidades de escoger, según el Estado que regule el mercado, más abierto o más cerrado a la competencia, protegiendo a los monopolios o generando condiciones para una competencia equitativa. En general, los sociólogos de la religión le llaman a los productos religiosos “bienes de salvación”, aunque hay muchos productos y consumidores en disputa, no solo entre distintas instituciones (que se disputan consumidores llamados creyentes), sino entre los miembros de estas agrupaciones, pues suele haber disputa por estos bienes entre los especialistas, profesionales o burócratas del quehacer religioso y los laicos o no especialistas. De hecho, muchas religiones surgen cuando los no especialistas (Jesús de Nazaret, Mahoma, Buda) cuestionan el monopolio de estos bienes de salvación, detentado por los miembros del aparato eclesiástico.

Muchos especialistas han abordado el tema del mercado religioso en América Latina. Sus libros han permitido entender cómo funcionan las instituciones religiosas en un ambiente de mayor o menor competencia, de mayor o menor regulación y de mayores o menores privilegios y por lo tanto inequidades en el proceso (ineluctable en la región) de pluralización religiosa. Así, por ejemplo, Anthony Gill, en un trabajo publicado en 1998 por la Universidad de Chicago, bajo el título Rendering Unto Caesar: The Catholic Church and the State in Latin America, mostró cómo, dependiendo de las condiciones más o menos monopólicas en las que actuaban, los obispos católicos adoptaban posturas más o menos defensoras de los derechos humanos y en oposición a los regímenes autoritarios. Haciendo una comparación sobre las actitudes y posturas de los obispos chilenos y argentinos en las épocas de los golpes de estados, persecuciones y violaciones sistemáticas de los derechos humanos, Gill demostró que allí donde había poca competencia en el mercado religioso, como en Argentina, los obispos católicos, acostumbrados al monopolio en su mercado, establecían alianzas históricas con los militares o las clases dominantes. Pero allí donde el mercado religioso era más competitivo como en Chile, la jerarquía católica tendía a ser más cauta, a ofrecer mejores servicios pastorales, sobre todo entre las clases bajas y en consecuencia a defender con más fuerza los derechos humanos y la justicia social. Así explicaba Gill por qué el Episcopado católico había tenido un papel de mayor defensa de estos derechos en Chile, mientras que en Argentina prácticamente había cooperado o implícita y conscientemente aceptado la brutal represión a los opositores.

Otros autores, como Andrew Chesnut, en su libro Competitive Spirits: Latin America’s New Religious Economy, publicado en 2003 por la Universidad de Oxford, han mostrado cómo el rompimiento del monopolio católico ha permitido un mercado religioso y espiritual más abierto, lo cual ha obligado a las diversas instituciones religiosas a ser más competitivas y ofrecer mejores servicios espirituales, en particular frente al creciente número de agrupaciones e iglesias evangélicas. Y aunque hay todavía lugares donde los monopolios se resisten a abrirse y competir en igualdad de condiciones para beneficio de los creyentes-consumidores, lo cierto es que el fenómeno de la creciente pluralización religiosa difícilmente podrá ser detenido y mucho menos revertido.

El problema, como siempre, es que los monopolios se resisten a la competencia, porque o bien temen que su producto y servicios sean inferiores a los de otros, o porque históricamente están acostumbrados a, mal que bien, recibir un trato privilegiado por parte del Estado. Presionan descaradamente, como en el caso de México, para que el gobierno no permita un mercado libre en materia de creencias y hacen todo lo posible para que la regulación les favorezca, estableciendo condiciones inequitativas. Lo peor del caso es que es esta Iglesia monopólica la que enarbola la bandera de la libertad religiosa. ¿Pues de cual libertad hablan? ¿De la de ellos, nada más?

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