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El librepensamiento y la propaganda oficial

En una conferencia de 1922 así titulada, Bertrand Russell alertaba sobre los peligros en torno a la libertad de pensamiento, por mucho terreno que pareciera que se hubiera logrado. Casi un siglo después, con una concepción del progreso que hay que cuestionar tanto o más que en aquel momento, merece la pena que atendamos a lo que dice el genial filósofo. En un sentido estricto, lo que entendemos por “librepensamiento” significa desprenderse de los dogmas de la religión tradicional; Russell considera que las religiones no han sido, a grandes rasgos, una fuerza positiva y confía en que acabarían desvaneciéndose al pertenecer a una fase infantil de la razón humana. Pero, el término “librepensamiento” tiene una acepción más amplia, y es precisamente debido a las religiones que no se habría desarrollado en ese sentido. Russell se refiere a “libre” cuando no hay una coacción externa, la cual puede ser evidente o más sutil y esquiva. La dominación del pensamiento más obvia es cuando “corre el riesgo de sufrir una sanción legal por atenerse o dejar de atenerse a según qué opiniones”; Russell aboga por la ausencia de penas legales para que la libertad de expresión sea completa, algo que no se ha terminado de realizar en ningún país. No obstante, existen otros dos grandes impedimentos opuestos al librepensamiento: las servidumbres económicas y la distorsión de lo evidente. Es también evidente que no puede existir un pensamiento libre si se presentan todos los argumentos, dentro de una controversia, del modo más atractivo posible, mientras que los de la otra parte permanecen ocultos de tal manera que solo una cuidadosa investigación podría descubrirlos:

Podríamos decir que el pensamiento es libre cuando asistimos a una libre competencia entre las distintas creencias, es decir, cuando se permite que todas las fes expongan sus planteamientos y cuando dichas creencias no se hallan asociadas a ventajas o desventajas de carácter legal o pecuniario. Se trata de un ideal que, por varias razones, jamás se alcanza plenamente. Sin embargo, es posible aproximarse a él mucho más de lo que hoy se hace.

Russell menciona varios incidentes en su país que equilibran la balanza a favor de la confesión cristiana, mientras que los que admiten que son agnósticos o ateos encuentran no pocas desventajas. Hoy en día, a pesar de la propaganda oficial (que no difiere demasiado de la de entonces), ocurre algo parecido; no existe una libertad de pensamiento auténtica, y se siguen perpetuando las creencias supersticiosas subvencionadas por el Estado y aceptadas, por costumbre, repetición acrítica y/o pereza intelectual, por un gran número de padres. Es considerablemente difícil encontrar una esfera pública que se dedique, auténticamente, al librepensamiento y gran parte de la sociedad no se ve estimulada al respecto. Por supuesto, la falta de libertad no se limita a la cuestión religiosa, ya que se extiende a todo tipo de dogmas presentes en todo campo humano. Russell cuestiona la “voluntad de creer”, por la que abogó William James, y apuesta por la “voluntad de dudar”:

(…) Ninguna de nuestras creencias es totalmente cierta; sobre todas ellas se cierne al menos una leve sombra de impresión y error. Los métodos ideados para incrementar el grado de verdad de nuestras creencias son harto conocidos: consisten en escuchar a todas las partes implicadas, tratando de discernir la totalidad de los hechos pertinentes, dominando nuestros propios sesgos ideológicos mediante el debate con personas de inclinaciones opuestas, y cultivando la plena disposición a descartar cualquier hipótesis que se haya revelado inadecuada. Estos son los métodos que se practican en la ciencia de perspectiva auténticamente científica y que está dispuesta a admitir que lo que hoy se considera un conocimiento de carácter científico precisará de correcciones -y ello sin la menor duda- conforme avancen los descubrimientos. Esto no impide que dicho conocimiento se halle lo suficientemente cerca de la verdad como para resultar útil y poder aplicarse a la mayoría de las metas prácticas contemporáneas, aunque no a todas. En la ciencia, que es el único campo en el que puede encontrarse algo parecido a un verdadero saber, la actitud de los hombres es tentativa y se halla recorrida por la duda.

En religión y política, no existe nada aproximado al conocimiento científico y casi todo el mundo se empeña en  manifestar opiniones dogmáticas convenientemente aisladas de toda confrontación argumental con planteamientos diferentes. Russell apuesta por renunciar al dogmatismo y adoptar la duda racional en todo ámbito humano, lo que llevaría a erradicar gran parte de los males del mundo; sin posiciones absolutistas, es francamente difícil no considerar la gran responsabilidad que tenemos en cualquier tipo de enfrentamiento con el prójimo. La “voluntad de creer” acaba decidiéndose en el campo de batalla, sin que exista necesidad de recopilar alguna prueba nueva a favor o en contra de ella, mientras que lo que necesitamos es esa “voluntad de dudar”, que es el deseo de averiguar. Cuando se admita que es deseable, al menos, cierta dosis de duda racional, se acabará comprendiendo lo importante que es indagar en por qué existe tanta certeza irracional en el mundo. En cierta medida, el ser humano es propenso a la irracionalidad y a la credulidad, aunque es solo parte del problema; existen muchas otras instancias que alimentan y fomentan ese germen que Russell denomina, usando una muy apropiada terminología religiosa, “pecado original del intelecto”. Son tres de ellas las que desempeñan un papel más destacado: la educación, la propaganda y la presión económica.

