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El maestro republicano

“La España de entonces, esclava de reyes teólogos y obispos belicosos, recibió con agrado a las gentes que venían de África. La libertad religiosa, eterno cimiento de las grandes nacionalidades, iba con ellos. Del siglo VIII al XV se fundaba y se desarrollaba la más elevada y opulenta civilización de Europa, en una fecunda amalgama de pueblos y razas donde entraban todas las ideas, costumbres y descubrimientos conocidos hasta entonces en la tierra. Aristóteles reinaba en la famosa Universidad de Córdoba. Si algún monje del Norte sentía la comezón del saber, venía a las universidades árabes o a las sinagogas judaicas de España. Los Reyes Católicos marcaron el apogeo de las fuerzas nacionales y el principio de su decadencia. Su reinado fue grande porque se prolongó hasta él el impulso de las energías incubadas por la Edad Media; fue execrable porque su política torció los derroteros de España, impulsándonos al fanatismo religioso y a las ambiciones de un cesarismo universal. Después viene «el cuerpo extraño», los Austrias que reinan y España que pierde para siempre su carácter y muere. La nación había bajado desde treinta millones de habitantes a siete millones en poco más de dos siglos. Las rentas llegaron a bajar a catorce millones de ducados, mientras las del clero ascendían a ocho millones. La Iglesia poseía más de la mitad de la fortuna nacional. Fue un período de barbarie, de estancamiento. España era cada vez más católica, más pobre y más bárbara. Para salvar de la muerte a este país, vinieron los Borbones. Sólo tuvieron que meter mano a la Iglesia, limitando sus privilegios y sus rentas. Pero estalló la Revolución francesa, que con sus audacias, vuelve locos a todos los reyes de Europa. A los Borbones de España se les fue la cabeza, para no recobrarla ya más. Descarrilaron, se salieron del camino, abrazándose de nuevo a la Iglesia, como única salvación ante el peligro revolucionario, y todavía no han vuelto a la buena ruta”. (Vicente Blasco Ibáñez, diputado del Partido Republicano. De su novela “La Catedral” de 1.903).

Cuando el penúltimo borbón Alfonso XIII abandona España, la herencia que deja a los republicanos es la siguiente: un 52 % de analfabetos en una población de 20 millones de habitantes y un 60 % de niños que no frecuentan ninguna escuela. “Millones de españoles entraban en el cuartel sin haber entrado antes en la escuela; el régimen, que se valía de todos los medios coactivos y punitivos para ponerles un fusil en las manos, no había cuidado de ponerles previamente en las manos un libro. Millones de españoles analfabetos declaraban el analfabetismo de la monarquía”. (Marcelino Domingo, ministro con Azaña).

Por otro lado, el deplorable estado de la Salud Pública en el terreno de las enfermedades entre los niños, constituía también una gran traba para todo programa educativo. Con un maestro nacional de triste historia, ninguna profesión, sin embargo rodeada de mayor aunque trágico ambiente poético. En cuanto a la Iglesia: "Pero han vuelto los frailes, las órdenes religiosas, se han encontrado con sus antiguos bienes en manos de otros poseedores, y la táctica ha sido bien clara: en vez de precipitarse sobre los bienes, se han precipitado sobre las conciencias de los dueños y haciéndose dueños de las conciencias tienen los bienes y a sus poseedores (…)”. (Azaña en las Cortes Constituyentes el día 13 de octubre de 1.931).

Con la llegada de la República (la mayoría de los maestros pero también de los escritores, profesores, médicos, científicos y artistas la apoyarán) se querrá establecer un modelo de escuela que tendrá la oposición de los sectores más conservadores y reaccionarios tanto de la sociedad como del propio magisterio. Intentar establecer una escuela laica (supresión de la obligatoriedad de la enseñanza de la religión; reconocimiento de la libertad religiosa como respeto de la conciencia de los niños y de los maestros), por ejemplo, no será nada fácil. Un laicismo además no pasivo: se debía actuar contra las intromisiones confesionales en la tarea escolar, sabiendo que «el proselitismo religioso es el más encarnizado de todos los proselitismos».

Lo denuncia el diputado constituyente Balbontín: “Los jesuitas continúan en pie y con sus colegios abiertos, que son criaderos de cavernícolas que acabarán por clavar sus uñas en el corazón de la República”. La toma de conciencia del pueblo con respecto a la enseñanza y a la cultura será el verdadero motor educativo. Enseñanza y cultura a las que el pueblo concederá gran importancia tomadas como elementos de liberación individual y social. Habían entendido que el analfabetismo no consiste solamente en no saber leer y escribir, sino en carecer de conceptos claros de las cosas y el permanecer alejados de los grandes conflictos morales y de justicia social que les agobian.

