El laicismo defiende la igualdad, la libertad de conciencia y la neutralidad del Estado democrático.
El laicismo no es un ideal de confrontación, sino de concordia. Tampoco es un ideal que defiendan quienes tienen intereses particulares encarnados en él; se trata más bien de una defensa altruista de quienes creen en un sistema político más justo.
Libertad de conciencia, igualdad para todo el pueblo son dos de los principios del laicismo, principios que, como vemos, son los que deberían sostener una democracia, pues ninguna democracia será completa si existen discriminaciones por religión, por género, por donde procedas.
En una democracia laica, el pueblo es ciudadano de pleno derecho e independiente de sus distintas particularidades
En una democracia laica, el pueblo es ciudadano de pleno derecho e independiente de sus distintas particularidades. Pensamos que cualquier privilegio otorgado a una persona o grupo de personas en función de una particularidad va en contra de estos principios democráticos de igualdad y libertad, restringiendo ilegítimamente los derechos del resto de los ciudadanos que no formen parte de esta particularidad, lo que convierte la sociedad en ciudadanos de primera y de segunda dentro de un Estado. Y, lo que es peor, da lugar a un determinado modelo de corrupción política por utilizar fondos públicos para intereses privados, o “corrupción religiosa”, dando privilegios públicos a una religión en particular.
Está claro que la creencia en una religión e Iglesia determinada es una opción particular y, por tanto, no puede ser general, puesto que en el pueblo hay personas que se declaran agnósticas, otras que no creen y otras que creen en lo sobrenatural.
Pensamos que dentro de un Estado laico caben todas estas opciones, siempre que respeten la libertad de conciencia sin discriminaciones; puesto que, desde el laicismo, opinamos que “la libertad religiosa” es un concepto ético que ha servido en muchas épocas de nuestra historia y en la historia mundial para legitimar privilegios sobre aquellos que no han querido ninguna religión.
Mientras, el concepto de “libertad de conciencia” que desde el laicismo se defiende abarca todas las posibilidades de adhesión espiritual, no solo las reales sino también las posibles; pues establece la neutralidad del Estado y sus instituciones en materia religiosa y la eliminación de cualquier privilegio de cualquiera de ellas sobre las demás. Porque la realidad nos indica que solo así se puede llegar a conseguir un Estado democrático genuino y donde el interés general está por encima de los intereses particulares de unos y otros.
En España, desde hace tiempo —nos podríamos remontar a muchos siglos atrás—, y por desgracia en pleno siglo XXI, es la Iglesia católica la que disfruta de toda una serie de privilegios ilegítimos que contradicen los principios democráticos de los que he hablado anteriormente. Son privilegios de índole económica, simbólica, política, jurídica y social. Por desgracia, hoy en día, como he dicho, en pleno siglo XXI, por una serie de leyes del siglo pasado que se han ido enquistando en el patrimonio legislativo español, hasta el punto de que los acuerdos del 3 de enero de 1979 con la Santa Sede, vigentes en la actualidad, no hacían más que ratificar las disposiciones del Concordato que firmara Franco en 1953.
Por último, indicar que el laicismo puede ser un punto de partida para la salida del odio y la crispación que vivimos en nuestro país, y que está haciendo que muchas personas vivan en el umbral de la pobreza, que exista más desigualdad, más recortes y más desigualdad, por culpa de la irracionalidad de algunas argumentaciones políticas falaces de políticos de nuestra derecha más conservadora y ultracatólica.
Si tenemos en cuenta que este crecimiento del odio y la crispación viene dado por la política neoliberal de la derecha más ultracatólica conservadora, pienso, sin temor a equivocarme, que es fácil corregir y hacer un sistema político más justo y legítimo. Para ello, debemos reflexionar y contribuir a generar confianza, cosa que espero, cuando la ciudadanía reflexione, vea lo que realmente quiere esta derecha más ultraconservadora y restituya la política a lo público, y lo que es de todos a todos, y no solo a algunos. Y, para ello, el laicismo, y con ello unas instituciones laicas, pueden ser el camino.