Cuando Russell habla de educación, denuncia que se encuentre en manos de unos Estados conscientes de que tantas cosas que enseñan son falsas, como es el caso de los intereses nacionales opuestos a un cosmopolitismo fundado en la fraternidad universal. La educación se pone al servicio, no del conocimiento verdadero, sino de la creación de individuos dóciles a la voluntad de sus amos. Hoy, la religión es cuestionada por grandes sectores de la población, aunque el librepensamiento corre peligro igualmente en los campos político y económico.  Russell denuncia que se dé solo cierta información a los chavales, por muy necesaria que sea, mientras que se eluda crear los hábitos mentales facultativos para adquirir conocimiento y formarse ideas sensatas por sí mismos. Aunque se acepte teóricamente, en la práctica no interesa que la gente ordinaria piense por sí misma, ya que eso la convierte en difícil de manejar para los poderes establecidos. En el caso del segundo de los factores que actúan como obstáculos para la inteligencia y la libertad, la propaganda, las personas quedan expuestas durante toda su vida a una serie de afirmaciones que les empujan a creer en todo tipo de proposiciones absurdas. Es un problema, claro está, ligado al educativo, ya que la mayor parte de los jóvenes salen de los colegios con cierta formación técnica, pero incapaces de forjarse una opinión independiente. La propagada es algo muy parecido a la moderna publicidad, la cual acostumbra a canalizar con éxito sus objetivos por muy disparatados que sean:

Según se la practica en la actualidad, la propaganda adolece de dos males diferentes. Por un lado, suele apelar por lo general a elementos de creencia irracionales antes que a una argumentación seria, y por otro, concede una ventaja injusta a todos aquellos que logran obtener una abundante publicidad, ya sea empleando la riqueza o el poder. Por mi parte, tiendo a creer que a veces se da demasiado importancia al hecho de que la propaganda incida antes en los efectos que en la razón. La línea divisoria que separa la emoción de la razón no se halla tan claramente delimitada como algunos piensan. Además, todo hombre inteligente tiene la facultad de elaborar, en favor de cualquier planteamiento con posibilidades de obtener seguidores, una argumentación suficientemente racional. Siempre pueden buscarse buenos argumentos a favor o en contra de toda cuestión de auténtico interés. Siempre pueden plantearse objeciones legítimas a toda tergiversación concreta de los hechos, pero estos no son en modo alguno imprescindibles.

Uno de los principios por los que apuesta Russell para resolver los problemas sociales consiste en que el objetivo de la educación debería ser enseñar a la gente a no creer en las proposiciones sino en caso de que exista alguna razón para pensar que sean ciertas. La persecución, del tipo que fuere, evidente o sutil, está ligada a una pretensión de verdad y a su difusión; mientras los seres humanos se vean tan seguros en sus modernas creencias, se perpetuarán las persecuciones en su nombre. Aunque no ocurra lo mismo con la teoría, es necesario aplicar una cierta dosis de duda en la práctica de la tolerancia. Para que ésta exista, debería contrastarse siempre la información proveniente de los medios de las diversas partes en conflicto y enseñar a hacerlo en las escuelas para inferir de ello la realidad de los hechos; se comprenderá así que lo publicado tiene, en mayor o en menor medida, una gran dosis de falsedad. Russell apuesta, antes que por las enseñanzas morales, por los estímulos de la inteligencia. Ya que la prédica y la exhortación ha contribuido a añadir más hipocresía que a resolver los males morales del mundo, puede mejorarse la inteligencia mediante la aplicación de ciertos métodos por parte de un educador competente. Si uno de los grandes males de la humanidad es la credulidad, la sociedades modernas han contribuido, más que nunca, a incrementarla difundiendo información falsa. Hoy, a principios del siglo XXI, no puede haber más impedimentos a una opinión pública ilustrada. Russell predijo que en el desarrollo de las técnicas de la información iba a ser cada vez más difícil preservar la libertad mental. La influencia de los Estados, que han ocupado el lugar de las iglesias, aunque éstas sigan reclamando el control de los ciudadanos, junto a una feroz presión económica imposibilitan el librepensamiento. La solución puede pasar, con la adecuada disposición de ánimo científica, por dejar campo libre a la iniciativa ciudadana.

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