Con el Gobierno Lerroux el ideal republicano y socialista de enseñanza vive momentos difíciles. El 25 de febrero de 1.934, las Asociaciones de Maestros de toda España, constituidas en Frente Único de lucha reivindicativa, celebran un mitin en el Cine Pardiñas de Madrid, en Alcalá, 94, lleno hasta los topes y con muchísima gente fuera. Les acompañan obreros, estudiantes, padres y madres de escolares y centenares de ciudadanos, y, apoyándoles, antiguos miembros del Gobierno anterior. Y representantes de organismos de la enseñanza y entidades culturales, políticas y sindicales. Son varios los discursos, que se aplauden prolongada y fuertemente, sacando a la plaza pública los problemas que afectan a la escuela y amenazan sus derechos como funcionarios del Estado y demandando la ayuda de los presentes: abrigan el temor de que el Gobierno vaya a olvidarse de los dos postulados fundamentales del programa pedagógico de la República, a saber, la creación de 27.151 escuelas, el déficit heredado (el Gobierno de izquierdas había creado 10.786, más que en cualquier momento anterior; el de Lerroux Gil-Robles crearía 4.174 y el del Frente popular, 7.578) y su equiparación económica a los demás funcionarios del Estado, se pronuncian por la defensa de aquel programa, denuncian la incoherencia del Gobierno afirmando no dar ni un paso más hacia la derecha mientras no acaba de sustituir a las órdenes religiosas y abogan por la dignificación total de la escuela, el prestigio absoluto del maestro y el enaltecimiento del niño. La experiencia del primer bienio habría enseñado que las reformas educativas parciales, por positivas que fueran, no acababan de resolver el problema de fondo de la enseñanza, que no era otro que su carácter burgués, de instrumento al servicio de las clases dominantes.

Cuando estallan la Guerra Civil y la Revolución Españolas una de sus constantes será el paralelismo entre una nación en lucha y un país en construcción social. Así, la enseñanza, la educación y la cultura se encontrarán a todos los niveles de la sociedad, en lucha: en las colonias escolares, en los frentes de guerra y sobre todo entre la población, en el constante contacto —en el seno de cada organización, partido, sindicato— no sólo con sus propias escuelas, sino también con sus periódicos murales, sus conferencias, sus charlas, sufriendo los efectos de su posicionamiento. Georgette Boyé señala en “L'École libératrice”: «En octubre de 1.936, el grupo escolar Joaquín Costa de Madrid, fue bombardeado durante las horas de clase, causando la muerte de tres maestros y de una treintena de niños. Durante el mismo mes y en la capital, los grupos escolares Pérez Galdós, Tomás Bretón, Unamuno, Sorolla, 14 de Abril, y Marcelo Usera fueron destruidos por la aviación facciosa, y muchos otros, construidos por la República para facilitar la cultura popular, quedaron inutilizados». El estallido sorprendió a los maestros y maestras de vacaciones. No sabían que aquella fecha daba inicio a la más penosa etapa que iban a vivir los docentes en España. No en balde la Iglesia pierde el privilegio que tenía hasta entonces e irá creando una corriente de opinión contraria a los maestros y maestras como culpables máximos de los principios básicos republicanos, acusándoles de ateos, de romper el orden tradicional español, de emplear métodos disolventes, extranjerizantes, de corromper las mentes infantiles, y que hará mella en las de muchos españoles, sobre todo en las zonas rurales, y llevará a muchos maestros y maestras a ser asesinados.

El romance «Han matado al maestro», que aparece en “El Mono Azul”, hoja semanal de la “Alianza de Intelectuales Antifascistas para la Defensa de la Cultura”, el 5 de noviembre de 1.936, rehuye el nombre del caído, porque aspira a convertirlo en un símbolo general. Su autor, M. Alonso Calvo, conocido más tarde con el seudónimo de Ramón de Garciasol. Nacido en Guadalajara, 1.913. En la época, colaborador en varias revistas, (FETE, Ayuda, U.H.P.) y autor de un libro de poesías de guerra, Alba de Sangre (Madrid, Aldus, 1.937). Considerado uno de los principales representantes de la poesía social española, murió en Madrid en 1.994.

Han matado al maestro
Castilla tiene miserias,
trabajos, analfabetos.
Castilla tumbada al sol
recostada en un convento.
Ya los curas de Castilla
no leen los Evangelios,
ni predican la piedad,
ni dan a la gente ejemplo.
Castilla no tiene luces
alegres del tiempo nuevo.
Castilla arrulla fusiles,
tienen cañones sus templos.
Y los niños de Castilla,
mayores, tristones, serios.
Se han cerrado las escuelas
para dar placer al fuego,
al señorito juerguista,
al cura negro berrendo.
¡Qué asco tienen al trabajo,
qué temor a los obreros,
cómo roban, cómo matan,
cómo les crecen los cuernos
a fuerza de tarascadas,
a fuerza de entrenamiento!

* * *

Niños de las dos Castillas;
las del campo casi yermo,
traed luto, traed flores,
os han matado al maestro.
— Camarada, si era listo.
— Por eso, niño; por eso
le han matado los fascistas.
— Camarada, si era bueno.
— Los señoritos no saben
de amor ni de sentimientos.
— Ay, madre, madre del alma,
nos han matado al maestro.

* * *

De luto las amapolas,
de rojo, cipreses negros,
en armas los montes todos,
huracanados los vientos,
el sol con rayos de muerte,
los arroyos con veneno,
y las plantas sin colores,
y sin cosechas los huertos.
Camaradas de mi España,
hermanos del mundo, obreros,
en alto los fuertes puños,
altos los pechos de acero,
hasta morir contra el fascio
asesino de los pueblos.
¡Muchos niños de Castilla
se han quedado sin maestro!

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